viernes, 31 de marzo de 2017

Enamorada: Capítulo 10

—Odio volar —le encantaban los aeropuertos pero le daba miedo subirse al avión—. Estoy deseando que exista una tecnología que nos teletransporte adonde queramos ir.

—No creo que sea barato desmolecularizar a alguien, transportarlo a otro lugar y volver a unir sus moléculas —el tono de Pedro era burlón.

—En un mundo perfecto habría dinero de sobra.

Pedro guió su BMW hacia la salida del aeropuerto. Una vez allí se dirigió al estacionamiento. Tras descargar el equipaje, se dirigieron hacia el mostrador de facturación de clase preferente. En el mostrador había una rubia muy atractiva que se mostró encantada de ayudar a Pedro.

—¿Viaja usted a Dallas, señor Alfonso?

—Los dos.

—¿Me puede mostrar su identificación?

—Por supuesto —le tendió la suya y la de Paula.

 La azafata apenas la miró a ella por encima, pero se quedó mirando más de lo necesario a Pedro.

—Su vuelo está en hora, señor. Embarcarán por la puerta D14. Si hay algo que pueda hacer para que su vuelo resulte más agradable, no dude en decírmelo.

—Gracias. Siguieron las indicaciones de la puerta de embarque y Paula dijo:

 —El doctor Impresionante ataca de nuevo. Parece que todas las mujeres caen rendidas a tus pies.

—Estás exagerando —se rio él.

Paula alzó la mano en gesto de solemne sinceridad.

—Lo juro. ¿No te cansas nunca de ser perfecto?

—No dirías eso si me conocieras mejor.

Estaba claro que Paula bromeaba y aquella era sin duda una de las cosas más inofensivas que le había dicho, pero del rostro de Pedro desapareció cualquier atisbo de humor. El contraste resultó tan obvio e impactante que ella  se preguntó qué nervio habría tocado. Ni siquiera su comentario sobre todas las mujeres con las que salía le había hecho adquirir una expresión así. ¿Sería posible que el doctor Tío Bueno tuviera corazón? Aquella noción hacía que sintiera deseos de saber más.

Pedro esperaba sentado en la sala de embarque en una butaca cromada de falso cuero al lado de Paula. Desde su pregunta sobre si no se cansaba de ser perfecto no habían vuelto a intercambiar palabra. Por culpa de él. Al parecer la visita a su familia estaba despertando muchas cosas, aunque eso no debería sorprenderle. Los viajes a casa siempre suponían una presión. Su hermana Carolina había cumplido con todas las expectativas de Horacio y Ana Alfonso. El gemelo de Carolina, Federico, era médico y no le importaba que sus padres no aprobaran su área de especialización. Pero él era el primogénito y no había conseguido ser neutral. Todavía le importaba mucho cometer algún error que les decepcionara. Su reacción a la broma de Paula lo demostraba.

Entonces anunciaron por megafonía que se iba a iniciar pronto el embarque del vuelo a Dallas. Paula se puso de pie, se colgó el bolso al hombro y agarró la maleta de mano.

—Voy al cuarto de baño.

—Yo te cuido el equipaje —se ofreció Pedro.

—No es necesario.

—¿No te fías de mí? —entornó los ojos pero esbozó una media sonrisa—. Vamos, irás más cómoda.

Paula le observó un instante y finalmente accedió.

 —De acuerdo. Gracias —dejó la maleta al lado de él y se marchó.

Pedro se la quedó mirando mientras se iba. Su trasero era pura dinamita. El cuello de la blanca blusa estaba cuidadosamente doblado sobre la chaqueta de su traje negro. Los estrechos hombros daban paso a una minúscula cintura y unas caderas sinuosas. Las medias brillantes le cubrían las piernas bien formadas y los tacones hacían que las piernas parecieran más largas, más sexys. Y entonces lo vio. El rojo en la suelas de los zapatos. Aquel destello de color fue como averiguar su secreto. Una pista de que no era tan estirada como fingía ser. Que había una mujer juguetona y apasionada bajo aquel traje de chaqueta. Aquello era una buena noticia y al mismo tiempo mala. Las suelas rojas le excitaban mucho. Pero Paula había dejado claro que intentar algo personal con ella era una ofensa. Unos minutos más tarde la vió acercándose de nuevo a él. Esta vez se perdió las suelas rojas de sus zapatos de tacón, pero la vista de frente lo compensó. Normalmente le gustaban las mujeres con el pelo por los hombros, porque recorrerlo con los dedos le parecía lo más erótico del mundo. Pero Paula era distinta. El cabello corto iba con sus delicadas facciones y acentuaba la forma de sus grandes ojos. Se imaginaba a sí mismo agarrando aquel rostro menudo mientras la besaba hasta que ella le suplicaba más.

Enamorada: Capítulo 9

En circunstancias normales, a Paula le encantaba ir al aeropuerto. Pero no había nada de normal en aquella situación. Para empezar, porque incluía a Pedro Alfonso, que le tocaba todas las teclas. Ninguna de ellas buena. Todavía no entendía cómo había logrado convencerla para que compartieran coche. Aunque eso no era exacto. Pedro habló y cuando dejó de hacerlo no había espacio para maniobrar. Así que le dió su dirección.

Ahora le estaba esperando en el porche delantero de su casita de tres habitaciones en la zona de Green Valley. La había comprado nueva hacía un año y medio como símbolo de empezar de cero. De seguir adelante. Era importante que dejara atrás su pasado contaminado y el estigma de la adolescente embarazada que no se quedó con su bebé. Entonces apareció un deportivo BMW en la entrada. Dió por hecho que se trataba de Pedro, ya que ella no conocía a nadie que tuviera un coche de lujo. Cuando le vió bajar y dirigirse hacia el sendero de piedra con aquella chaqueta azul de botones dorados, la camisa blanca y los pantalones sport, Paula se quedó literalmente sin aliento. Las gafas de sol oscuras añadían más resplandor a su impresionante aspecto.

—Llegas pronto —consiguió decir.

—Y tú ya estás preparada —Pedro miró hacia la pequeña maleta de fin de semana que llevaba—. ¿Dónde están el resto de tus cosas?

—Está todo aquí.

—¿Te das cuenta de que vamos a estar fuera varios días y vamos a visitar varios hospitales de Dallas?

Ella asintió.

—Son reuniones de trabajo. Hay que planearlas bien y viajar ligera de equipaje.

Pedro se quitó las gafas de sol y se las colgó del bolsillo de la chaqueta mientras clavaba sus penetrantes ojos verdes en ella.

—No eres como las demás mujeres, ¿Verdad?

—No sé si sentirme insultada o halagada… ¿Tú qué dices?

—Es un cumplido. Y lo digo porque hasta ahora no había conocido a una mujer que pudiera hacer un viaje de esta duración únicamente con una bolsa pequeña.

—Teniendo en cuenta la cantidad de mujeres que conoces…

—¿Yo? —Pedro alzó una ceja.

—Rumores de hospital —ella se encogió de hombros y sonrió—. Las noticias vuelan.

—Vaya —Pedro se la quedó mirando fijamente—. Has sonreído.

—Lo hago con mucha frecuencia.

—No conmigo —aseguró él—. Siempre que me tienes cerca estás de mal humor.

Y con motivo. Pedro era descarado, seguro de sí mismo y completamente su tipo. La clase de hombre que prometía todo lo que ella siempre había deseado y luego se marchaba sin decir una palabra. Él consultó su Rolex.

—Será mejor que nos vayamos. Puede que haya tráfico.

Paula agarró el asa de la maleta, pero Pedro le apartó la mano.

 —Yo la llevaré —se puso las gafas de sol y ocultó así cualquier expresión—. Y para que lo sepas, salgo con mujeres, pero la cantidad que se maneja en el hospital es sumamente exagerada.

Paula no tenía respuesta a aquello, algo que se estaba convirtiendo en una incómoda costumbre en lo que a él se refería. Pedro le abrió la puerta del coche. Cuando se puso tras el volante, su aroma sensual y masculino la rodeó. Era como si la estuviera estrechando entre sus brazos. Entonces él metió la llave en el contacto y el coche se puso en marcha. Era como viajar en una nube. Sabía que su mejor defensa era derribar aquel sentimiento descontrolado con palabras, pero hasta el momento no había funcionado muy bien con él. Sin embargo, la conversación era mejor que aquel silencio incómodo. Así que sacó el tema más inofensivo y más cercano al corazón de un hombre que se le ocurrió.

—Bonito coche.

—Gracias. Es una máquina increíble —la miró de reojo—. Antes de te lleves las manos a la cabeza con ideas sobre los hombres y sus juguetes quiero pedirte otra vez que seas todo lo objetiva posible cuando recopilemos información sobre el sistema de cirugía.

—Lo haré —prometió ella.

A pesar de los fallos que Pedro pudiera tener como persona, como médico era irreprochable. No le cabía ninguna duda de que salvar vidas era profundamente importante para él. Recordó la conversación que habían tenido en su despacho hacía menos de veinticuatro horas. Ambos estuvieron de acuerdo en que los niños merecían tener el mejor comienzo en la vida. Una parte de ella no hablaba en sentido médico. Era hija de padres divorciados y no volvió a ver a su padre cuando este se marchó. Se quedó embarazada a los diecisiete años y el padre de su bebé desapareció. Le rompió el corazón que su madre se negara a darle cobijo si se quedaba con la niña. Con el tiempo había llegado a entender que la niña estaría mucho mejor en un hogar estable con un padre y una madre. Pero un trauma así dejaba una marca imborrable en el alma.

—Estás inusualmente callada —la voz de Pedro atravesó sus oscuros pensamientos.

Enamorada: Capítulo 8

—Es una tecnología punta. El robot hace incisiones perfectas.

—Estoy segura de que tú también haces incisiones perfectas, Pedro. En caso contrario, no tendrías tan buena reputación.

—Lo hago lo mejor que puedo y soy muy bueno.

 —Y también modesto —apuntó Paula sonriendo.

—Solo digo las cosas como son. Pero ese sistema quirúrgico tiene un nivel de precisión que yo no puedo imitar. Ningún humano puede.

—Entonces lo que quieres es ser perfecto.

 Aquello no era necesario. Lo único que no quería era cometer ningún error, ni personal ni profesional. En su familia no se toleraba nada que estuviera por debajo de la excelencia. Así le habían educado y por eso era el mejor en lo suyo.

—Me gustaría saber por qué eres tan contraria a este sistema quirúrgico. Lo único que yo quiero es tener todas las ventajas disponibles para conseguir el mejor resultado en mis pacientes.

Paula  asintió a modo de aprobación, y Pedro disfrutó del dulce sabor de la victoria. Que duró muy poco.

—Mi problema es que lo que tú quieres es un gasto enorme.

—Los robots no son baratos.

—Soy consciente de ello. Pero no hay demasiado dinero en el presupuesto. Gastarlo en lo que tú quieres significa que algo igual de importante se quede sin fondos.

—¿Por ejemplo?

—Los ventiladores para los bebés. ¿No crees que es vital darles a los recién nacidos el mejor arranque posible en la vida?

—Esa es una pregunta trampa.

—Mi trabajo es tomar decisiones duras. Ojalá hubiera fondos ilimitados, pero las cosas no son así.

—Tienes razón. Y un buen comienzo en la vida de un niño es fundamental — Pedro se cruzó de brazos—. En un mundo perfecto habría dinero para todo. Pero lo mío es el corazón. Cada vez hay más enfermedades cardiovasculares, así que también es importante utilizar la última tecnología para mejorar y prolongar la vida de los padres y que así puedan guiar a esos niños hacia la edad adulta.

Paula suspiró.

—Sigo sin estar convencida de que sea la mejor manera de utilizar el dinero, pero mi jefe está de acuerdo contigo.

—Vamos a tener la oportunidad de pasar varios días juntos y podremos discutir los pros y los contras —Pedro puso las palmas de la mano en el escritorio y la miró a los ojos.

Ella abrió los ojos de par en par y el pulso le latió salvajemente en la base del cuello. Pedro se sintió felíz al ver que era capaz de afectarla de aquel modo.

—Creo que cuando volvamos a Las Vegas verás las ventajas de este gasto. Y eso no es todo.

—¿Qué más puede haber? —Paula se reclinó en la silla.

—Mientras estemos en Dallas, pienso cambiar la opinión que tienes de mí — aseguró Pedro señalándola con el dedo—. Así que estás avisada.

—Está bien saberlo. Te veré allí.

 —De hecho esa es la razón por la que he pasado por tu oficina.

Paula frunció el ceño.

—No entiendo.

—Deberíamos compartir coche mañana para ir al aeropuerto —Pedro alzó la mano cuando ella abrió la boca para protestar—. Vamos a ir en el mismo vuelo. Utilizar el mismo coche ahorrará dinero en transporte y en estacionamiento. Pensé que eso le gustaría a una dama tan ahorradora como tú.

Por primera vez desde que la conocía, Paula Chaves se quedó sin palabras. Pedro se aprovechó del silencio.

—Te recogeré a primera hora de la mañana.

Enamorada: Capítulo 7

Todavía con el pijama de quirófano puesto tras una operación de urgencia para abrir un vaso sanguíneo bloqueado en el corazón de un paciente, Pedro Alfonso tomó el ascensor del Centro Médico Mercy para subir a los despachos de administración, situados en la segunda planta. Habían transcurrido dos semanas desde la boda, la última vez que vió a Paula Chaves. El recuerdo de su imagen con aquel vestido lavanda casi transparente no se había apartado de su cabeza y estaba deseando volver a verla. No le importaba lo que llevara puesto. Sintió una subida de adrenalina al preguntarse con qué le sorprendería esta vez. Cuando se abrió la puerta del ascensor, salió y avanzó por el suelo cubierto de moqueta. Su puerta era la tercera a la derecha, y entró. Su asistente, Sofía Castillo, estaba tras el mostrador del área de recepción. Parpadeó dos veces al reconocerle.

—Hola, doctor Alfonso.
—Hola, Sofía, ¿Qué tal? Estás muy guapa —no le haría daño tener a la ayudante de la directora financiera—. ¿Te has hecho algo en el pelo?

La joven se tocó automáticamente los rizos oscuros.

 —No, lo llevo como siempre. Pero gracias, es muy amable de su parte.

—Soy un tipo encantador.

—No es a mí a quien tiene que convencerme, doctor —señaló con el pulgar la puerta cerrada del despacho que tenía detrás.

—Sí, ya me he dado cuenta de que no soy su tipo.

—¿Quiere usted saber mi opinión? —murmuró Sofía  mirando de reojo hacia atrás—. Creo que toda esa frialdad y esa reserva es una capa de auto protección. Creo que algún hombre la trató mal y por eso está tan a la defensiva.

—¿Te lo ha contado ella?

—No con esas palabras —reconoció la joven encogiéndose de hombros—. Pero he unido los puntos de los comentarios que hace de pasada.

—Entiendo. ¿Está ocupada? ¿Podría hablar con ella unos minutos? —preguntó Pedro.

—Déjeme que compruebe su agenda —Sofía cambió la pantalla del ordenador—. No tiene citas hoy y es casi la hora de salida, así que no tendría que haber ningún problema.

Paula  seguramente no estaría de acuerdo, porque no ocultaba el hecho de que para ella suponía un problema cada vez que le veía. Pero estaba decidido a cambiar aquello.

 —Gracias.

—No hay de qué —Sofía cerró su sistema operativo y agarró el bolso—. Yo ya me voy a casa. Le diré que está usted aquí y me despediré de ella.

—¿Qué te parece si me anuncio yo mismo y le digo que te has ido?

—Me parece bien. Buenas noches, doctor Alfonso.

Pedro la vió salir antes de rodear el escritorio, llamar con los nudillos a la puerta, abrirla y asomar la cabeza en el interior.

—¿No sabes que ya es hora de irse a casa?

—¿Qué estás haciendo aquí? —Paula pareció primero sorprendida y luego molesta.

—Sofía se ha marchado. Le dije que te lo diría.

—De acuerdo —Paula miró hacia los papeles que tenía en la mesa, y al ver que no se marchaba alzó otra vez la vista hacia él—. ¿Algo más?

—Mañana nos vamos a Dallas. Pensé que deberíamos hablar del viaje.

—Gracias, pero no es necesario. Entre Sofía y tu oficina lo han arreglado todo y ya tengo toda la información.

Pedro avanzó hacia el interior del despacho, invadiendo su espacio vital al apoyar una cadera en la esquina del escritorio. Paula entornó sus ojos azules en gesto de desaprobación. Extrañamente, para Pedro aquel gesto la hizo todavía más interesante. Como si fuera un gatito preparándose para luchar contra un toro.

El cabello rubio y corto le acentuaba los increíbles pómulos y aquella boca a la que ningún hombre podría resistirse. Aquella certeza dejaba al descubierto que se había estado mintiendo a sí mismo. Estaba convencido de que el tiempo y la distancia pondrían fin a su reacción ante aquella bella directora financiera, pero se había equivocado. También pensaba que Paula se mostraría menos a la defensiva con él tras dos semanas sin verse, pero en eso tampoco acertó. Era como si levantara una barrera cada vez que le veía, y él quería derribar esas defensas. Entonces se dio cuenta de qué era lo que había en ella que le atraía. Quería derretir el cubo de hielo que tenía en el trasero. Cuando uno era el hijo mayor de Ana y Horacio Alfonso no podía darle la espalda a un reto.

—Dime, ¿Por qué te caigo mal? —le preguntó sin andarse con rodeos.

—Ya hemos hablado de esto —contestó Paula sin contestar una vez más a la pregunta.

—Pero no estoy satisfecho.

En su última conversación le había dicho que le recordaba a alguien. Si Sofía estaba en lo cierto, tal vez se trataba del tipo que la había dejado. Paula se cruzó de brazos y no apartó la vista.

—Ese es tu problema, no el mío.

—El viaje sería más cómodo si logramos ser cordiales. Verás, Paula, sé que he presionado mucho para conseguir esta equipación.

—Así es. Y te saliste con la tuya.

A Pedro se le encendió entonces una luz.

 —¿Sigues enfadada porque te salté y fui a hablar directamente con tu jefe?

—Entre otras cosas.

Los viajes de miles de kilómetros empezaban con un primer paso. Ya se preocuparía de las «otras cosas» en otro momento.

Enamorada: Capítulo 6

—Dime que al menos tienes una foto —suspiró Sofía con dramatismo—. Una imagen vale más que mil palabras.

—De acuerdo. Sí, tengo una —Paula sacó el móvil del bolsillo y pulsó algunos botones hasta que encontró una foto de los novios y los padrinos—. Mira.

—Qué pareja tan bonita —Sofía tomó el teléfono y miró la imagen con expresión soñadora—. El doctor Alfonso y tú tampoco están mal. Te mira como si quisiera comerte —aseguró devolviéndole el móvil.

Paula sabía a lo que se refería. Era difícil no haberse fijado en la determinación con la que Pedro la había buscado durante toda la boda, la intensidad de su mirada, que le provocaba escalofríos por la espina dorsal.

—Puede que haya tratado de echarme el diente, Sofi, pero soy dura de roer. Hombres mejores que él lo han intentado —se guardó el teléfono en el bolsillo—. Vamos, tenemos trabajo pendiente.

Sofía se dió un toquecito en los labios con el dedo.

—Hablando de trabajo, acabo de recibir un memorando de la administración autorizando tu viaje a Dallas con el doctor Tío Bueno.

—Me gustaría que no le llamaras así.

—Como gustes. ¿Quieres que haga las reservas?

—Sí, pero coordínate con el despacho del doctor Alfonso para las fechas, vuelos y habitaciones de hotel. Concreta también mi reunión con el vicepresidente regional el viernes antes de que vayamos a ver el robot el lunes. Y antes de que preguntes, por supuesto que quiero habitaciones separadas.

—Como tú digas, jefa. Pero muchas mujeres quisieran estar en tus tacones.

—Esto es trabajo, Sofi —señaló hacia la puerta—. Vuelve al trabajo antes de que tengamos un problema.

Su asistente se fue sin decir una palabra más. Paula se sentó en su escritorio y encendió el ordenador. Sabía que Sofía estaba en lo cierto respecto a que a muchas mujeres les gustaría estar en su piel, pero no muchas mujeres habían pasado por un infierno ni habían perdido completamente la confianza en los hombres. Pedro Alfonso era demasiado perfecto para alguien como ella, alguien que guardaba secretos de los que no hablaba. Y por una buena razón.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Enamorada: Capítulo 5

El lunes por la mañana a primera hora, Paula entró en su despacho del Centro Médico Mercy. Allí la esperaba su asistente. Sofía Castillo, una joven de veintipocos años morena de ojos marrones. Era guapa, inteligente y divertida. Y en aquel instante estaba entusiasmada.

—Quiero saberlo todo sobre la boda —le pidió—. No te dejes nada. ¿Qué aspecto tenía Zaira?

—Buenos días a tí también. ¿Quieres que te lo defina en una palabra? Impresionante —afirmó Paula sonriendo al recordarlo—. Pensé que a Nicolás se le iba a desencajar la mandíbula al verla. Y Pedro dijo que…

Lo había hecho. Había abierto la caja de Pandora. De lo último que quería hablar era de él, pero reconoció aquel brillo en los ojos de su asistente. No cabía esperar que se le hubiera escapado el desliz.

—¿Qué dijo el doctor Tío Bueno? —quiso saber—. Vamos, suéltalo.

Paula suspiró.

—Dijo que nunca había visto a Zai  tan guapa y que todas las novias deberían casarse embarazadas.

—Oh, Dios, qué monada —aseguró Sofía  con expresión arrebolada.

Paula estaba de acuerdo. Las preciosas palabras de Pedro le habían pasado por la mente más de una vez durante la celebración de la boda. Estuvo embarazada en una ocasión y pensó que iba a casarse, pero el destino se interpuso y dijo que no.

—Bueno, pues Nicolás y Zai ya están casados —miró a su asistente—. Ahora, a trabajar…

Sofía  alzó la mano.

—Tan escasa información no colma ni por asomo mi gran curiosidad.

Eso era lo que Paula temía. Sofía no era la única que se sentía fascinada por Pedro. La mayoría de las mujeres que trabajaban en el hospital actuaban como idiotas cuando el médico aparecía por el pasillo. Paula era la única excepción, que ella supiera, pero tal vez se debiera a que solo ella había resultado profundamente herida en el pasado por alguien en quien confiaba. Alguien como él.

—¿Qué más quieres saber?

 —Háblame de tu vestido.

 Paula sonrió.

—Era de un tono lavanda con una falda muy femenina que se agitaba cuando andaba. Y…

—¿Y? —la urgió Sofía al ver que no seguía.

—Nada. Que encontré unas sandalias de tacón que le iban a la perfección.

No tenía sentido contarle que Pedro  la había mirado como si le gustara lo que veía. Le había clavado la mirada en el escote y la había dejado allí unos instantes mientras componía una expresión de curiosidad.

—Cuéntame qué llevaba puesto el doctor.

—Nicolás llevaba un traje oscuro y…

—No me refiero a ese doctor —Sofía puso los ojos en blanco—. Me refiero al otro.

—También un traje oscuro. Camisa de vestir color crema y corbata de seda a juego.

Sofía se llevó la mano al pecho.

—Se me acelera el corazón.

No era de extrañar. Paula le había visto en pijama de quirófano, en vaqueros, pantalones de algodón y camisas de sport. En la boda fue la primera vez que le vio con traje y corbata. Y se quedó impresionada. Si no fuera tan bueno en su trabajo, podría haberse dedicado a la carrera de modelo. Pero se llevaría aquella idea a la tumba, ahora era el momento de cambiar de tema.

—No se debe juzgar un libro por la portada —sentenció.

 Su asistente alzó una ceja.

—No entiendo por qué te cae mal. Es un hombre encantador.

—¿Sabe tu novio que tienes una fijación con el doctor Alfonso?

—No pasa nada por admirar a un hombre guapo. Mi corazón le pertenece a Julián, pero no estoy ciega.

 —Así que no conoce tu secreto, ¿Verdad?

—No. Y hablando de secretos, quiero saber cómo se las arregla el doctor Alfonso  para seguir siendo amigo de todas sus ex.

—¿Crees que esa es una cualidad admirable?

—Sí, ¿Tú no? —Sofía sacudió la cabeza—. ¿Por qué te cae mal, Paula? — insistió.

—Piensa en lo que acabas de decir. «Todas» sus ex. ¿Tal cantidad de mujeres no te da ninguna pista?

—Cuando el hombre es así de encantador, no —aseguró Sofía—. Deberías aprender de él.

Pedro le había dado a entender lo mismo cuando le preguntó por qué no le caía bien. Pero no pensaba compartir aquel detalle. Ni tampoco el hecho de que quisiera despejar el aire entre ellos. ¿De qué iba todo aquello? ¿Y lo de pedirle que conociera a su familia en Dallas? Le había dejado claro que le estaba ladrando alárbol equivocado. Tener una relación personal no era un requisito para trabajar juntos.

Enamorada: Capítulo 4

Y hablando de cuellos, el suyo le llamaba completamente la atención. Y también la tela casi transparente en tono lavanda que le cubría los brazos y el pecho justo por encima de los pequeños senos. No había tirantes visibles de sujetador, lo que le hizo sentir más curiosidad por la ropa interior que llevara debajo del vestido. O la falta de ella. El reverendo abrió el libro que tenía en las manos y comenzó a leer. Nicolás y Zaira solo tenían ojos el uno para el otro. Tras la lectura de los votos por parte de los contrayentes, el reverendo pidió los anillos, Pedro se los tendió guiñándole un ojo a su amigo. Nicolás besó a la novia en medio de los aplausos y los vítores de los invitados. Era el momento de que los novios y los padrinos firmaran la licencia. Pedro le ofreció el brazo a Paula  para acompañarla. Ella pareció vacilar pero finalmente aceptó y entraron en la casa.

Pedro se sentía atraído normalmente por mujeres altas de piernas interminables. Las rubias menudas de ojos azules que parecían sacadas de la ilustración de un cuento de hadas no tenían cabida en su lista. Pero había algo en Paula Chaves que le inquietaba. Tal vez porque le había dicho que no. Pero eso no explicaba que el aroma de su piel se colara en su interior e hiciera que la cabeza le diera vueltas como una centrifugadora. Al menos él lo ocultaba mejor de lo que Paula ocultaba su aversión hacia él. Cuando terminaron con las formalidades, los cuatro se sentaron alrededor de una mesita en la que había una cubitera de hielo con una botella de champán y otra de sidra sin alcohol para que brindara la novia. Una vez servidas las copas, se aclaró la garganta.

—Como padrino, tengo el honor de brindar por la felíz pareja. Por mi amigo, Nicolás. Salud y felicidad —entrechocó su copa con la del novio—. Y por Zaira. Estás más guapa que nunca. Todas las novias deberían casarse embarazadas.

Miró a Paula y advirtió que fruncía el ceño durante una décima de segundo. No le parecía el momento para hacer un gesto así. Otro misterio más que añadirle a la señorita Paula Chaves.

—Gracias, Pepe. Ha sido precioso —Zaira agarró la rosa blanca que había llevado durante la ceremonia y se la pasó a la dama de honor.

Paula parecía sorprendida.

—¿Me la das a mí?

—Sí. Es sencilla, bella y pura. El símbolo de mi amor por Nico. La tradición dice que quien agarre el ramo de la novia será la siguiente en casarse, pero yo no quería ramo.

—Mejor, porque yo no quiero casarme —pero sujetó la rosa y se la llevó a la naríz para aspirar su fragancia.

—Solo representa mi esperanza de que encuentres un amor tan duradero y perfecto como el que tenemos Nico y yo.

—Gracias —A Paula le tembló la voz por la emoción cuando se inclinó para abrazar a su amiga.

—Bien, señora Morales. Ha llegado el momento de que nos unamos a los demás invitados —dijo Nicolás ofreciéndole el brazo.

Los recién casados salieron al jardín. Paula iba a seguirles, pero Pedro le puso una mano en el brazo.

—Espera un momento. Quiero despejar el aire ahora que tenemos un momento.

—No hay ningún aire que despejar —aseguró ella—. Las obligaciones que teníamos en común acaban hoy.

—Todavía queda nuestro viaje de trabajo —le recordó.

—Tú te dedicarás a tus cosas y yo a las mías. Nuestros caminos serán paralelos, pero no tienen por qué cruzarse. Así que lo repito: no hay ningún aire que despejar.

—Entonces, ¿No quieres conocer a mi familia?

—¿Perdona?

—Mis padres viven en Dallas. Mi hermana y su familia estarán allí de vacaciones también.

—Bueno, yo tengo una reunión con el vicepresidente regional para hablar de presupuestos y tú vas a ver a tu familia. Como ya te he dicho, no coincidiremos.

No había antipatía en su expresión. Las mujeres normalmente querían cruzarse en su camino. Pero esta mujer no.

—¿Por qué no te caigo bien?

—Digamos que me recuerdas a alguien —volvió a fruncir el ceño—. Alguien que no me caía bien. Y ahora, si has terminado, voy a unirme a la celebración en el jardín.

No había terminado, pero eso no evitó que ella se marchara. Sabía que estaba pagando el pato por lo que hubiera hecho aquel idiota que no le caía bien. Él era un luchador, y la determinación era su seña de identidad. Por mucho que le costara, iba a demostrarle que era un médico amable que cumplía con creces sus criterios para mantener relaciones sexuales.

Enamorada: Capítulo 3

—Piense lo que piense de ti, nunca haría nada que pudiera estropear la boda de mi mejor amiga. Y soy una profesional. Mis sentimientos personales, sean cuales sean, no impedirán que haga bien mi trabajo.

—Entonces, ¿Te opones a conocerme mejor?

—No lo considero realmente necesario —aseguró.

—¿Y también me estás diciendo que no a esa copa?

—Sí, te digo que no.

—De acuerdo —Pedro se incorporó y se dirigió a la puerta—. Hasta luego, Campanilla.

Paula se lo quedó mirando mientras salía. Se sentía un poco culpable por haber dicho lo que pensaba, y eso le resultaba extraño. La culpabilidad, no el decir lo que pensaba. Aunque Pedro era del mismo tipo que su primer amor no era justo que le encasillara en el mismo molde que al chico que la había dejado embarazada y luego se había alistado al ejército para evitar cualquier responsabilidad. No era de las que juzgaban a una persona basándose en rumores, pero tenía debilidad por los hombres como Pedro Alfonso, y según su experiencia, aquellas relaciones no terminaban bien. Evitarle era la forma de actuar más inteligente.


Era la noche perfecta para una boda, pero Pedro estaba profundamente agradecido de no ser él quien iba a casarse. Sujetaba corazones latentes con la mano y llevaba a cabo operaciones a vida o muerte todos los días sin romper a sudar, pero la presión de comprometerse con otra persona para siempre le resultaba insostenible. Pero Nicolás estaba decidido a seguir adelante, y al menos la madre naturaleza le había regalado un día perfecto. Abril en Las Vegas no tenía nada que ver con los meses de verano, cuando la temperatura era más alta que la del sol. En el jardín del novio habría unos veintidós grados, y los rosados rayos del atardecer coloreaban el cielo azul. Suponía que debía ser romántico si uno estaba en aquel canal. No era el suyo en aquel momento. Estaba en el jardín de su amigo cumpliendo con su deber de padrino. Nicolás y él se habían conocido en el comedor de médicos del Centro Médico Mercy hacía varios años y se habían llevado bien al instante. Se había perdido la primera boda porque todo sucedió muy deprisa, pero no se le habían escapado los cambios en su amigo cuando su matrimonio se fue a pique. Ya era reacio al compromiso, pero después del impacto negativo que tuvo aquella experiencia en Nicolás se convenció todavía más. Pero ahora su amigo iba a volver a casarse con la misma mujer. E iba a ser padre. Todo parecía perfecto y les envidiaba. Él no era lo suficiente valiente o estúpido como para dar aquel paso a menos que estuviera completamente seguro de que era lo correcto. En su vida no estaban permitidos los errores, ni los profesionales ni los personales.


Nicolás estaba a su lado bajo un cenador cubierto de flores que se había instalado para la ocasión. Los invitados hablaban en voz baja a la espera de que empezara la ceremonia. Los novios iban a celebrarlo de forma íntima. Nada de esmóquines, gracias a Dios, solo trajes oscuros. Quince o veinte personas que conocía de vista del hospital estaban sentadas al lado de la piscina. Nicolás y Zaira no tenían mucha familia que él supiera. A diferencia de Pedro, no sabían lo afortunados que eran. La familia podría complicar mucho las cosas.

—¿Tienes los anillos? —Nicolás se pasó nerviosamente la mano por el ondulado cabello.

Pedro sintió la cajita en el bolsillo de los pantalones. Compuso una falsa expresión de espanto.

—¿Se suponía que tenía que traerlos? —preguntó.

—Buen intento, Pepe. Aunque lo hubieras dicho en serio, nada podría alterarme hoy. Pase lo que pase, Zai va a convertirse en mi esposa. Otra vez.

—¿No te preocupa que no salga bien?

—Ya he pasado por eso —aseguró Nicolás—. Dejé que saliera de mi vida una vez. No volverá a suceder.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Oye, ¿No se supone que tendrías que tranquilizarme? Ese tipo de preguntas llevaría a un novio nervioso a salir corriendo.

—Esa es la cuestión —Pedro sacudió la cabeza asombrado—. Pareces sólido como una roca, pero ¿Cómo puedes estar seguro de que va a salir bien? —insistió.

—Sencillamente, lo sé. Cuando lo sabes, lo sabes.

En aquel momento se abrió la puerta que daba a la casa y salió el reverendo White, el capellán del hospital. Era un hombre de unos sesenta años y pelo gris.

—Señoras y caballeros, vamos a comenzar. Por favor, pónganse de pie para recibir a la novia.

Paula salió por la puerta con un ramo de rosas en tono azul lavanda a juego con el vestido de seda que le llegaba a la altura de la rodilla. Podría haber jurado que durante un segundo se le paró el corazón. No era una sensación cómoda para un cirujano cardiotorácico ni para nadie. Entonces apareció Zaira con una única rosa blanca en la mano. Estaba radiante con aquel vestido sin tirantes que le llegaba hasta el suelo. Pedro miró de reojo a Nicolás y supo que su amigo estaba pasando por aquella sensación paralizante en el corazón. Paula se detuvo, ocupó su lugar a su lado y durante un instante sus miradas se cruzaron. Seguramente se debía al momento, pero por una vez no daba la sensación de que quisiera romperle el cuello.

Enamorada: Capítulo 2

Paula miró a su amiga porque no era capaz de mirarle a él.

 —La próxima vez tienes que hacerme un gesto más claro.

—¿La próxima vez? —Pedro apoyó la cadera en la esquina del escritorio de Zaira. Sus penetrantes ojos verdes miraban con inteligencia. Llevaba el pelo rubio oscuro cortado a lo militar, lo que iba a juego con su mandíbula cuadrada. No era justo que el pijama verde del hospital le hiciera parecer tan sexy como un beso bajo la luna llena—. ¿Tienes pensado volver a hablar mal de mí, Campanilla?

Paula dió un respingo pero no dijo nada. La llamaba así porque medía un metro y cincuenta y dos centímetros, pesaba cuarenta y cinco kilos y llevaba el rubio cabello corto.

—¿Querías algo, Pedro? —le preguntó Zaira agarrando el bolso y poniéndose de pie.

—Solo quería confirmar la hora del ensayo de la boda.

—Mañana a las seis y media en casa. Después llevaremos a la comitiva nupcial a cenar.

—Confírmame quién estará en la comitiva nupcial —le pidió mirando directamente a Paula con un brillo travieso en los ojos.

—Vamos, Pedro, por favor. Tienes una memoria de elefante, nunca se te olvida nada. Sabes que solo son Paula y tú. Ella es mi mejor amiga y mi dama de honor. No te metas con ella.

Los dos siguientes días iban a ser como una doble cita interminable. El destino se estaba riendo a carcajadas de ella.

—De acuerdo. ¿Te encuentras bien? —señaló a Zaira con la cabeza.

—Estupendamente —la joven sonrió y se pasó la mano por el vientre—. Las náuseas matinales han desaparecido.

—Qué bien.

—Bueno, tengo que ir a buscar a Nico. Pero ustedes dos pueden utilizar mi despacho para re establecer relaciones diplomáticas.

—¿No quieres hacer de árbitro? —le pidió Pedro.

—Ni loca. Portaos bien el uno con el otro —añadió con firmeza camino de la puerta.

Cuando se marchó, Paula y Pedro se miraron. La expresión del médico era desafiante, pero no dijo nada. El silencio estaba poniéndole nerviosa y necesitaba llenarlo. En parte porque no habría demasiados invitados en el ensayo ni en la boda y en parte porque además tenía que trabajar con él. Y viajar con él, que era todavía peor.

—En cuanto al comentario que he hecho —aspiró con fuerza el aire y le miró a los ojos sin pestañear—, solo estaba expresando una opinión. Lo siento si he herido tus sentimientos.

—No parece que lo sientas —afirmó él.

Eso se debía a que solo lamentaba que lo hubiera oído.

—La procesión va por dentro.

 —A diferencia de tu punto de vista, que has expresado claramente por fuera. Y yo también tengo sentimientos.

Paula dudaba que así fuera.

 —¿Los tienes?

—Por supuesto —el tono burlón y el brillo de los ojos no la convenció, pero la combinación le aceleró el pulso más de lo que estaba dispuesta a reconocer.

Era demasiado guapo, demasiado sexy, demasiado seguro de sí mismo. Demasiado todo para su gusto. Llenar el silencio solo había servido para que se pusiera más nerviosa.

—Bueno, me alegro de que lo hayamos hablado —Paula se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones negros—. Ya me voy.

—¿Tienes algo que hacer? ¿Algún plan?

—No.

—Deberíamos ir a tomar una copa —sugirió él.

 No, no deberían.

—¿Por qué querrías hacer algo así?

 Las palabras salieron de su boca sin pensar. No era su intención mostrarse maleducada, pero sin duda podría haber tenido algo más de tacto.

Para su sorpresa, Pedro se rió.

—Nunca se me ocurrió pensar que necesitara una razón para invitar a una mujer a tomar una copa.

—Bueno, me has pillado de sorpresa. No tenemos una relación como de ir a tomar copas.

—Entonces, ¿Estás diciendo que sí necesito una razón? De acuerdo, se me ocurre más de una.

—¿Por ejemplo?

El modo en que cruzó los brazos sobre su ancho pecho hizo que los hombros parecieran todavía más anchos. A Paula se le secó la boca y se le aceleró un tanto la respiración.

—Si tomamos una copa juntos, nos conoceríamos mejor. Aliviaría la tensión, y eso haría que la celebración de la boda resultara más divertida y el viaje a Dallas más relajado.

¿En qué planeta? Nada de aquello iba a ser relajado ni fácil.

Enamorada: Capítulo 1

Paula Chaves tenía muchos secretos de los que sentirse culpable, pero su actitud hacia cierto cirujano cardiotorácico no era uno de ellos. Dejó de moverse el tiempo suficiente para mirar a Zaira Nara, su mejor amiga.

—Ya es bastante malo tener que aguantar a Pedro Alfonso en tu boda. No seré yo quien cuestione la elección de padrino que ha hecho tu futuro esposo, pero acabo de enterarme de que tengo que ir a Dallas con él.

Se encontraban en el despacho de Zaira, que estaba sentada tras su escritorio viendo a Paula  caminar sin parar presa de la frustración. Tenía el brillo de las embarazadas, ya que su bebé nacería en cuatro meses. Era una morena muy guapa, y la felicidad le hacía ser más guapa todavía.

—¿Por qué tienes que ir con él? —le preguntó.

—Llevo meses diciéndole a Alfonso  que el robot quirúrgico que va persiguiendo igual que persigue a todas las mujeres atractivas del hospital no está en el presupuesto. Me saltó y fue a hablar con mi jefe, quien me dijo que el doctor Alfonso atrae pacientes, publicidad e ingresos al Centro Médico Mercy. En resumen, es la gallina de los huevos de oro y tenemos que tenerle contento.

—¿Y cómo piensas hacerlo? —le preguntó su amiga con doble intención.

—No vayas por ahí.

Paula desde luego no pensaba hacerlo. Pedro Alfonso solo estaba interesado en el sexo sin compromiso, y a ella eso no le interesaba. Conocía a los de su clase, el tipo al que las mujeres no podían decirle que no. Ella aprendió en el instituto de la peor manera que no saber decir que no y acostarse con esa clase de chicos traía consecuencias. En su caso se trató de un embarazo no deseado y del nacimiento de una niña que tuvo que entregar en adopción. Deslizó la mirada hacia el vientre de su amiga y se fijó distraídamente en cómo se pasaba la mano en gesto protector. La envidia y la tristeza se apoderaron de ella. Lo disimulaba como siempre hacía, mostrándose picajosa. Nunca le había confesado a nadie aquel secreto, ni siquiera a su mejor amiga.

—Tengo que ir con Alfonso para hablar con el departamento comercial y averiguar si esa tecnología de la Guerra de las Galaxias es realmente viable.

—¿Y a qué se dedicará él mientras tú haces números?

—Jugar con la carísima tecnología de la Guerra de las Galaxias.

Zaira  asintió.

—Entiendo la postura de la administración del hospital. No quieren que termine trabajando en otro lado. Es muy bueno arreglando corazones.

—Me alegro, porque rompe demasiados.

Zaira le dirigió una mirada cargada de paciencia.

—Le conocerás mejor en la boda. Prometo que no te diré que ya lo sabía cuando descubras que estabas equivocada con Spencer. Si fuera tan malo como crees, no sería tan amigo de Nico.

Su mejor amiba iba a casarse de nuevo dentro de dos días con el doctor Nicolás Morales, el amor de su vida y el padre del hijo que esperaba. Paula era la dama de honor, lo que significaba que tenía que mostrarse encantadora. Pero para eso faltaba todavía dos días, y en aquel momento estaba enfadada.

—Alfonso es un imbécil.

—No es verdad. Es un buen tipo.

—Ya —Paula se cruzó de brazos dándole la espalda a la puerta abierta del despacho—. Todavía no he conocido a ningún cirujano que no se crea lo máximo y que no sea un obseso del control.

Se ponía furiosa cada vez que pensaba en la presión a la que la sometía Pedro Alfonso. Le llenaba el correo de mensajes urgentes de código rojo, y cuando eso no funcionaba la buscaba por todo el hospital hasta que daba con ella.

—¿Qué parte de la palabra «no» se le escapa?

 —Ahora no es el momento de…

—Sí, lo es —Paula tenía ganas de seguir con el tema, y no hizo caso de los ojos en blanco que puso su amiga ni de la forma en que señalaba hacia la puerta—. Te juro que, si alguna vez conozco a un médico amable, tendría relaciones sexuales con él al instante…

—Pau—Zaira se llevó la mano a la garganta para indicarle que se callara.

Ella sintió que se le caía el alma a los pies y una oleada de calor le atravesó el cuerpo.

—Está detrás de mí, ¿Verdad?

 —Tengo entendido que vamos a viajar juntos. Hola, Paula.

 El doctor Corazón de Piedra estaba justo a su lado. Tenía una sonrisa pícara.

—Y como soy un cirujano realmente amable, al parecer también vamos a tener relaciones sexuales.

—No seas malo, Pedro —le regañó Zaira—. Te he defendido, y te agradecería que no me hicieras quedar como una mentirosa.

Paula no sabía qué decir. Acababa de insultar al brillante médico al que la administración del hospital le bailaba el agua para tenerle contento. Iban a viajar juntos porque él quería un robot y ella tenía que estrujar los números para conseguirlo. Si Alfonso decía que saltaran, su jefe le preguntaría cuántas veces. Si él decía que despidieran a Paula Chaves, estaría en la calle en menos que canta un gallo.

Enamorada: Sinopsis



¿Domar al soltero más atractivo del Hospital Mercy?
Paula Chaves había decidido ignorar las chispas que surgían entre ella y el guapo cirujano Pedro Alfonso, aunque esas chispas provocaran que le temblaran las rodillas a cada instante. Hasta que llegó el viaje de trabajo que lo cambió todo.



El doctor Alfonso  tenía las miras puestas en un innovador sistema médico que podría salvar a muchos de sus pacientes. Pero no podía dejar de pensar en la directora financiera, cuya fría actitud escondía un secreto que le había cambiado la vida. Cuando su insaciable pasión tuvo una consecuencia inesperada, ¿Lograría el soltero más codiciado del Hospital Mercy convencer a Paula de que sus sentimientos eran auténticos?

lunes, 27 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 68

—Lo único que quería era a tí.

—Siempre me han atraído los riesgos, los desafíos. Nunca me detuveante nada porque no tenía nada que perder. Hasta que me enamoré de tí.

—Apartarme a un lado es una curiosa manera de demostrarlo.

—No podía dejar que miraras en mi interior. No podía correr el riesgode que me dejaras.

—Así que me dejaste tú —dijo ella sacudiendo la cabeza— Graciaspor explicarme las cosas, Pepe, pero no estoy segura de que podamos volver a tener lo que teníamos antes.

—Te equivocas. En alguna parte oí una vez que no puedes construir una vida a partir de los recuerdos. Sé por experiencia que no es cierto. Sin recuerdos,  no  tendría  vida  —dijo  y  sacando un sobre doblado de la cartera, se lo entregó—. Toma.

Ella lo tomó, con cuidado de no tocarlo.

—Esta es mi carta —dijo sorprendida.

—Sí.

—La carta en la que te decía que estaba embarazada.

—Así es.

—¿La has guardado todo este tiempo?

—Llegó justo antes de aquella última misión y la guardé en el bolsillo. Cuando los terroristas nos capturaron, la guardé dentro de mi bota. Todo el tiempo que me mantuvieron cautivo, la leí una y otra vez. Me salvó la vida. Me hizo resistir para regresar y decirte que te quería. Siempre te he querido, desde el primer momento en que te ví. Eres todo para mí —dijo mirándola con intensidad—. Dime que eso no es suficiente para construir una vida.

—No sé qué decir.

—Está bien. Seguiré hablando yo. Tienes que creerme. Prometo que nunca te fallaré. Dijiste que me querías. Espero que sigas haciéndolo a pesar de lo estúpido que he sido. Si me das otra oportunidad, pasaré el resto de mi vida demostrándote lo que valgo.

Por segunda vez en el día, la vió llorar, aunque esta vez esperaba que fuera de felicidad.

—No tienes que demostrarme nada, Pepe. Siempre he sabido que merecías la pena. Te quise la primera vez que te ví en urgencias y te quiero ahora. No creo que pueda dejar de quererte nunca.

Pedro tomó su mano y la besó. Luego, ella lo abrazó. Estaban a escasos metros de donde se habían visto por primera vez.

—Ya que la primera vez que te pedí que te casaras conmigo lo hice tan mal, esta vez debería ser más romántico y regalarte flores, para asegurarme la respuesta. Pero siendo un hombre de acción, no puedo esperar. ¿Quieres casarte conmigo, Paula?

—Lo último que dijo mi madre antes del ataque fue que tenía que dejar de preocuparme por cometer errores.

—Sé que todo esto de la comunicación es nuevo para mí, pero no séqué me has dicho. ¿Es eso un sí?

—Oh, sí —dijo sonriendo.

—Creo  que  existe  un  Dios  —dijo dejando escapar un suspiro y sonriéndole—. Y quizá algún día descubra lo que he hecho para merecerte.

—Eres un héroe.

Él sacudió la cabeza.

 —Tan sólo soy un hombre que trata de hacer las cosas bien.

—Eso es ser un héroe.

—Si tú lo dices… Parece adecuado que hayas aceptado convertirte en mi esposa aquí, en el centro médico Mercy, donde están los héroes de verdad. Y me alegro de que hayas dicho que sí.

—Dije que sí  porque te quiero  —dijo poniéndose de puntillas  y besando la cicatríz de su barbilla—Y no quiero dejar escapar a un héroe.





FIN

Nadie Como Tú: Capítulo 67

—No te preocupes. ¿Estás bien?

—Sí —dijo ella y respiró hondo—. Es sólo que… El ataque de mi madre ha sido tan repentino. No ha habido ningún aviso.

—Quizá sí.

—¿Qué quieres decir?

—¿Recuerdas el día en que vino cuando tú estabas durmiendo?

Mencionó algo de una cita con el médico. No se me ocurrió preguntarle por qué había ido al médico.

—No me dijo nada de que no se sintiera bien. Seguramente porque no quería que le diera un discurso. Cuando estábamos hablando, le dije algo sarcástico del nuevo hombre de su vida. Entonces, me dió una charla sobre… —dijo y sus labios comenzaron a temblar—. Me alegré de que cambiara de conversación. Le dije que se pusiera calor y que se tomara algo para el dolor.

—Déjalo Paula.

—¿Y si no tengo ocasión de decirle que lo siento?

—Castigarte no va a servirte de nada y no les hace bien ni a tí ni a tu madre. Pase lo que pase, lo resolveremos.

Ella lo miró como si le hubiera salido otra cabeza. Quizá así fuera. Gracias a ella, estaba pensando con claridad por primera vez en mucho tiempo. Quería a Paula más que a nada en el mundo.

Después de traer dos cafés de la máquina, Pedro se sentó junto a Paula en  la sala de espera y la tomó de la mano. Era una buena señal que no la apartara. Por fin salió el médico. Martín Tenney era más o menos de la misma estatura que Pedro y tenía el pelo y los ojos negros. Todo en él era oscuro. Se mostraba frío e insensible, pero era un buen médico.

—¿Cómo está mi madre? —preguntó Paula, poniéndose en pie nada más verlo.

—Estable —dijo Martín mirándola—. Ha tenido un ataque, pero la intervención ha sido rápida y apenas le quedará secuelas en el músculo.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Paula.

—Eso parece. Todo gracias a Pedro y a su helicóptero.

 Paula se relajó.

—Gracias a Dios.

—Él no ha tenido nada que ver en esto —dijo el doctor—. Tu madre había tenido algún susto. Tiene que empezar a cuidarse.

—Me aseguraré de que lo haga —prometió Paula.

 —Buena suerte —dijo con tono cínico.

—¿Cuándo podré verla? —preguntó Paula.

—Ahora mismo no te reconocería. Le hemos dado algo para el dolor.Dentro de un rato, la enviaremos a la unidad de cuidados cardíacos. Allí podrás verla.

Sin decir más, el médico se fue.

 —Vaya carácter —dijo Pedro.

—Sí, pero es bueno. Además, es necesario ser realista en estos casos —dijo y mirándolo, añadió—. Gracias por quedarte.

Al ver que empezaba a apartarse, Pedro la tomó por el brazo.

—Pau, espera…

—Suéltame, Pedro. De veras te agradezco que te hayas quedado, pero lo cierto es que es duro verte y…

—De acuerdo, me lo merezco. Pero hay algo que creo que debes saber.

—¿El qué?

—He hablado con Federico y tenías razón —dijo y dejó escapar un largo soplido—.  Había  otra versión de la historia.  No hubo ninguna aventura y tenía una buena razón para hacer lo que hizo.

—Me alegro. Baltazar  tiene que tener relación con su tío. Gracias por decírmelo.

—Hay más —dijo él, interponiéndose en su camino para impedir que se fuera—. Si todavía te quieres ir cuando te lo cuente, entonces no te detendré.

—No puedo. Yo… —dijo ella y apartó la mirada unos segundos— No me quedan más fuerzas.

—Eres la mujer más fuerte que conozco. Siento mucho que tu madre esté aquí, pero me alegro de tener la oportunidad de hablar contigo.

—¿Por qué ahora? No es…

—Lo único que tienes que hacer es escuchar mientras te hablo —dijo y al ver que asentía, se tranquilizó—. Soy un idiota.

—Si  esperas  que diga que no, espera sentado  —dijo  sonriendo levemente.

—De acuerdo, me lo merezco. El caso es que la primera vez te dejé porque tenía miedo de perderte mientras estaba en aquella misión.

—Sí, me lo imaginé.

—Luego conseguí un tiempo de descuento contigo porque volví con heridas que nadie podía ver, excepto tú.

—Nunca te tuve miedo, Pepe. Sé que nunca me harías daño. Todo lo que quería era ayudar.

—Ahora me doy cuenta —dijo él frotándose el cuello—. Pensaba que no podría ser normal y darte la vida que te merecías.

Nadie Como Tú: Capítulo 66

—Disculpa, quizá no haya estado a tu lado tanto como debiera, pero soy tu madre y te conozco mejor que nadie. Tienes miedo de cometer mis mismos errores y al final, estás cometiendo otros peores.

—Mamá, yo…

—No, Paula. No quiero oírlo. Pedro no es perfecto, tiene sus problemas, pero es un  buen  hombre.  Me sorprendería  mucho si no estuviera enamorado de tí. Creo que Pedro y tú tienen la posibilidad de ser felices amenos que te niegues a luchar por él.

—Él es el guerrero. Yo sólo…

Un quejido al otro lado de la línea la hizo detenerse.

 —¿Mamá? ¿Qué ocurre?

Al no obtener respuesta, Paula se puso nerviosa.

 —¿Mamá? Dí algo. ¿Estás ahí?

—Paula… —susurró Alejandra.

—Mamá, ¿Qué pasa? Dime qué está pasando.

—Me duele… Mi brazo…

—¿El izquierdo?

—Sí, el pecho… No puedo respirar.

—Oh, Dios mío…

Paula había visto a muchos pacientes con ataques de corazón y sabía lo que estaba pasando.

—Mamá, tranquilízate —dijo, tratando de mantener la calma—.Estoy llamando a emergencias.

—Pau…

—Aguanta, mamá. Voy a conseguir ayuda, no te preocupes.

Con el teléfono móvil, llamó al número de emergencias y explicó la situación. La operadora le prometió enviar una ambulancia enseguida. Si su madre estaba teniendo un ataque al corazón, prefería que la llevaran al hospital Mercy en vez de al pequeño hospital local. El problema era que Pahrump estaba a una hora en ambulancia, sin tráfico. El tiempo jugaba en su contra. Los primeros sesenta segundos era un tiempo de oro y podían suponer la diferencia entre la vida y la muerte.Si su madre pasaba aquel tiempo en la carretera, podía… Contuvo un sollozo mientras llamaba a Pedro a su teléfono móvil sin pensárselo. Si estaba en el helicóptero, no daría con él.

—Venga, contesta.

—¿Paula?

—Gracias a Dios, Pedro…

—¿Estás bien? ¿Le ocurre algo a Baltazar? Enseguida voy para allá…

—No, estamos bien. Pero te necesito.

Después de que Alejandra fuera sacada del helicóptero, Pedro apagó los motores,  abrió  la puerta del piloto  y saltó fuera. Luego corrió  hacia urgencias, deseando llegar junto a Paula. Se había puesto muy contento al ver su llamada, hasta que había percibido la tensión y el miedo de su voz. Conociéndola como la conocía,sabía que no debía de haber sido fácil para ella haberle pedido ayuda. Y prueba de su desesperación era que lo hubiera llamado. Le había gustado oírle decir que lo necesitaba. No esperaba que recurriera a él para nada, pero  estaba  dispuesto a estar siempre disponible para ella. Atravesó las puertas y enseguida la vió dando vueltas por la sala de espera.

—Pau. ¿Como estás?

Pedro se acercó y se detuvo junto a ella.

—Bien. Gracias por traer a mi madre tan rápido.

—Me alegro de poder ayudar. ¿Quieres algo?

—No. Balta está con Mariana.

—Lo imaginaba —dijo y se imaginó que todavía no la había visto—. De camino, tu madre ha estado consciente. Es una buena señal.

—El doctor Tenney no me deja estar con ella —dijo enfadada, mirando hacia las puertas—Dice que es una situación muy emocional y que a ninguna de las dos nos hará bien.

Pedro deseaba abrazarla, pero sabía que no tenía ningún derecho a hacerlo.

—El médico tiene razón. En esta situación, eres una hija no una enfermera.

—¿Desde cuándo te muestras razonable? —preguntó ella.

Sorprendida por su propio arrebato, Paula se dió  la vuelta y empezó a llorar. Se giró y ocultó su rostro con las manos.

No soportaba verla sufrir y se avergonzaba de haberle causado un daño que podía haber sido evitado simplemente hablando con ella. Parecía muy sencillo, pero no para él. Lentamente, le hizo darse la vuelta y la rodeó con sus brazos.

—Todo irá bien. No llores, Pau.

Ella hundió el rostro en el pecho de Pedro.

—Te estoy mojando —dijo ella al cabo de unos segundos mirando su uniforme de piloto—. Lo siento.

Nadie Como Tú: Capítulo 65

Por fin Paula pudo disfrutar de un día libre. Había pasado más de una semana desde que Pedro le contara lo que le había pasado, lo que había tenido que hacer para sobrevivir. Luego se había ido y no había vuelto a saber de él. Sabía que aquel departamento que siempre había sido cálido  y acogedor, se había convertido en un lugar lleno de dolorosos recuerdos de él. Se sentó en el sofá y deslizó su mano por donde él había dormido. Era un hombre grande y debía haberle resultado difícil estar cómodo allí. Al otro lado de la mesa estaba la mecedora que había comprado para Baltazar y al fondo la mesa del comedor donde habían cenado cada noche como una familia.

—¿Por qué es tan doloroso? —susurró.

Por un lado, porque había visto lo increíble que podía resultar ser una familia y por otro, porque se sentía estúpida por haber caído bajo su hechizo de nuevo. No debería haberle sorprendido que se fuera y que no quisiera verla. Lo que sí la sorprendía es que no hubiera vuelto para ver al bebé. Había muchas maneras en que podía ejercer de padre sin tener contacto con ella. Pero no había sabido nada de él y eso la preocupaba. Mientras viviera, no podría olvidar el dolor que había visto en sus ojos al contarle lo que había tenido que hacer para sobrevivir y volver a casa. Decidió llamar a Laura. Se acercó al teléfono, pero cerró su mano en un puño. ¿Cómo podía ser tan patética? Aunque lo cierto es que tampoco le quedaba otra forma de decirle que todavía lo quería y que siempre lo haría. Sentía dolor cada vez que recordaba la última vez que lo había visto y la manera en que había apartado su brazo de él. Iba a descolgar el teléfono otra vez, cuando sonó. Con la esperanza de que fuera él, miró la pantalla y reconoció el número de teléfono de su madre. Si el bebé no hubiera estado durmiendo, lo habría dejado sonar.

—Hola, mamá.

—Hola, Pau. ¿Cómo estás?

—Bien.

—¿Está el bebé durmiendo? ¿Puedes hablar?

—Sí y sí —dijo percibiendo un extraño tono en la voz de su madre—. ¿Estás bien? —Un poco cansada.

—¿Guillermo no te deja dormir?

 Alejandra rió.


—No de la manera que estás pensando. Nos lo estamos tomando con calma.

—¿Así que seguís juntos?

—Extraño, ¿Verdad? No, creo que estoy cansada porque me estoy haciendo vieja. Servir mesas me cuesta cada día más trabajo. Me duele un brazo. Seguramente me ha dado un tirón muscular.

—Ponte  calor  y  tómate un ibuprofeno  para  el  dolor  —dijo Paula,aliviada por el cambio de conversación.

—¿Cómo está Pedro?

Paula prefirió haber seguido hablando de la vida de su madre, puesto que no quería dar detalles de la suya.

—Ya sabes, Pedro es Pedro.

—¿Qué ocurre, Pau?

—Pedro se fue hace una semana y no le he visto desde entonces —dijo rompiendo a llorar.

 —Oh, cariño. ¿Qué ha pasado?

—Le pasó algo mientras estuvo en Afganistán, mamá. Fue horrible y cree que eso le hizo cambiar y que no puede estar cerca de Balta o de mí.

—Eso es una tontería. Es un padre fabuloso y ese niño lo es todo para él. Y tú también. Dios sabe que no se me da bien juzgar a los hombres, pero si Pedro no está enamorado de tí, yo soy la mejor madre del mundo.

—Mamá, nos seas tan dura contigo misma.

—Es difícil no serlo. He cometido muchos errores en mi vida —dijo y después de hacer una pausa, añadió—. Dices que no has visto a Pedro, pero ¿Has hablado con él?

—No.

—¿No ha llamado?

—No.

—¿Lo has llamado tú?

—No mamá, no lo he llamado.

—¿Por qué?

—No sé, no puedo… —dijo sentándose en el suelo—. Creo que es lo mejor. Él no me quiere como yo lo quiero y no quiero ir tras él y…

—¿Humillarte?

—No  quiero  ponernos a ambos en una situación incómoda. Probablemente lo mejor sea dejar que haya espacio entre nosotros. Al menos por ahora.

—Estás equivocada. Llámalo.

—No entiendes que…

domingo, 26 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 64

—¿Crees que el precio de un viaje a Las Vegas conseguirá que te perdone?

—Mi intención  era ayudar a que  un padre desconsolado consiga asumir la muerte de su hijo. Si a tí te ha servido de algo, me alegro.

—No hay nada que pueda alegrarme si tienes tú algo que ver en ello. Paula no tenía derecho a meterte en esto.

—Tiene todo el derecho. Te quiere.

Recordaba que se lo había dicho, pero había sido antes de que le contara todo. No había posibilidad de que una mujer como ella sintiera algo por él, ahora que  sabía lo que había hecho. Pero no tenía intención alguna de discutir sobre ella con su hermano.

—Y dime, Federico. ¿Qué consigues tú de todo esto? ¿La satisfacción de fastidiarme otra vez?

—Yo también te quiero.

—Es difícil creerlo.  Tu definición de cariño es revolcarte con mi esposa.

Federico entrecerró los ojos peligrosamente.

—Estoy cansado de ser siempre el malo. Es hora de que escuches mi parte de la historia, Pedro.

—Ya conozco todos los detalles y me pongo enfermo sólo de mirarte.

Federico se quedó mirándolo fijamente unos segundos antes de seguir hablando.

—Vino a mi casa. No estaba invitada, por si acaso te lo estabas preguntando. Yo estaba borracho.

Pedro sabía que se refería a su ex esposa.

—¿Y crees que eso justifica que te acostaras con mi esposa?

—No tengo constancia de haberme acostado con ella.

 —No ejerzas de abogado conmigo —dijo Pedro.

—No tiene nada que  ver con  mi profesión.  Ni siquiera  recuerdo aquella noche. Quizá pasó algo, quizá no.

—Me contó todo nada más bajarme del avión.

—Su versión.

Pedro se cruzó de brazos. ¿A qué estaba jugando Federico?

—¿De qué estás hablando?

—Cuando te fuiste, vino a verme, diciendo que se sentía sola. No sé qué pasó, pero unas semanas más tarde, dijo que estaba embarazada.

—Pero no lo estaba.

—Había sido un falso positivo.

—Entiendo.

—Todavía no he acabado. Decidí seguirle la corriente para ver qué tramaba. Papá tenía razón sobre ella, Pedro. Estaba hasta arriba de deudas y buscaba un hombre con dinero. Resultó que pensó que como yo era abogado, acabaría haciéndome el dueño único  de  Helicópteros Southwestern.

—¿Por eso me contó todo nada más volver?

—Insistí en que si íbamos a tener un futuro común, teníamos que ser honestos contigo. Era una oportunista, pero yo jugué mejor mis cartas.Aceleró los trámites de divorcio por mi insistencia y luego le dije que todo se había acabado. Acabaste odiándome, pero al menos conseguí que no se quedara con nada del negocio que papá nos dejó.

Pedro se quedó mirando a su hermano mientras recordaba a la mujer que había sido su esposa y a la manera en que se había acercado a él durante una cena en Las Vegas para conocerlo. Luego, su padre se había negado a conocerla y había acabado proponiéndole  matrimonio para vengarse de él. Sabía en el fondo que aquella mujer era capaz de todo lo que Federico le había contado.

—¿Por qué no me lo contaste antes?

—No me habrías creído —dijo Federico metiéndose las manos en los bolsillos.

—¿No te cansas nunca de ser el hijo bueno?

—No siempre lo he sido —dijo Federico sonriendo—. También tengo mis demonios. Siempre te he envidiado, hermanito.

—Eso es una tontería. Tú siempre fuiste el más interesante.

Federico  rió y luego se quedó serio.

—Papá siempre encontraba la manera de decirme lo orgulloso que estaba de tí.

—Eso es una novedad. Nunca me lo dijo.

 —Imagino que era incapaz de hacerlo y no me preguntes por qué. Puede que sea interesante, pero no sé leer pensamientos. Quizá fuera parte del pensamiento militar.

Aquello hizo que algo en el interior de Pedro reaccionara. Probablemente había sido la instrucción lo que le había salvado la vida y le había dado un motivo para vivir. Eso le había  costado perder a Paula.  Tenía que  agradecerle  su mediación con su hermano. Si no hubiera sido por su determinación, Federico no estaría ahora allí, contándole la verdad y lo orgulloso que su padre había estado de él.

Pedro alargó su mano.

—Gracias por traer al padre de Adrián. Y por contarme la verdad.

—De nada —dijo Federico ignorando su mano y atrayéndolo hacia él para fundirse en un abrazo.

—No volveré a ser tan idiota.

—No hagas  promesas  que no puedas  mantener —dijo Federico yambos sonrieron— Y ahora, vete a ver a Paula.

—No puedo. Tengo pesadillas. Tuve un  flashback con ella delante. Estuve a punto de hacerle daño y no quiero que corra riesgos.

—Hay ayuda para casos de estrés pos traumático. Y Paula no parece el tipo de mujer que  huya cuando las cosas se ponen  difíciles.  Quiere ayudarte. Habla con ella. Si yo tuviera una mujer tan interesada en mí como ella lo está en tí, no dejaría que se me escapara.

—Entendido —dijo Pedro sonriendo— Gracias otra vez, hermano.

 —De nada. Y llámame.

—Cuenta con ello.

Pedro se sentó en su mesa y por primera vez empezó a creer que podía ser como el resto de las personas. Tenía que agradecérselo a Paula. El problema era que la había apartado de su vida. Ahora que estaba donde ella  quería,  se daba cuenta de que había sido él el que  la había convencido de que estaba mejor sin él.

Nadie Como Tú: Capítulo 63

Durante unos segundos se quedó allí quieta, con la mirada fija en el vacío. Su fría y solitaria cama no era nada comparada con el vacío que sentía en aquel momento. Una gran tristeza fue invadiendo su cuerpo,hasta que las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.

—Yo no te escogí a tí, Pedro. Fue mi corazón el que lo hizo.

—Hay alguien aquí que ha venido a verte.

—No tengo ninguna cita —dijo Pedro mirando a Laura.

—Ahora sí. —No tengo tiempo de ver a nadie hoy.

—Pues búscalo —dijo ella dándose la vuelta y marchándose.

Tenía muy poca paciencia. Le costaba mucho esfuerzo concentrarse en el trabajo y por las tardes, era una tortura no ir a ver a Paula y a Baltazar. Había pasado una semana y los echaba mucho de menos. ¿Por qué aquel vacío le dolía tanto? La amaba y ésa era la razón.

—¿Pedro Alfonso? —preguntó una voz desde fuera de su oficina.

—Sí, mire, tengo cosas que hacer. Si no le importa…

 —Soy Juan Robertson, el padre de Adrián.

Pedro se quedó de piedra al ver al hombre, sintiéndose  culpable. Lentamente se puso de pie y se acercó a estrecharle la mano. Unos ojos azules tristes lo estudiaban al otro lado de unas gafas.

—Es un placer conocerlo, señor.

—El placer es mío, hijo.

—Por favor, siéntese.

 —No quiero robarte demasiado tiempo.  Debería haberte llamado antes de venir.

—¿Qué puedo hacer por usted?

—Tan sólo quería conocerlo y darle las gracias por lo que hizo por Adrián.

—No entiendo —dijo Pedro—Fue culpa mía que muriera.

—Murió porque un  bastardo no soporta nuestro país ni lo que representamos.

—Fui yo quien dio la orden de huida y lo pagaron con Adrián cuando toda la culpa fue mía.

—Hablé con el oficial superior de Adrián y el comandante me envió los informes.  Arriesgaste tu vida para proteger a un compañero herido y los capturaron a ambos. No tuviste más remedio que luchar y tratar de huir de las manos enemigas —dijo sacudiendo la cabeza con tristeza—Eres un héroe, hijo.

—No, señor, no lo soy.

—La culpabilidad del superviviente es una dura carga. Puede llegar a destrozar tu vida. Eso puede hacer que el fanático que acabó con la vida de mi hijo vuelva a ganar. Una bala, dos muertes.

—No sé qué decir. Si al menos pudiera…

—¿Haber hecho algo más? Su madre y yo hablamos de eso todo el tiempo. Nosotros lo animamos a que se enrolara en el ejército. Su vida no tenía rumbo y necesitaba la disciplina que ofrece el servicio militar.

—Era un buen hombre —dijo Pedro— Y un soldado ejemplar. Estoy orgulloso de haber servido con él.

—Estoy orgulloso de haber sido su padre. Y también quería que supieras que estoy orgulloso de tí, hijo. Nos habló de tí en sus cartas. Nos dijo que eras un hombre valiente y que si alguna vez tenía problemas, era en tí en quien confiaría. Me alegro de tener la oportunidad de darte las gracias en persona por estar con mi hijo cuando… —su voz se quebró unos segundos antes de continuar— Por estar con mi chico cuando yo no estaba.

—Le agradezco que diga eso, señor. Significa mucho para mí —dijo Pedro, sintiéndose mejor— ¿Cómo me encontró?

—Tu hermano me encontró a mí.

—¿Federico?

 Por segunda vez en diez minutos, Pedro se quedó de piedra.

 —Me llamó y nos trajo a mí y a mi esposa desde Indiana. Con todos los gastos pagados. Es nuestro primer viaje a Las Vegas.

—Entiendo. No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo.

Juan se puso de pie y estrechó su mano de nuevo.

—Si alguna vez vas a Indiana, ven a vernos.

—Lo haré, señor.

Vió como el hombre se marchaba y oyó voces fuera. Al momento, Federico entró.

—¿Qué demonios está ocurriendo? —preguntó Pedro, rodeando su mesa para llegar hasta su hermano.

—El señor Robertson y su esposa están de camino a su hotel en el coche que les he conseguido.

—No me refiero a eso y lo sabes. ¿Por qué lo trajiste hasta aquí? ¿Qué demonios crees que estás haciendo?

—Paula se contactó conmigo y yo llamé a Juan. Estaba muy contento por tener la oportunidad  de  conocerte.

Nadie Como Tú: Capítulo 62

—No hay ninguna guerra en esta habitación. Tan sólo estamos tú y yo, y estoy de tu lado.

—No funcionará —dijo dándose la vuelta para mirarla—No hay nada que puedas hacer para…

—No puedo ayudarte si no me dices qué te pasa.

—¿Que qué me pasa?

—Cuéntame qué ocurrió.

Distraído, Pedro se pasó la mano por la cicatriz de su barbilla. Al cabo de unos segundos, asintió.

—Estaba sobrevolando una zona peligrosa para recoger a un grupo de las fuerzas especiales en un lugar apartado de Afganistán. Justo cuando levantábamos el vuelo con todo el  mundo sano y salvo,  hubo una explosión. Nos había alcanzado un misil y el helicóptero empezó a dar vueltas. No pude controlarlo, aunque conseguí tomar tierra.

—Oh, Pepe.

—Traté de buscar ayuda por radio, pero el equipo estaba seriamente dañado —continuó—. Tratamos de resistir, pero aquellos bastardos no dejaban de multiplicarse.

—¿Qué hicieron? —preguntó al ver que se detenía.

—Uno de los hombres estaba herido y no podía correr. Nuestra única esperanza era mantenerlos ocupados mientras otros iban en busca de ayuda. Yo me quedé allí, a la espera de que el equipo de rescate llegara.Pero nos quedamos sin munición.

Si hubiera llegado un equipo de rescate, habría vuelto a casa mucho antes.

—Te capturaron.

—Sí —dijo él esbozando una triste sonrisa.

—¿No mandaron ayuda?

—Enviaron un escuadrón, pero cuando llegaron, ya no estábamos allí. Buscaron  y buscaron,  pero era como buscar una aguja en un  pajar. Demasiado desierto y demasiadas montañas.

—Pero estás aquí. Había oído que cuando te capturan, tu deber es escapar. Evidentemente, tuviste éxito.

—No mereció la pena el precio.

Al ver la expresión de tortura de su rostro, se arrepintió de haber preguntado, pero había empezado aquello y no era justo parar en aquel momento.

—¿Pepe? ¿Cuál fue el precio?

—Adrián Robertson.

—¿El soldado herido?

—Nos tuvieron prisioneros un par de días y se me ocurrió un plan para escaparnos. Él insistió en que estaba bien. Después de despistar a uno de los guardianes, salimos del poblado, pero aquel hombre hizo sonar su silbato y nos alcanzaron. Entonces —dijo tragando saliva—. Les dije que había sido idea mía.

—¿Qué les hicieron? —preguntó temiendo la respuesta.

—Nada.

—¿Cómo?

—A mí no me hicieron nada, salvo obligarme a ver cómo le pegaban un tiro a Adrián en la cabeza.

—¡Dios mío!

—La única razón por la que no me mataron a mí fue que tenía valor como rehén. Así, podrían pedir un rescate. Como si el gobierno fuera a financiar más terrorismo —dijo con rabia en los ojos—. Dicen que el éxito es la mejor venganza. Así que esperé.

—¿A qué?

—A tener una oportunidad para escapar. Cuando esa oportunidad apareció, maté para conseguirla.

Temblorosa, Paulase acercó a él y lo rodeó por la cintura, apoyando la mejilla en su hombro.

—No es culpa tuya.

 —Nadie más estaba allí, Pau. ¿De quién fue la culpa?

—De los terroristas, de la gente que nos odia. No tenías otra elección.

—No —dijo Pedro apartándola de él— Pero ahora sí la tengo.

 —No entiendo.

 Tomó los vaqueros de la silla y se los puso. Después, se puso la camiseta y las botas.

—Lo siento —dijo tomando las llaves de la mesa y mirándola—. Nunca quise que supieras nada de esto.

—Está bien. No hay ningún motivo para protegerme.

—Quizá me estaba protegiendo de mí mismo. Me gustaría que…

—Pepe, escúchame —dijo ella uniendo sus manos como para rezar— Claro que has cambiado. No es posible pasar por lo que has pasado sin cambiar. Pero te he visto con tu hijo, conmigo. Sigues siendo el mismo hombre decente, honrado y…

—No lo digas —la  interrumpió mirando  a  su  alrededor  como  si quisiera acabar de memorizar todo aquello—. Lo siento, Paula. Has elegido al hombre equivocado para enamorarte.

Y se fue.

Nadie Como Tú: Capítulo 61

Paula dió la vuelta a la almohada. Miró el reloj y vió que eran las dos y diez de la madrugada, cinco minutos más tarde desde la última vez que lo había mirado. Volvió a darse la vuelta, preguntándose cómo podía sentir tanto frío cuando hacía casi treinta grados. La respuesta era sencilla. Su cama era más ancha y fría sin Pedro. Nunca la había compartido con ella, al menos, no para dormir. Aquello era parte del problema, puesto que los recuerdos de haber hecho el amor con él no la dejaban descansar.

Después de la discusión que habían tenido, el ambiente se había vuelto aún más gélido. Quizá, si Pedro se hubiera ido a su casa cuando el médico le dió el alta, habrían evitado aquella discusión. Pero no se había ido y no lograba entender por qué. Debería haberle dicho que se fuera,aunque, acostumbrada a tenerlo allí, la soledad era algo que no podía soportar. Después de las cosas que se habían dicho aquella  tarde,  había imaginado que tras el baño de Baltazar se iría. Pero no había sido así y se había quedado.

La comunicación era esencial en toda relación. Sin diálogo, no había relación. Eso la hizo sentir un gélido vacío donde antes Pedro había hecho saltar chispas. Aquel dolor era la prueba de que había vuelto a abrirle su corazón. Sólo era posible sufrir tanto si…

Se  oyó  un  ruido  proveniente  del  salón.  Era Pedro  mascullando  y agitándose. Echó hacia atrás la sábana, se levantó y se acercó a la puerta a escuchar. Aquel murmullo incoherente se oía cada vez más y temió que despertara al bebé. En el salón, las luces de fuera del edificio se filtraban por las cortinas. Podía verlo perfectamente, su enorme cuerpo tumbado sobre  el pequeño sofá. Vestido sólo con los calzoncillos, se dió la vuelta. Tenía la almohada en el suelo. Inquieta, Paula se mordió el labio preguntándose si tendría que intervenir para acabar con aquella inquietud.

—¡No! —gritó.

Aquella exclamación la asustó y dió un salto, con el corazón latiendo agitado. Tenía que despertarlo antes de que despertara a Baltazar.

—Pepe —dijo acercándose a él. Estaba respirando pesadamente y tenía la piel sudorosa. —Despierta, Pepe—dijo tocándole suavemente el hombro.

Pasó tan deprisa que no pudo hacer nada. Estaba inclinada sobre él y al segundo siguiente estaba en el suelo. Su brazo se movió bruscamente,tomándola por el cuello. En aquel momento, vió  al Pedro guerrero que no conocía.

—Pedro, soy yo, Paula.

—¿Paula?

Un segundo más tarde, la soltó y ella empezó a toser. Pedro la tomó por los hombros y la ayudó a sentarse.

—¡Pau! ¿Qué estás haciendo?

—Tenías una pesadilla —dijo ella pasándose una mano temblorosa por el pelo. No quería que despertaras al bebé. Te toqué para despertarte y…

—¿Te he hecho daño? ¿Estás bien?

—Estoy bien, no me has hecho daño.

—Dios mío, Pau —dijo sentándose en el sofá, cuidando de no rozarla. Con los codos sobre las rodillas, agachó la cabeza y se frotó la nuca.

Ella lo rodeó por los hombros, sintiendo su piel caliente y húmeda.

—Pedro, está bien…

—No, no está bien. ¡Nunca estará bien!

—Ha sido un mal sueño, eso es todo.

—¿Todo? No tenías que haberte acercado. Podía haberte hecho daño.

—Pero no lo has hecho. Quiero ayudarte…

—No puedes ayudarme. ¿No lo entiendes? No soy el hombre que conociste, nunca volveré a serlo.

Paula no entendía nada. Tan sólo quería encontrar algo que decir que le hiciera sentir mejor.

—Te quiero.

Él se quedó completamente quieto.

—¿Cómo?

—Te quise la primera vez que estuvimos juntos. ¿Y el hombre que eres ahora? A él también lo quiero.

—Yendo  a  ver  a  mi  hermano  ha  sido  una  curiosa  manera  de demostrármelo.

—Él no es tu enemigo —dijo ella.

—Déjalo, Pau.

—No puedo.

—¿Por qué no puedes olvidarlo? —preguntó él sacudiendo la cabeza.

—Porque tú tampoco puedes. Sé que no lo entiendes, pero por eso fui a ver a tu hermano.

—En algunas guerras, es difícil ver quién es el enemigo  —dijo poniéndose de pie y dando unos pasos.

Nadie Como Tú: Capítulo 60

Paula estaba cortando un tomate y lo miró.

—Muy bien, todo está listo —dijo ella sin mostrar ningún entusiasmo.

Llevó un plato con el tomate a la mesa y le dió un trozo de plátano al pequeño para que se entretuviera y los dejara comer tranquilos. Sin decir palabra, se sentó y comenzó a comerse la hamburguesa. Pedro se sentó a su derecha, al otro lado del bebé.

—¿Qué tal te ha ido el día?

 —Bien. ¿Y el tuyo?

—Movido. Traje un paciente desde Pahrump. Una mujer se puso de parto antes de tiempo. Era un embarazo de riesgo.

—¡Oh!

—Había habido un accidente en una carretera que había cerrado el tráfico.  Había otro camino para llegar al hospital, pero eran más de cuarenta  y cinco minutos de viaje.  Así  que nos llamaron para que hiciéramos el traslado.
—Bien.

Él se quedó callado, a la espera de que le preguntara si madre e hijo estaban bien o las típicas preguntas en esos casos. Pero no dijo ni media palabra mientras apartaba la hamburguesa. Tenía la sensación de que algo malo estaba a punto de pasar.

—¿Qué has hecho tú hoy?

Ella lo miró.

—No creo que te interese.

—No habría preguntado si fuera así.

 —Fui a ver a tu hermano.

 Pedro sintió que la ira se adueñaba de su interior. Le había dejado bien claro cuáles eran sus sentimientos. ¿Qué estaba pasando?

—¿Tenías algún motivo en particular para hacer esa visita?

—Sí —respondió con mirada desafiante.

—¿Vas a contarme cuál era ese motivo?

 —No tengo nada que ocultar.

 —No se me había ocurrido que fueras capaz…

—Oh, Pedro, por favor. La expresión de tu cara me dice exactamente lo que piensas.

 —Dime que me equivoco.

—Llevé  a  Balta a  que conociera a su  tío.  Y antes de que  me interrumpas, escúchame. Federico es tu hermano y en mi opinión, tiene derecho a ver a su sobrino. Son familia.

—¿A pesar de lo que me hizo?

—Deja de ser tan testarudo y escucha su versión de la historia. Te negaste a escucharlo y deberías darle la oportunidad de que se explique.Así es como funciona la comunicación, escuchando y hablando.

Pedro  lamentaba haber abierto la boca y haberle preguntado por su día.La ira que sentía le estaba avisando de que había llegado el momento deponer fin a aquella conversación.

—Entendido.

—Ésa fue la única razón por la que fui a verlo —dijo, decidida a no desistir—Le pedí que hablara contigo.

—No tenemos nada que decirnos.

—Es evidente que tienes mucho de qué hablar, pero no conmigo.Pensé que él podría… Me da la impresión de que necesitas confiarte a alguien. Federico es tu familia —dijo encogiéndose de hombros—Así que se lo pedí.

Pedro odiaba sentir curiosidad acerca de la respuesta de su hermano,pero no pudo evitar hacer la pregunta.

—¿Qué dijo él?

—Que era la última persona a la que querrías ver. Pero al menos me dijo que se lo pensaría.

Pedro se puso de pie.

—No puedo creer que hicieras eso después de que te conté lo que había pasado y te dije que no quería que estuvieses cerca de él.

Paula apartó su plato. El bebé comenzó a protestar y se inclinó y lo tomó en brazos.

—Entiendo que quieras protegerme a mí y a tu hijo. Pero entiende una cosa: no tienes que decirme a quién puedo ver ni con quién puedo hablar.  No puedes entrar en mi vida y  pedirme que me mantenga apartada de la tuya. Puede que no se me dé bien dejar que la gente se me acerque, pero a tí te pasa lo mismo. De hecho, lo has convertido en una disciplina olímpica y has traído a casa la medalla de oro.

Él se pasó la mano por el pelo.

—Paula, yo…

—Olvídalo —dijo colocando al bebé en su cadera— Voy a bañar a Balta.

 Era cierto que había llevado algo a casa, pero no una medalla. Todo lo malo se estaba infiltrando y pronto explotaría en su propia cara, haciendo añicos su cuento de hadas. Paula lo miró con la misma expresión del día en que apareció en su casa, como si no confiara en él. El hecho de que tuviera motivos para sentirse así, le hacía sentirse aún peor.

Nadie Como Tú: Capítulo 59

Él asintió, pero no parecía dispuesto a seguir hablando de aquello.

—Pensaré en lo que me has dicho.

Estaba segura de que no era mentira. No había ninguna duda de que él recordaría aquella conversación, pero no había conseguido ninguna promesa, ningún compromiso del único miembro de su familia de que lo ayudaría. La derrota era algo amargo, frustrante y doloroso.

—Gracias por escuchar, Federico —dijo encontrándose con su mirada — No puedo dejar de pensar que eres mi última esperanza.

—Te tiene a tí. Eso lo convierte en un afortunado.

¿De veras Pedro la tenía a ella? ¿Le había entregado su corazón al hombre que una vez la había abandonado?

—Adiós —dijo tomando el portabebés.

Él dió un paso al frente.

—Deja que cargue con él.

—No, gracias. Puedo hacerlo sola.

Tal y como siempre había hecho. Había incumplido su propia promesa y había buscado  ayuda.  Si  había algo  que la caracterizase, era su determinación. Encontraría la manera de ayudar a Pedro porque no podía encontrar la manera de dejar de sentir algo por él.


Pedro estaba agotado. No podía dormir bien en el sofá del salón de Paula,aunque seguramente eso era lo de menos. Por suerte, así podía evitar las pesadillas. Estaba junto  a  la barbacoa del edificio y dió la vuelta a las hamburguesas que estaba haciendo. Luego, tomó la botella y dió un largo trago a su cerveza.  Era agosto y seguía haciendo calor,  aunque se esperaba que las temperaturas bajaran. Eso, en lo que al tiempo se refería, puesto que Paula ya se había enfriado. Desde aquella tarde de la semana pasada en que cayó en la tentación, ella se había mostrado distante. Lo cierto es que todo había comenzado con su negativa a hablar del pasado. Desde que llegara a casa del trabajo esa misma tarde, había estado callada, distraída, preocupada. Distante. Aquello tenía que ver con lo que le había dicho antes de hacerle el amor. Después de que bajaran los niveles de testosterona y de que su cabeza se tranquilizara, se había arrepentido de lo que había dicho. Ella quería al hombre que recordaba, pero él ya no era aquel hombre. La guerra lo había cambiado. Lo que había visto y hecho lo habían convertido en alguien diferente y ya no encajaba con la gente normal, pensó mientras volvía a darle la vuelta a las hamburguesas. Estaba allí por la operación que había tenido Paula y ya se había quedado demasiado tiempo. Después de poner las hamburguesas en el plato, volvió a subir al departamento.

—La cena está lista —dijo dejando la comida en la mesa del comedor.

Sentado en su trona, Baltazar se emocionó al verlo y lo besó en la frente.

Nadie Como Tú: Capítulo 58

—De acuerdo, dejaré de hacer preguntas si me haces un favor.

—Como te he dicho antes, si necesitas algo…

—Habla con Pedro.

—Cualquier cosa menos eso.

—Todavía no te he dicho de qué se trata.

—No importa, no hablará conmigo.

—Necesita abrirse a alguien —dijo y al ver que el bebé se acercaba a la vitrina donde estaba la cristalería, se acercó a él por si era necesario detenerlo—. Creo que sufrió mucho cuando estuvo en esa misión. Trata de simular que está bien, pero tuvo una pesadilla el día que… Hay algo que lo preocupa, pero no me dice qué es cuando le pregunto.

—¿Qué te hace pensar que me lo contará a mí?

—Eres un hombre y, lo que es más importante, eres su hermano.

—Como te he dicho, él ya no me ve como su hermano.

Después de que Baltazar estuviera a punto de tirar una vasija de cristal de la última balda, Paula  lo tomó en brazos.

—Tuvieron un vínculo especial una vez, eso tiene que contar para algo.

—Para él está roto.

—¿Y para tí?

Él frunció el ceño.

—Pensé que ibas a dejar de hacer preguntas.

—Todavía no has aceptado hablar con él.

 Él esbozó una sonrisa.

—Cuando decidiste ser enfermera, fue una gran pérdida  para el mundo de la abogacía.

Distraer haciendo chistes era otra cosa que a los dos hermanos se les daba muy bien.

—Tu padre fue el responsable de que Pedro se interesara por lo militar.Y ha recibido una distinción por su servicio al país.

—No discutiré eso.

—Pero, ¿Por qué su dedicación tiene que impedirle llevar una vida satisfactoria?

—¿No estás siendo un poco dramática?

—No —dijo ella colocando al bebé en su asiento y abrochándole el cinturón.

Al ver que protestaba, le dió sus llaves de plástico y rápidamente se las llevó a la boca.

—Si alguien no habla con Pedro y le convence para que cuente lo que le pasó, creo que no podrá levantar cabeza.

viernes, 24 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 57

El bebé sonrió, mostrando sus cuatro dientes, dos arriba y dos abajo. Necesitaba cambiarlo, pero decidió esperar hasta que la recepcionista volviera y le dijera que esperara a tener una cita para regresar. Justo entonces, la puerta del fondo se abrió y apareció Federico, muy guapo y con aspecto de abogado con su traje azul de rayas, su camisa blanca y su corbata roja. Quizá la ex esposa de Pedro fuera tras su dinero, pero no había ninguna duda de que  tenía  muy buen gusto por los hombres. Los Alfonso eran susceptibles de romper corazones, aunque su hijo todavía no, pensó arrugando la naríz.

—Paula —dijo Federico sonriendo—. ¡Qué agradable sorpresa!

Ella estudió la expresión de su atractivo rostro y pensó que si estaba mintiendo, lo estaba haciendo muy bien.

—Siento venir a molestarte a mitad del día.

—Ejercer como abogado no es tan excitante como las películas y los programas  de  televisión pretenden hacernos creer.  Me alegro de la interrupción.

Baltazar soltó un grito y Federico lo miró.

—Me alegro de ver a este jovencito —añadió agachándose de cuclillas junto al bebé.

—No dirás lo mismo si cambia la dirección del aire.

—¿Cómo dices? —preguntó Federico mirando hacia arriba.

—Necesita que le cambien los pañales.

—Ven a mi oficina —se ofreció él.

—No es buena idea, créeme —dijo Paula y señalando hacia el pasillo, añadió—. Iré un momento al aseo de mujeres y…

—De ninguna manera —dijo él tomando la bolsa de los pañales del hombro de Paula—. Si tienes lo necesario, yo tengo espacio.

—¿Tienes un sistema potente de ventilación? —preguntó ella.

—Soy fuerte —dijo él tomando el asiento portabebés y no dejándole otra opción más que seguirlo—. Pesa mucho.

Una vez dentro, Federico dejó el asiento del bebé, mientras Paula miraba a su alrededor.

—Acabo de decirle lo mismo —dijo ella contemplando la exquisita colección de cristalería de múltiples colores y sintiéndose extraña y fuera de lugar—. Mira, Federico, es muy amable de tu parte permitirme que lo cambie aquí, pero no está bien.

—Es mi sobrino, Paula, un Alfonso. Lo que no está bien es cambiarlo en  el  aseo  de  señoras  —dijo  sonriendo  divertido—.  No  quiero  ser responsable de las consecuencias.

Ella rió.

—¿Estás seguro?

—Mucho.

—Recuerda que ésta ha sido tu idea —dijo mientras el bebé no paraba de moverse.

Después de preparar el sitio donde lo iba a cambiar y de sacar las toallitas y el pañal nuevo,  se puso manos a la obra. Federico esperó acierta distancia, apoyándose en uno de los sillones que había frente a su escritorio.

—¿Qué tal te va, Paula?

—Bien, si no tenemos en cuenta mi reciente apendicetomía —dijo ella, levantando la mirada.

Él frunció el ceño.

 —¿Estás bien?

Paula sonrió, recordando los cuidados constantes de Pedro. Se había sentido muy bien hasta que él había roto toda comunicación.

—Sí, estoy bien. He vuelto al trabajo y hoy tengo el día libre —explicó.

 —Imagino que no tuviste ningún problema mientras estuviste convaleciente —dijo él cruzándose de brazos.

—Sí, Pedro se ocupó de todo.

—Bien —dijo él bajando la mirada unos segundos—. Ya sabes que puedes contar conmigo si me necesitas.

—Gracias. Y ahora que lo mencionas…

—¿Qué? —dijo él arqueando una ceja.

 —Pensé que era hora de que tu sobrino viniera a visitarte.

Despegó las tiras de pañal y levantó las piernas de Baltazar para limpiarlo. Cuando el pañal sucio estuvo doblado y preparado para ser tirado, le puso el nuevo.

—Me alegro de que hayas venido —dijo Federico y después de hacer una pausa, añadió—. No te lo tomes a mal, pero he de decir que ha sido muy repentino.

Ella lo miró mientras acababa de vestir a Baltazar. Ahora conocía los detalles de lo que había entre Pedro y su hermano. No le daba la impresión de que Federico  estuviera intentando ligar con ella. Todo lo contrario. ¿Cuántos hombres permitirían cambiar el pañal a un bebé en su propio despacho?

—Tienes razón —dijo levantando al bebé y sujetándolo por las manos —Es por Pedro. Por fin me ha contado lo que pasó entre ustedes.

—Entiendo.

Federico no parecía muy feliz.  El bebé se sentó y luego empezó a gatear.

-¿Es eso todo lo que tienes que decir?

—Te ha contado que me acosté con su esposa. ¿Qué más puedo decir?

—No estoy segura, pero tengo la sensación de que hay más detrás de todo eso.

—Para todo hay distintos puntos de vista —dijo.

Ella esperó, pero Federico no dijo nada más.

—¿Qué significa eso? —preguntó ella por fin.

—Siempre hay dos versiones de una historia, pero mi hermano sólo escuchó una.

Cuando el bebé se agarró a sus pantalones y se puso de pie, Federico se agachó para tomarlo en brazos. Luego, sonrió al ver a Baltazar señalar con su dedo el nudo de la corbata, probablemente la primera que veía puesto que Pedro rara vez se ponía una.

—¿Cuál es tu versión de la historia?

—No quiero ofenderte, Paula, pero eso es algo entre mi hermano y yo—dijo mirando al bebé, con una expresión triste en el rostro—. Se niega a escucharme y ha dejado bien claro que no habrá ninguna relación entre nosotros.

Algo le decía que el problema que Pedro tenía con su hermano, era la clave para que se abriera.

—¿Y a tí te parece bien? ¿No quieres arreglarlo?

—A él no parece importarle lo que yo quiero.

 Federico dejó al bebé en el suelo cuando empezó a protestar, pero Baltazar no se movió de su lado, así que le dió la mano para sujetarlo.

—Eso no es una respuesta.

Él se encogió de hombros.

—Soy abogado. No doy respuestas directas.

Ella lo observó. Tenía ojeras bajo sus ojos azules.  ¿Sería por la tendencia de los hombres Alfonso a mantenerse en el lado oscuro?  No quería eso para Baltazar , pero llevaba ese camino si no hacía cambiar a Pedro.

Nadie Como Tú: Capítulo 56

Ahora estaba allí, contenta entre sus brazos porque había dejado toda cautela a un lado y le había dicho lo que quería. Había corrido el riesgo. Sino le hubiera hablado de los demonios que lo perseguían, lo hubieran seguido hasta allí y se habrían interpuesto entre ellos. No sabía lo que le había pasado en Afganistán, pero fuera lo que fuese, le habían hecho mucho daño y no le dejaban sanar la herida.

—¿Pepe? —dijo girando la cabeza y mirándolo.

 Él le dió un breve beso en los labios.

—¿Sí? —Háblame de la oscuridad, de los demonios. ¿Qué te ocurrió en esa misión?

 Todo su cuerpo se puso rígido.

—Eso pertenece al pasado. Olvídalo. Yo lo he olvidado.

—Eso no es lo que has dicho antes.

—No puedo ser responsable por lo que digo cuando estás en mis brazos. Haces que tenga cortocircuitos en todas las conexiones de mi cabeza.

—Me sentiría halagada si no supiera que estás intentando distraerme.

—¿Y está funcionando?

—No.

—Me prometí a mí mismo que todos los malos recuerdos se quedarían allí. No me pidas que los traiga aquí de vuelta, contigo, con mi hijo y estropeen lo que tengo ahora.

Al decir aquello, ¿Cómo podía seguir insistiendo a pesar del deseo de ayudar a aliviar aquel dolor que sentía dentro? Fuera lo que fuese lo que ocultaba, estaba en su subconsciente y tenía que encontrar una vía para que saliera fuera. Pero él se negaba,apartándola  a  un  lado tal y como había  hecho cuando la había abandonado sin explicarle por qué. Le había dado su cuerpo y un intenso placer, pero no le confiaba sus secretos y aquello le dolía más que nada. Deseaba poder ocultar sus sentimientos con la misma facilidad que él, porque nunca podría apartarlo completamente de su vida. Compartían un hijo y estaba dispuesto a ser un buen padre. Eso implicaría hablar, escuchar y compartir. Supondría verlo, sabiendo que nunca tendría lo que de verdad quería. Aquél era un grado de dolor que no estaba segura de poder soportar.


Paula atravesó el vestíbulo del ya conocido edificio de oficinas de la avenida Eastern. Sus sandalias no hicieron ruido sobre la alfombra gris y se detuvo ante la puerta de la oficina de Federico Alfonso. Se cambió de mano el portabebés, recordando el día que había ido embarazada de seis meses, con el corazón partido y sin saber si estaba haciendo lo correcto.

—Cada día pesas más —dijo mirando a su hijo—. Dentro de poco,tendrás que cargar conmigo. Hemos venido a ver a tu tío Federico.

El bebé sonrió y se llevó a la boca sus llaves de plástico. Luego se quedó mirándola con sus enormes ojos azules.

—No sé qué otra cosa hacer. Papá no quiere estropear las cosas, perolo está haciendo al no contarle a mamá lo que le preocupa.

Abrió la puerta y entró en la sala de espera. Las pareces estaban cubiertas de papel pintado verde y el mobiliario era de caoba. Unos cuantos sillones de cuero estaban colocados en semicírculo junto a un sofá, creando una agradable zona de conversación. Aquello era un buen comienzo. Conversar era su objetivo. Se acercó al mostrador de recepción.

—Quisiera ver a Federico, quiero decir, al señor Alfonso —se corrigió.

Una joven la miró con sus grandes e inteligentes ojos grises. Tendría veintitantos años y era increíblemente atractiva con su larga y abundante melena morena. Su cuerpo mostraba unas curvas perfectas. Delante de ella, una placa anunciaba su nombre: Nadia Foster.

—¿Tiene cita? —preguntó.

—No —dijo dejando el asiento del niño sobre la lujosa alfombra—. Si está ocupado, puedo esperar.

—¿Su nombre, por favor?

—Paula Chaves—respondió mirando al bebé— Y él es Baltazar Alfonso,el sobrino de Federico.

Nadia Foster  abrió  los  ojos  como  platos,  pero ésa fue la única muestra de sorpresa que evidenció.

—Siéntese. Veré si está disponible.

Paula estaba demasiado nerviosa y paseó por la habitación, mirándolos cuadros de las paredes. Baltazar miró a su alrededor con curiosidad y luego arqueó la espalda y comenzó a dar patadas, muestra  de  que la tranquilidad que le había dado el coche se había acabado. Cuando empezó a gruñir y su rostro se puso rojo, no hubo ninguna duda de lo que estaba haciendo.

—Vas a tener que elegir mejor el momento.