miércoles, 15 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 33

Paula  sintió el calor de la mano de Pedro en su espalda, mientras la acompañaba a la puerta. Estaba decidida a ignorar aquella sensación. La cena sorpresa había sido maravillosa, pero no había sido más que un gesto amable y no podía permitirse pensar que fuera algo más. Si lo hacía,sería como volver al pasado y había tomado la decisión de no cometer el mismo error.

Cuando llegaron a su puerta, tuvo la extraña sensación de no estar allí. Lo único en lo que pudo pensar al sentir que Pedro retiraba la mano de su espalda, fue en lo sola que se sentía. Él abrió la puerta y luego la siguió hasta el interior.

—Todo parece estar bien —dijo, mirando a su alrededor.

—Tal y como lo dejé. Aunque se ve muy vacía la casa sin Balta aquí — dijo ella  y se detuvo—. Uy, ¿He perdido la apuesta?

Él rio.

—Hablaste del bebé diez segundos después de que hiciéramos la apuesta.

—No.

 —Quizá el cómputo del tiempo no sea exacto, pero el resultado es el mismo. Has perdido la apuesta.

—De acuerdo, he perdido. No tenía sentido discutir.

—¡A pagar!

 Ella se quedó pensativa unos segundos y luego lo miró. Estaba muy sexy con la chaqueta colgada de un dedo sobre su hombro y la corbata suelta. Su aspecto masculino le dió algunas ideas. Si el roce de su mano le había gustado tanto, estar entre sus brazos sería como comer chocolate.

—No recuerdo haber fijado las reglas de esa apuesta —dijo ella—¿Qué te debo?

Sus ojos brillaron con intensidad justo antes de dejar la chaqueta en el sofá y acercarla a él. Paula sintió la presión de su deseo contra ella y de repente le fue imposible respirar. ¿Era la muestra de que la deseaba o tan sólo una reacción natural por tenerla entre sus brazos?

—No puedo decir que sea esto lo que me debes porque no habíamos acordado nada —dijo bajando la cabeza y acercando sus labios a los de ella—, pero esto es lo que deseo.

Entonces, unió sus bocas. Aquello era un asalto a sus sentidos y, lo peor de todo, es que se le daba muy bien. Con un brazo alrededor de la cintura y el otro acariciándole el pelo para asegurarse su contacto, Pedro estaba ganando la batalla. Paula separó los labios y él  introdujo la lengua en su boca,transmitiendo dominio, control y autoridad. Él acarició su espalda arriba y abajo,  provocando chispas al hacerlo.  El sonido de su  respiración entrecortada era algo maravilloso.

Si tenía que ser sincera, a diferencia de la cena, aquello no era una sorpresa. Desde el momento en que lo había visto vestido como un modelo de revista, se había establecido una corriente sexual entre ellos.Era una turbulencia de pasión que no parecía estar dispuesta a liberar. Y allí, entre sus brazos, vió las cosas mucho más claras. No quería soltarse. Lo deseaba. Estar en sus brazos era como volver a casa después de una larga y dolorosa ausencia. Los recuerdos surgieron en  su  cabeza como un sensual caleidoscopio.  Besos  tiernos,  suaves caricias, susurros… Era una tontería, pero lo deseaba, deseaba sentir lo mismo que le había hecho sentir la vez anterior. Era consciente de que sus razones para mantenerse alejada de él eran vitales para su supervivencia,pero en aquel momento, ninguna de ellas podía alejarla del placer de sentirse en sus brazos.

Pedro se apartó y se quedó mirándola, estudiando su rostro. Luego dejó escapar un soplido.

—Creo que no es ningún secreto que te deseo.

 —Ya me lo he imaginado —dijo ella con voz sensual.

 —¿Y? —preguntó mirándola con intensidad.

—Creo que yo también te deseo.

 —¿Estás segura?

—Mucho —dijo ella incapaz de desviar la mirada, hipnotizada por la tensión que advertía en su rostro y en la curvatura de sus labios.

Paula contuvo el aliento, a la espera del asalto sensual que tanto deseaba. Pero él no se movió.

—¿Pedro?

 Él se pasó la mano por el pelo.

—Te hice daño, Paula. No tenía derecho a pensar en estar contigo de esta  manera,  pero  lo  hice.  Cuando  estuve  prisionero,  pensaba  en abrazarte, en hacerte el amor. No merezco que…

—No hablamos de eso esta noche. Dejemos que sea sólo sexo. Somos dos personas con un pasado que necesitan a alguien esta noche. Sin ataduras.

—No quiero hacerte daño otra vez. No quiero defraudarte.

Paula tomó la corbata, aflojó el nudo y se la quitó. Luego, lo miró a los ojos deseando que supiera lo que sentía.

—Mientras seas honesto con tus sentimientos, mientras hablemos, no puedes hacerme daño.

—Es justo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario