viernes, 17 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 42

—Hey, marine. ¿Está bien Balta?

Al segundo siguiente, Pedro apareció en la puerta con el bebé en brazos. Al verla, Baltazar extendió los brazos hacia ella.

—En mi opinión —dijo Pedro— quiere pasar un rato con su madre.

—Yo también quiero pasar un rato con él —dijo abriendo los brazos.

—¿Qué tal va ese dolor? —preguntó él.

Antes de dejar el hospital, les habían explicado cómo interpretar las molestias. A pesar de ser enfermera, era diferente estar al otro lado.

—No está tan mal. Sólo quiero abrazarlo.

 —¿Estás segura?

—Sí. Me preocupa más que se dé cuenta de que algo no va bien y prefiero tranquilizarlo.

—De acuerdo.

Pedro acercó al bebé hasta la cama y lo colocó sobre el regazo de Paula. Luego, se quedó junto a ellos.

—Hola, cariño. Mamá está aquí —dijo mientras  Baltazar se acercaba a ella y colocaba la cara en su pecho.

Era  demasiado esperar que un bebé tan activo se  quedara  así durante mucho tiempo. Casi al instante, levantó la cabeza y miró a su alrededor, fijándose en el vaso que había cerca. Trató de agarrarlo sin éxito y  tuvo que contener el aliento al sentir una de sus rodillas cerca de la incisión.

Pedro lo levantó y cuando el pequeño comenzó a protestar lo alzó por encima de su cabeza, haciéndole reír. A pesar de que se sentía como si un camión la hubiera atropellado, al menos Baltazar  estaba con su padre. Incluso antes de que la llevara a urgencias,  había sospechado que algo le pasaba. Decían que los profesionales de la salud eran los peores pacientes y ella no era ninguna excepción.

—Ha estado cerca —dijo Pedro acomodando a Baltazar  en su antebrazo mientras el pequeño volvía a extender los brazos hacia su madre.

—Él no lo sabe —dijo deseando abrazar a su pequeño.

—Lo sé. Pero no quiero correr riesgos y que te hagas daño.

—Déjalo en la cama. Y siéntate tú también —sugirió sonrojándose y no por culpa de la fiebre—. Así podrás detenerlo si se mueve demasiado.

—¿No te resulta incómodo tanto movimiento?

Estaba incómoda, pero no por la operación ni por el bebé. El hecho de tener a Pedro tan cerca, la incomodaba. ¿Recordaría él también que la última vez  que  había  estado  en  aquella habitación,  ambos habían estado desnudos?

—No, no me molesta.

 —Muy bien.

Pedro rodeó la cama y dejó al bebé. Luego, se acomodó al otro lado de la cama. Baltazar gateó entre uno y otro y se puso de pie agarrándose al cabecero.Luego se quedó mirando al suelo como si fuera algo fascinante mientras su padre lo sujetaba para impedir que se hiciera daño. Lo único que Paula podía hacer era mirar y divertirse. Estaba ante una situación desconocida. Aquella sensación de completa e intensa alegría no tenía sentido.¿Cómo podía sentir tanto dolor en el cuerpo por la operación que había sufrido y ser tan felíz al mismo tiempo?

Baltazar se metió debajo de las sábanas y se tumbó sobre su espalda,mirándola.

—Ma.

—Hola, pequeño —dijo Paula retirándole el pelo de la frente—. Se está haciendo grande. Dentro de poco dejará de ser un bebé.

—Sí.

—Será muy agradable cuando aprenda a usar el baño y no tenga que ir con la bolsa de pañales. Claro que eso supondrá utilizar los servicios públicos, lo que es espeluznante.

Hasta aquel momento, nunca se había preguntado cómo se las arreglaría llegado el caso.  ¿Le dejaría entrar solo en los aseos para hombres o le llevaría al de mujeres? Ahora estaba su padre para ocuparse de esos menesteres y no tenía ninguna duda de que lo haría. Era un marine. La había llevado a toda prisa al hospital y se había asegurado de que Baltazar estuviera en buenas manos. De vuelta en casa, había cocinado,había cuidado al bebé y la había atendido. Lo miró. Sus ojos azules brillaban intensos mientras cuidaba a su hijo. Sus anchos hombros habían cargado con toda la responsabilidad desde que enfermara. ¿Qué habría hecho sin él? Luego miró al bebé, que se había lanzado contra el pecho de su padre. De repente, se le llenaron los ojos de lágrimas. Por desgracia, Pedro eligió aquel momento para mirarla. Al momento, él se sobresaltó.

—¿Te duele algo?

—No. Al menos no físicamente.

—¿Qué ocurre?

Ella sollozó.

—Creo que es tan sólo el cansancio.

—¿Siempre lloras cuando estás cansada?

 —Si lo hace Balta, yo también —dijo y se frotó la naríz, tratando de calmarse—. Para eso soy su madre.

Sin decir palabra, Pedro se acercó y la rodeó con el brazo mientras su hijo jugaba sobre su pecho. Paula recordó que le había dicho que no tenía que ser fuerte siempre. Pero estaba equivocado. Ella siempre había sido capaz de arreglárselas sola. Excepto esta vez. ¿Y si él no hubiera estado allí? La sola idea la aterraba. Pero había otra que la asustaba aún más. ¿Y si llegaba a depender completamente de él? ¿Y si luego él se iba? No podía correr ese riesgo.

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