viernes, 3 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 1

No todos los días un hombre tenía la oportunidad de regresar de la muerte. El capitán de marina Pedro Alfonso había regresado del infierno.Había  aprendido lo que era enfrentarse  a  un  terrorista  dispuesto  a matarlo. Sabía lo que le había costado salvarse de la muerte y se llevaría aquel secreto con él a la tumba. Ahora tenía que verse las caras con Paula Chaves,  quien seguramente lo odiaría. Tenía razones para ello, pero aun así tenía que verla. Y a su hijo también. Tenía que explicarles.

Allí estaba en el umbral de su puerta. Alzó la mano para llamar con los nudillos, pero cerró el puño. Quizá debería haber llamado antes, pensó,pasándose la mano por el pelo, pero no le gustaba demorar las cosas.Además, antes o después tendrían que verse. Llevaba cinco minutos allí sin  llamar  a  la  puerta  y  no  había  visto  a  nadie en el complejo departamentos.

Los caminos a través de los arbustos estaban bien iluminados. Había fijado aquel encuentro a las siete y media a propósito, puesto que no era demasiado tarde, pero tampoco demasiado pronto como para que ella no estuviera en casa. Con un poco de suerte, no le cerraría la puerta en la cara. Pero si se quedaba allí mucho más tiempo, cualquiera sospecharía de sus intenciones. Se pasó la mano por el pelo otra vez y luego apretó el botón del timbre. Al no oír nada, se preguntó si las paredes serían muy compactas o si el timbre estaría estropeado. Quizá fuera él el que no oía. La guerra era algo muy ruidoso y quizá su audición se había visto afectada.

Había pasado sus pruebas físicas y estaba deseando volver a sus negocios en Servicios de Helicópteros Southwestern. El hecho de que su hermano fuera el dueño de media compañía no era algo en lo que pudiera pensar en aquel momento. Dentro del departamento, una sombra pasó junto a la ventana y oyó unos pasos al otro lado de la puerta. Si Paula era tan lista como pensaba,en aquel momento debería de estar mirando por la mirilla. Suponiendo que llegara a ella. Hacía catorce meses que no la veía, pero no había olvidado lo menuda y delgada que era. Él medía casi un metro ochenta,pero aun así sus cuerpos encajaban a la perfección. Pasaron unos segundos y reparó en que sus latidos se aceleraban. Entre Afganistán y Paula Chaves, su corazón estaba haciendo un gran esfuerzo. Pero en cualquier momento, el suspense se acabaría. Esperó y nada ocurrió. ¿Estaba al otro lado de la puerta? ¿Lo estaba mirando? ¿Y si no abría la puerta? ¿Podría culparla por no hacerlo? Debería haber llamado antes de ir.

—¿Paula? —dijo llamando suavemente con los nudillos a la puerta—.soy Pedro Alfonso—añadió, por si acaso no lo recordaba.

Aquello no era normal, no después de la carta y de lo que le había dicho en ella. Pero sabía por propia experiencia que las mujeres podían olvidarse de los buenos recuerdos cuando querían hacer daño.

Dentro, se oyó descorrer una cadena justo antes de que el pomo de la puerta girara y Paula apareciera ante él. No dijo nada, tan sólo se quedó mirándolo, con los ojos abiertos como platos. Aquella expresión le resultó familiar. La conmoción era una manera de proteger la mente y el cuerpo,una pausa hasta que ambos fueran lo suficientemente fuertes como para enfrentarse al trauma. Nunca se había considerado parte de un trauma,pero ahora se daba cuenta de que no había llamado por miedo a que le colgara el teléfono o se negara a verlo o a hablar con él.

Ahora que la tenía tan cerca y sentía el calor de su piel, se daba cuenta de lo mucho que necesitaba verla y hablarle. Estaba más guapa delo  que  recordaba.  Sus  ojos  eran  grandes  y,  aunque  a  primera  vista parecían marrones, tenían brillos dorados, lo que le hizo recordar que cuando miraba al sol sus ojos se volvían verdes. Seguía siendo menuda y,a pesar de la ropa que llevaba, le daba la impresión de que tenía más curvas que la última vez que la había visto, cuando le había hecho el amor. Su melena morena y brillante caía sobre sus hombros, al igual que cuando la había besado hasta dejarla sin aliento. Entonces sus ojos se habían vuelto verdes sin que el sol tuviera nada que ver con ello. Pero ahora no estaba sonriendo.

—¿Paula?

—Pedro—susurró ella—. Pensé que nunca más volvería a verte.

—Sorpresa —dijo él encogiéndose de hombros y apoyándose en el umbral de la puerta.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Aquél no era el recibimiento que esperaba, lo que le hizo recordar que se había hecho un guión para aquel encuentro. En su cabeza había visto sonrisas, abrazos y hasta lágrimas de alegría.

—Quería verte.

—¿Por qué?

Quería creer que sus palabras eran resultado de la sorpresa, pero sabía  que  no  era  así.  Le  había  hecho  daño  rompiendo  con  ella bruscamente. Ella no había logrado entender que era lo mejor, pero tampoco se lo había explicado.

—Recibí la carta —dijo él.

—No estaba  segura  —replicó ella alzando la barbilla—.  No  me contestaste.

—Hay un motivo para no haberlo hecho.

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