miércoles, 22 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 48

Se pasó la mano por el pelo. Como buen soldado, esperaba lo mejor aunque siempre estaba preparado para lo peor. A la larga, aquel tiempo que estaba pasando con Paula y con su hijo tendría un precio. Cuando todo acabara, siempre tendría una idea de lo que podía haber sido. Si fuera un hombre íntegro, le prometería un futuro. Pero no le gustaba prometer algo a menos que estuviera seguro de poder cumplirlo.

—No puedo creer que haya dormido tanto tiempo. Es casi la hora de cenar —dijo Paula, entrando en el salón.

Bostezando, se sentó en el sofá y se frotó los ojos. Pedro estaba sentado en la mecedora, con la mirada perdida.

—Necesitabas descansar.

—¿Dónde está el bebé?

—Está durmiendo —dijo y la miró por fin. Ella gruñó.

—Eso significa que se despertará a medianoche.

—Vino tu madre —dijo como si no la hubiera escuchado.

 Ella se quedó helada.

—¿Mi madre aquí? ¿Vino desde Pahrump?

—Sí, dijo que estaba por la zona para una revisión en el médico, nada serio.

 —¿Por qué no me despertaste?

—Dijo que no lo hiciera, que te dejara descansar. Te dejó algo sobre la mesa.

—Una chocolatina —dijo ella sin mirar.

 —¿Eres adivina? —dijo mirándola con los ojos entrecerrados—. ¿Cómo lo has sabido?

Ella tomó la chocolatina.

—Es lo que más me gusta en el mundo, después de Balta —añadió—. Me gusta comerla sola o con helado de vainilla.

—¿Cómo sabías que tu madre te había dejado algo?

—Una vez, de pequeña, estaba muy enferma. No recuerdo si fue un catarro o una gripe, pero estuve a punto de ingresar en el hospital. El médico me dijo que tenía que comer y reponer líquidos. Mamá me tentó con todo lo que se le ocurrió y me trajo esa chocolatina. Me encantó.

—Evidentemente, te pusiste bien.

—Sí. Y no tuve que quedarme en el hospital.

—¿Quién  sabía  que  una  chocolatina  rellena  de  caramelo  tendríapropiedades curativas?

—Es milagrosa —dijo encogiéndose de hombros—. Desde entonces,siempre que no me encontraba bien, me traía una.

—¿Siempre?

Ella asintió.

—No siempre se lo decía porque no quería preocuparla y no había mucho dinero. Pero si se daba cuenta de que no me encontraba bien, me traía chocolate para hacerme sentir mejor. Siempre se acuerda.

Pedro frunció el ceño.

—Es extraño. Por lo que me ha dicho, me ha dado la impresión de que siente como si lo hubiera hecho todo mal.

Paula empezó a sentirse mal.

—¿Qué ha dicho?

—Que creía que quererte por encima de todo era suficiente puesto que no siempre podía estar presente.

Paula sintió aquellas palabras como un puñetazo en el pecho.

—¿Estás seguro de que mi madre dijo eso?

Por una décima de segundo, los ojos de Pedro se iluminaron con un brillo de humor.

—Se parecen mucho.

—Sí, eso dice todo el mundo.

—¿Así que en ocasiones estuvo ahí a tu lado?

—Claro, ¿Por qué?

—Porque por la manera en que ambas hablan, no parece que sea candidata al premio de madre del año.

—¿Acaso no quieren todos los niños que sus padres sean los mejores?

—Los míos no lo fueron.

—Los de nadie lo son —dijo ella—. Eso es lo que quiero decir. Y si lo fueran, los niños encontrarían algo de lo que quejarse.

—Bueno, me ha hecho pensar en mi padre.

—No preguntaré cómo mi madre lo ha conseguido. Pero, ¿En qué piensas?

Él se encontró con su mirada.

—En cómo nunca estuve a la altura de lo que mi padre esperaba. Probablemente me quería, pero tenía una extraña manera de demostrarlo.Para mí es una perspectiva nueva puesto que nunca creí que le importara.

—¿Qué ha dicho mi madre?

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