lunes, 6 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 9

—¿Qué pasa, pequeño?

Contrariado,  Pedro  comenzó a acunarlo,  pero  aquello  era  territorio desconocido para él y su cuerpo lo evidenciaba alto y claro. Estaba tenso e incómodo y  Baltazar lo notó. Sus llantos se hicieron más intensos en cuestión de segundos. Por desgracia, pasaba de su hora habitual de acostarse, el bebé estaba cansado y no había esperanza de distraerlo.

—Déjamelo a mí —dijo Paula tomando al bebé.

El pequeño buscaba la tranquilidad de la leche materna, otro ritual nocturno. Era algo que Pedro tampoco había visto y que no se sentía cómoda haciéndolo delante de él. Pero al ver que el bebé estaba cada vez más inquieto,  supo que no le quedaba otra opción.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó él.

—Quiere que le dé el pecho —explicó.

Paula se fue al dormitorio, tomó una manta y se sentó en el sofá, confiando en que Pedro se sintiera tan incómodo como ella. Esperaba que se diera cuenta y se fuera. Al ver que no se movía, se subió la camiseta con toda la dignidad que le fue posible, colocó a Baltazar junto a su pecho y enseguida el pequeño comenzó a succionar. Todo estaba en silencio, a excepción del sonido del motor de la nevera.

—¿Qué pasa cuando estás trabajando? —preguntó Pedro—. Me refiero a como… Evidentemente, no dejas que pase hambre.

Aquel  hombre  sabía  pilotar  helicópteros  y  manejar  máquinas complejas, pero dar el pecho era todo un misterio para él. Eso la hubiera hecho reír si no fuera por la tensión del momento.

—Me la saco.

—¿Cómo?

La expresión de sorpresa de su rostro hacía que se le viera aún más guapo y eso la puso más tensa. Baltazar se quejó.

—Está bien, cariño —lo reconfortó.

El sonido de su voz lo tranquilizó. Luego, levantó la mirada y observó a Pedro.  Estaba  de  pie,  con  las  piernas  separadas  como si estuviera protegiéndolos,  lo que le resultaba  extrañamente  reconfortante.  Sus vaqueros ajustados y su camiseta negra se amoldaban a su cuerpo y no dejaban ninguno de sus músculos a su imaginación. Había pensado en él muchas veces desde que la dejara.

—Tengo un sacaleches —explicó—. La guardo en botellas y la congelo para llevársela a Mariana Watson. Es la mujer que te dije que lo cuida mientras yo trabajo.

—Entiendo.

—También ha empezado a comer alimentos sólidos: cereales, fruta,…—al ver su expresión, añadió—. Puré de fruta. Todavía no tiene dientes.

—Lo sé —dijo sonriendo, antes de ponerse serio de nuevo—. ¿Dónde aprendiste todo eso?

—Lo aprendes sobre la marcha, no queda otro remedio.

Recordó cuando nació Baltazar  y cómo se había sentido sola con el recién nacido, al tratar de darle el pecho. Aquella primera noche, ambos lloraron juntos. Pero lo había superado. Así había sido y así continuaría siendo. Al  sentir  que  el  pequeño  se  había  relajado,  supo  que  se  había dormido.

—Voy a meterle en la cuna —dijo poniéndose de pie.

Pedro asintió y, para su alivio, no la siguió a la habitación. Tumbó al bebé sobre su espalda y lo arropó con una manta. Era mayo en Las Vegas y no hacía frío. Era más un gesto maternal que una necesidad de mantenerlo abrigarlo. Después de ajustarse la camiseta, volvió con él.

—Ya tengo lista tu cena —dijo.

La había puesto en la barra, junto a un vaso de té helado. Aunque no se sentía hambrienta, sabía que tenía que comer algo y sentarse. Él estaba de pie en la cocina, frente a ella.

—Gracias.

Él se encogió de hombros.

—Sé meter y sacar la comida de un microondas.

Con aquel comentario, había pretendido decir que no sabía qué hacer con el bebé. El dolor en su expresión le hizo desear consolarlo.

—Tener un hijo es la cosa más normal del mundo, pero no vienen con un manual de instrucciones.

—Siento no haber estado aquí.

Paula tomó un trozo de carne, lo masticó y se lo tragó.

—No es culpa tuya, Pedro —fue todo lo que se le ocurrió decir. Y no lo era. Aquel silencio le dolía intensamente, especialmente ahora que sabía que había estado prisionero en Afganistán y por eso no había podido responder su carta.

—Nunca sabré lo que se siente al tomarlo en brazos de recién nacido.

—Si te sirve de consuelo, él no lo recordará —dijo y se terminó el puré de patatas antes de añadir—. Lo que no está mal. Era tan pequeño que tardé un tiempo en aprender a manejarlo.

—Eso es lo único que pido, Paula —dijo apoyando sus musculosos brazos en el mostrador frente a ella y mirándola con intensidad—. Todo lo que quiero es tener tiempo para conocer a mi hijo y aprender a cuidarlo. Y que él me conozca y aprenda a confiar en mí.

—Ésa es la parte difícil —dijo—. ¿Por qué tengo que creer que te quedarás cerca?

¿Por qué debía creer que era diferente a los otros hombres que había conocido, aquéllos que entraban y salían continuamente de la vida de su madre cuando era pequeña? Con cada uno de ellos había esperado y rezado para que se quedara y pudiera tener una familia, un padre y una madre como el resto de los niños. Pero nunca había ocurrido y no quería que Baltazar se llevara las mismas decepciones que ella.

Pedro bajó la mirada unos segundos y luego la miró a los ojos.
—Creo que no hay nada que pueda decir para convencerte. Pero escucha. No estaba aquí cuando estabas embarazada ni durante sus primeros meses de vida. Ahora me quedaré cerca, cuenta con ello.

Tenía que ser justa. No tenía otra opción que dejarlo disfrutar de su hijo. Pedro tenía derecho a ello. No era culpa suya que su atracción hacia él siguiera viva. Como no estaba dispuesta a perder de vista a Baltazar, tendría que verlo y asegurarse de que la historia no volviera a repetirse.

La última vez, él sólo había querido sexo. Ahora estaba allí por el bebé. No tenía nada que ver con ella y tenía que recordarlo. Ya había sufrido un gran dolor a cuenta de él, pero tan sólo había sido el avance del gran daño que podía haber causado a su corazón.

—De  acuerdo  —dijo  ella—.  Puedes  venir  —y  levantando el  dedo índice,  añadió  a  modo de advertencia—.  Y no vuelvas a hablar de matrimonio.

Como si eso fuera a protegerla de una catástrofe emocional. Pero al menos, tenía que confiar en que así fuera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario