domingo, 26 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 61

Paula dió la vuelta a la almohada. Miró el reloj y vió que eran las dos y diez de la madrugada, cinco minutos más tarde desde la última vez que lo había mirado. Volvió a darse la vuelta, preguntándose cómo podía sentir tanto frío cuando hacía casi treinta grados. La respuesta era sencilla. Su cama era más ancha y fría sin Pedro. Nunca la había compartido con ella, al menos, no para dormir. Aquello era parte del problema, puesto que los recuerdos de haber hecho el amor con él no la dejaban descansar.

Después de la discusión que habían tenido, el ambiente se había vuelto aún más gélido. Quizá, si Pedro se hubiera ido a su casa cuando el médico le dió el alta, habrían evitado aquella discusión. Pero no se había ido y no lograba entender por qué. Debería haberle dicho que se fuera,aunque, acostumbrada a tenerlo allí, la soledad era algo que no podía soportar. Después de las cosas que se habían dicho aquella  tarde,  había imaginado que tras el baño de Baltazar se iría. Pero no había sido así y se había quedado.

La comunicación era esencial en toda relación. Sin diálogo, no había relación. Eso la hizo sentir un gélido vacío donde antes Pedro había hecho saltar chispas. Aquel dolor era la prueba de que había vuelto a abrirle su corazón. Sólo era posible sufrir tanto si…

Se  oyó  un  ruido  proveniente  del  salón.  Era Pedro  mascullando  y agitándose. Echó hacia atrás la sábana, se levantó y se acercó a la puerta a escuchar. Aquel murmullo incoherente se oía cada vez más y temió que despertara al bebé. En el salón, las luces de fuera del edificio se filtraban por las cortinas. Podía verlo perfectamente, su enorme cuerpo tumbado sobre  el pequeño sofá. Vestido sólo con los calzoncillos, se dió la vuelta. Tenía la almohada en el suelo. Inquieta, Paula se mordió el labio preguntándose si tendría que intervenir para acabar con aquella inquietud.

—¡No! —gritó.

Aquella exclamación la asustó y dió un salto, con el corazón latiendo agitado. Tenía que despertarlo antes de que despertara a Baltazar.

—Pepe —dijo acercándose a él. Estaba respirando pesadamente y tenía la piel sudorosa. —Despierta, Pepe—dijo tocándole suavemente el hombro.

Pasó tan deprisa que no pudo hacer nada. Estaba inclinada sobre él y al segundo siguiente estaba en el suelo. Su brazo se movió bruscamente,tomándola por el cuello. En aquel momento, vió  al Pedro guerrero que no conocía.

—Pedro, soy yo, Paula.

—¿Paula?

Un segundo más tarde, la soltó y ella empezó a toser. Pedro la tomó por los hombros y la ayudó a sentarse.

—¡Pau! ¿Qué estás haciendo?

—Tenías una pesadilla —dijo ella pasándose una mano temblorosa por el pelo. No quería que despertaras al bebé. Te toqué para despertarte y…

—¿Te he hecho daño? ¿Estás bien?

—Estoy bien, no me has hecho daño.

—Dios mío, Pau —dijo sentándose en el sofá, cuidando de no rozarla. Con los codos sobre las rodillas, agachó la cabeza y se frotó la nuca.

Ella lo rodeó por los hombros, sintiendo su piel caliente y húmeda.

—Pedro, está bien…

—No, no está bien. ¡Nunca estará bien!

—Ha sido un mal sueño, eso es todo.

—¿Todo? No tenías que haberte acercado. Podía haberte hecho daño.

—Pero no lo has hecho. Quiero ayudarte…

—No puedes ayudarme. ¿No lo entiendes? No soy el hombre que conociste, nunca volveré a serlo.

Paula no entendía nada. Tan sólo quería encontrar algo que decir que le hiciera sentir mejor.

—Te quiero.

Él se quedó completamente quieto.

—¿Cómo?

—Te quise la primera vez que estuvimos juntos. ¿Y el hombre que eres ahora? A él también lo quiero.

—Yendo  a  ver  a  mi  hermano  ha  sido  una  curiosa  manera  de demostrármelo.

—Él no es tu enemigo —dijo ella.

—Déjalo, Pau.

—No puedo.

—¿Por qué no puedes olvidarlo? —preguntó él sacudiendo la cabeza.

—Porque tú tampoco puedes. Sé que no lo entiendes, pero por eso fui a ver a tu hermano.

—En algunas guerras, es difícil ver quién es el enemigo  —dijo poniéndose de pie y dando unos pasos.

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