lunes, 13 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 30

—Lo del ángel debe venirle de tí.

—No soy ningún ángel.

—Bueno, desde luego que no lo ha heredado de mí —dijo él con mirada burlona. —El tiempo lo dirá. Pero se parece mucho más a tí. Incluso su…

Paula se detuvo un segundo antes de que la palabra tío saliera de su boca. Federico se había dado cuenta del parecido, pero eso no era algo que quisiera contarle. Era mejor no mencionarlo.

—¿Qué?

—Nada. Que tiene tus mismos ojos y pelo. Antes de que nos demos cuenta, las chicas irán tras él.

—Ningún problema, siempre y cuando dé con una mujer como su madre que se ocupe de él.

—¿Qué ha pasado en el helicóptero? —preguntó Paula—. ¿Acaso hubo una interrupción de oxígeno?

—No vuelo tan alto como para necesitar oxígeno. ¿A qué te refieres?

—Me refiero a tantos halagos.

—Sólo  estoy  diciendo  la  verdad  —dijo y de repente sacó su busca personas y miró la pantalla—. Tengo que irme, te veré después del trabajo —añadió y tomando su taza de café, se levantó.

—De acuerdo.

Paula lo observó marcharse y se quedó mirando sus anchos hombros y su estrecha cintura bajo aquel aspecto tan masculino que le daba el uniforme de piloto.

—Lo siguiente que oirás serán las alarmas de fuego saltar.

—¿Cómo? —dijo Paula  apartando la vista de la entrada del comedor.

—Tú, Pedro, chispas, fuego… —dijo arqueando las cejas—. Creo que no me habías contado que todavía sientes algo por él.

—Porque no siento nada —dijo Paula tomando el tenedor y empezando a comer, aunque su apetito había desaparecido.

—Soy yo, tu amiga, la que estaba allí para recoger los pedazos de tu corazón roto. Te escuché durante todos aquellos días que iban pasando sin que él respondiera tu carta.

—No fue culpa suya.

—Eso no cambia el hecho de que creyeras que no te quería ni a tí ni a tu hijo. Recuerdo lo mucho que sufriste, aunque parece que tú ya lo hayas olvidado.

—¿Cómo podría olvidarlo? Pero se trata de Pedro.

 —Sí, ya lo he visto. Pero no todo es el aspecto.

—No es sólo eso. ¿Tan tonta te crees que soy?

—Soy yo —dijo Romina otra vez sonriendo—. A diferencia de Pedro, yo sí sé que no eres ningún ángel.

—Está bien. Admito cierta vulnerabilidad a esos ojos y a esa sonrisa.Pero tú misma lo has dicho. Cuando aparece un héroe… Lo está haciendo todo bien, me refiero a ejercer de padre de Baltazar. Incluso me pidió que me casara con él.

—¿Que hizo qué? —dijo Romina deteniendo el tenedor a medio camino entre el plato y su boca—. No me lo habías contado.

—¿De veras? —preguntó Paula haciéndose la despistada—. Fue justo cuando volvió —añadió—. después de ver a Balta por primera vez, dijo que deberíamos casarnos.

—¿Y qué dijiste?

—Que no. Pero…

—¿Qué? —preguntó su amiga con una extraña expresión.

—El caso es que cada vez me resulta más difícil recordar el motivo por el que estaba enfadada con él.

Romina se terminó su ensalada y dio un trago a su refresco.

 —Entonces, deja que yo te lo recuerde. Apareció, te sedujo con su porte de piloto y luego, sin más, te dejó.

—Sí, pero…

—Pero nada —dijo Romina—. No me digas que eso fue antes de que supiera de Baltazar.  El caso es que aquello fue una muestra de cómo es en verdad: sencillo y simple. Si la relación no es sólida, unirse sólo por el niño no funcionará.

—Me besó, Romi.

—¿Te refieres a antes, verdad, a cuando estaban juntos?

 —No, me refiero a ahora, después de que volviera.

—¿Dónde?

—Aquí en el hospital.

—No, me refiero en dónde te besó —dijo Romina sacudiendo la cabeza— En la mejilla, en la mano…

—No, en los labios.

—Dime que no sentiste nada.

—Podría decirte eso —dijo Paula—, pero sería una gran mentira.

—¿Y por qué no me lo contaste antes?

Paula apartó su plato de ensalada sin mirar a su amiga a los ojos.

—Porque sabía lo que me dirías. Y tienes razón —dijo levantando la mirada—. Pero hay algo que no puedo dejar de dar vueltas en mi cabeza. ¿Y si tenía un buen motivo para dejarme?

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