lunes, 6 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 10

Paula le había dado permiso para que se comportara como el padre que era. A la mañana siguiente, el día amaneció brillante y Pedro  se presentó en la puerta de Paula con unos donuts. Decidió no llevar café, puesto que después de informarse en varias páginas de internet, no estaba seguro deque la cafeína no llegara a Baltazar a través de su madre. Por lógica, aquello no podía ser bueno para un bebé. Llamó suavemente a la puerta con los nudillos por si el bebé estaba todavía durmiendo.  No sabía mucho,  pero por la  escasa información  que tenía,  los padres noveles estaban cansados,  lo que significaba que los bebés no dormían demasiado. Paula abrió la puerta con una taza de café en la mano,  lo que respondía a su pregunta sobre la cafeína.

—Hola. Has llegado pronto.

«Estás preciosa», pensó y por unos segundos pensó que lo había dicho en voz alta. Era completamente cierto, pero no querría oírlo de él.Su pelo castaño estaba revuelto de dormir y recordaba haber acariciado aquellos sedosos mechones  durante noches enteras.  Llevaba  unos pantalones cortos blancos y una camiseta sin mangas verde.  Estaba descalza y no llevaba maquillaje en la cara. Lo había dejado sin aliento y, al parecer, sin palabras también, puesto que no sabía qué decir.

—Hola —dijo dándole la bolsa—. Traigo el desayuno.

—Gracias. Pasa.

—No estaba seguro de lo del café y que la cafeína pasara a Baltazar, así que… —dijo siguiéndola dentro.

—Es descafeinado —dijo Paula levantando la taza—. ¿Quieres?

El verla ya le había producido una sacudida sin necesidad de cafeína.

—Me encantaría una taza de café.

Miró a su alrededor y vió a Baltazar sentado en una trona comiendo algo que parecía un pedazo de pan. Tenía restos de comida en su mano, en su cara y en la parte visible de su cuerpo. El bebé alzó la mano y se la pasó por el pelo, antes de que se tirara de un mechón.

—Oye, jovencito —dijo acercándose y parándose al lado del bebé que lo miraba interesado con sus grandes ojos azules.

—Yo no me acercaría demasiado —advirtió Paula con la cafetera en la mano—. Está muy sucio.

—Sí, ya lo he visto.

—No para quieto con las manos. Es como tú… —comenzó a decir,pero se detuvo y se sonrojó—. No importa.

Era imposible ignorarlo cuando le acababa de recordar lo bueno que había sido el sexo. Aunque no hacía falta que se lo recordara. Pero ella tenía razón, lo mejor era no mencionarlo. Sonrió al bebé.

 —¿Cómo va todo, Balta?

—Creo que le están saliendo los dientes —dijo Paula—. Y le molestan por la noche. De hecho eso que tiene en la mano es una galleta para morder. Le gusta mordisquearla. Lo mantiene ocupado durante un buen rato.

Pedro  se acercó a la barra y la observó echando azúcar y leche en su taza. Recordaba que era muy exquisita para el café. Con la otra taza en la mano, se acercó al mostrador, manteniendo la barra entre ellos.

—Toma.

—Gracias —dijo él tomando la taza humeante.

Le gustaba el café solo. No había nada como el olor a café recién hecho, a excepción del dulce aroma de Paula. El aroma de su piel le recordaba a flores frescas. Para una mujer que no había dormido bien, se la veía muy atractiva. Para ser un hombre que la había dejado, seguía sintiéndose muy atraído por ella. ¿En qué había estado pensando para hacerlo? Se había ido antes de que ella lo dejara. No había querido sufrir otra vez, era tan sencillo como eso. Pero no había nada sencillo sobre la manera en que se perdía en aquellos enormes y expresivos ojos.

—Estás aquí para un cursillo acelerado en el cuidado de niños. Así que…

Se la veía nerviosa. Bien, no era sólo él.

—Yo no lo diría así —dijo y no pudo evitar sonreír—. Yo hablaría de un campamento militar para bebés.

—Bien dicho.

—¿Por dónde empezamos?

 Paula miró hacia el bebé.

—Lo primero, el baño. ¿Quieres sacarlo de su silla?

—Un piloto ha de tomar los mandos antes o después.

—Recuerda que está fuerte y que llorar le va bien para sus pulmones.

 «Pero no tan bien para mi corazón», pensó Pedro.
La noche anterior, su hijo había llorado porque no conocía a su propio padre. Pedro se había sentido triste, incapaz de ayudar y eso le había dolido en un lugar que ni tan siquiera sabía que existía. Odiaba eso. Paula había manejado la situación con mucha facilidad. Pero le llevaba cuatro meses de ventaja, incluso más si se tenía en cuenta el tiempo que había llevado al bebé dentro. Era ese tiempo que  había perdido lo que le molestaba.Lo único que podía hacer era empezar ahora y aprender, porque no quería volverse a sentir indefenso otra vez.

1 comentario:

  1. Me encanta esta historia. Que bueno que Pedro empiece a ocupar su rol de papá!!

    ResponderEliminar