viernes, 31 de marzo de 2017

Enamorada: Capítulo 9

En circunstancias normales, a Paula le encantaba ir al aeropuerto. Pero no había nada de normal en aquella situación. Para empezar, porque incluía a Pedro Alfonso, que le tocaba todas las teclas. Ninguna de ellas buena. Todavía no entendía cómo había logrado convencerla para que compartieran coche. Aunque eso no era exacto. Pedro habló y cuando dejó de hacerlo no había espacio para maniobrar. Así que le dió su dirección.

Ahora le estaba esperando en el porche delantero de su casita de tres habitaciones en la zona de Green Valley. La había comprado nueva hacía un año y medio como símbolo de empezar de cero. De seguir adelante. Era importante que dejara atrás su pasado contaminado y el estigma de la adolescente embarazada que no se quedó con su bebé. Entonces apareció un deportivo BMW en la entrada. Dió por hecho que se trataba de Pedro, ya que ella no conocía a nadie que tuviera un coche de lujo. Cuando le vió bajar y dirigirse hacia el sendero de piedra con aquella chaqueta azul de botones dorados, la camisa blanca y los pantalones sport, Paula se quedó literalmente sin aliento. Las gafas de sol oscuras añadían más resplandor a su impresionante aspecto.

—Llegas pronto —consiguió decir.

—Y tú ya estás preparada —Pedro miró hacia la pequeña maleta de fin de semana que llevaba—. ¿Dónde están el resto de tus cosas?

—Está todo aquí.

—¿Te das cuenta de que vamos a estar fuera varios días y vamos a visitar varios hospitales de Dallas?

Ella asintió.

—Son reuniones de trabajo. Hay que planearlas bien y viajar ligera de equipaje.

Pedro se quitó las gafas de sol y se las colgó del bolsillo de la chaqueta mientras clavaba sus penetrantes ojos verdes en ella.

—No eres como las demás mujeres, ¿Verdad?

—No sé si sentirme insultada o halagada… ¿Tú qué dices?

—Es un cumplido. Y lo digo porque hasta ahora no había conocido a una mujer que pudiera hacer un viaje de esta duración únicamente con una bolsa pequeña.

—Teniendo en cuenta la cantidad de mujeres que conoces…

—¿Yo? —Pedro alzó una ceja.

—Rumores de hospital —ella se encogió de hombros y sonrió—. Las noticias vuelan.

—Vaya —Pedro se la quedó mirando fijamente—. Has sonreído.

—Lo hago con mucha frecuencia.

—No conmigo —aseguró él—. Siempre que me tienes cerca estás de mal humor.

Y con motivo. Pedro era descarado, seguro de sí mismo y completamente su tipo. La clase de hombre que prometía todo lo que ella siempre había deseado y luego se marchaba sin decir una palabra. Él consultó su Rolex.

—Será mejor que nos vayamos. Puede que haya tráfico.

Paula agarró el asa de la maleta, pero Pedro le apartó la mano.

 —Yo la llevaré —se puso las gafas de sol y ocultó así cualquier expresión—. Y para que lo sepas, salgo con mujeres, pero la cantidad que se maneja en el hospital es sumamente exagerada.

Paula no tenía respuesta a aquello, algo que se estaba convirtiendo en una incómoda costumbre en lo que a él se refería. Pedro le abrió la puerta del coche. Cuando se puso tras el volante, su aroma sensual y masculino la rodeó. Era como si la estuviera estrechando entre sus brazos. Entonces él metió la llave en el contacto y el coche se puso en marcha. Era como viajar en una nube. Sabía que su mejor defensa era derribar aquel sentimiento descontrolado con palabras, pero hasta el momento no había funcionado muy bien con él. Sin embargo, la conversación era mejor que aquel silencio incómodo. Así que sacó el tema más inofensivo y más cercano al corazón de un hombre que se le ocurrió.

—Bonito coche.

—Gracias. Es una máquina increíble —la miró de reojo—. Antes de te lleves las manos a la cabeza con ideas sobre los hombres y sus juguetes quiero pedirte otra vez que seas todo lo objetiva posible cuando recopilemos información sobre el sistema de cirugía.

—Lo haré —prometió ella.

A pesar de los fallos que Pedro pudiera tener como persona, como médico era irreprochable. No le cabía ninguna duda de que salvar vidas era profundamente importante para él. Recordó la conversación que habían tenido en su despacho hacía menos de veinticuatro horas. Ambos estuvieron de acuerdo en que los niños merecían tener el mejor comienzo en la vida. Una parte de ella no hablaba en sentido médico. Era hija de padres divorciados y no volvió a ver a su padre cuando este se marchó. Se quedó embarazada a los diecisiete años y el padre de su bebé desapareció. Le rompió el corazón que su madre se negara a darle cobijo si se quedaba con la niña. Con el tiempo había llegado a entender que la niña estaría mucho mejor en un hogar estable con un padre y una madre. Pero un trauma así dejaba una marca imborrable en el alma.

—Estás inusualmente callada —la voz de Pedro atravesó sus oscuros pensamientos.

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