miércoles, 8 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 11

Comenzó a sacar al niño de la silla y tuvo que soltar el cinturón al ver que se quedaba colgado. Luego, los pies del pequeño se engancharon en la bandeja y, con un brazo alrededor de la cintura de Baltazar, se los sacó. De repente, oyó un sonido inconfundible proveniente de la zona del trasero del pequeño.

—Dime que no es lo que parece.

Paula sonrió.

—No podía haber un mejor momento para cambiarle el pañal.

Pedro refunfuñó y se quedó sosteniendo al bebé a cierta distancia. Paula le indicó cómo colocar al bebé en el cambiador, lo que era la parte sencilla. Mantenerlo quieto allí, era como tratar de contener un huracán. Su hijo quería rodar a los lados, morderse los pies, tomar los botes, los pañuelos y todo lo que estaba a su alcance. Sintió unas gotas de sudor en su espalda, no muy diferente a lo que había sentido la primera vez que se había puesto a los mandos de un helicóptero.

—Vas  a  necesitar  toallitas  húmedas.  Y  muchas  —dijo  Paula ,divirtiéndose con cada escena.

Con una mano en el estómago del pequeño, Pedro la miró.

—Te resulta divertido, ¿Verdad?

—No diré que no —contestó ella sonriendo.

—¿Ni siquiera te vas a molestar en negarlo?

—No —dijo sacudiendo la cabeza—. Es demasiado para expresarlo con palabras.

Le fue explicando el proceso, pero sin participar, mientras él luchaba por mantener aquellas pequeñas manos y pies fuera de la zona radiactiva.Luego, le dijo lo que tenía que hacer con el pañal.

—Misión cumplida.

—No tan deprisa, soldado —rio—. Todavía no has acabado. Es la hora del baño.

Aquellas palabras lo aterrorizaron. Al menos Paula se apiadó de él, le preparó las cosas y le llenó la pequeña bañera. Mantener al bebé allí quieto, era diez veces más complicado que hacerlo mientras le cambiaba el pañal. Sujetar a un bebé resbaladizo era como tratar de manejar un helicóptero bajo un tornado. Después de lavarlo por todos los sitios, ella  le dio la toalla, aunque seguramente no lo hizo por ayudarlo sino para que el bebé no se enfriara.

—Sacaré la ropa.

—¿Lo llevo al cambiador? —preguntó él.

—Lo vas pillando.

No del todo, aunque se alegraba de que lo pensara. Al dejar a Baltazar sobre el cambiador,  Paula le dió un juguete al pequeño que fue directamente a su boca, pero que también mantuvo ocupadas sus manos.Tenía que haberlo hecho antes.

—Aquí hay  un  pañal limpio  —dijo  entregándole  algo  cuadrado y blanco.

—¿Dónde están los esquemas y el manual de instrucciones?

Ella rió y desplegó aquello cuadrado, colocándolo bajo el trasero del pequeño y manteniéndose su lado. Su hombro rozó su brazo y sintió chispas. Ella lo miró y luego se hizo a un lado.

—Ahora ciérralo y pega esas tiras —le indicó—. Aquí hay un body.

—¿Un qué?

—Es una camiseta que se cierra entre las piernas para que no se le suba. Es de una pieza. Un body.

—No es un nombre muy masculino.

—Confía en mí. Tú eres el único ofendido. A Balta sólo le preocupa estar cómodo.

Al menos, uno de ellos lo estaba. Teniéndola tan cerca, lo último que se sentía era cómodo. Por no mencionar que estaba tan empapado como ella había quedado la noche anterior, aunque a Paula le sentaba mejor. La camiseta se le había quedado prácticamente  transparente dejando adivinar sus pechos en lo que había parecido el sueño de un adolescente. No lo había sabido en aquel momento, pero había sido la primera tentación de la noche. Luego se había sentido aturdido al ver su delicada piel mientras amamantaba a su hijo. Se había dado cuenta de que ella había querido que se fuera. Pero ya se había perdido demasiado como para retirarse ante la hostilidad de sus ojos. Y se alegraba de haberse quedado. Había sido lo más bonito que nunca había visto.

Un gemido lo sacó de sus pensamientos. Baltazar  se estaba frotando los ojos y a continuación bostezó. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que estaba cansado. Él también lo estaba. Los bebés requerían mucha atención.

—¿Es la hora de la siesta? —preguntó mirándola.

Ella asintió y él se sintió como si hubiera descifrado la información necesaria para abortar un acto terrorista.

—Pero primero tiene que comer algo.

—¿Otra vez? ¿La galleta no fue suficiente? —dijo tomando al bebé—.Olvida lo que acabo de decir. Lo cierto es que a pesar de lo que se había manchado, apenas había comido.

—Eres muy observador.

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