lunes, 6 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 8

Tomó la esponja y le lavó la cabeza, dejando que el agua cayera suavemente por su rostro.

—Hoy me han hecho una propuesta de matrimonio, Balta.

Él bebé parpadeó para impedir que el agua entrara en sus ojos y luego se quedó mirándola con los mismos ojos azules de Pedro. Siempre le había encontrado parecido a su padre y al haberlo visto ese día, había confirmado que por mucho que quisiera olvidarse de él, no dejaría de verlo a través de su hijo. Había algo más que no había cambiado. A pesar del dolor y el enfado, Pedro Alfonso seguía haciendo que sus rodillas se doblaran y que su corazón latiera con fuerza. Y eso no le gustaba.

—Tu papá me ha pedido que me case con él. ¿Qué te parece?

El bebé sonrió y dió una palmada al agua, salpicando a su alrededor. Nunca había pensado que fuera posible amar tanto y cada día sus sentimientos por el bebé crecían. Había hablado muy en serio cuando le había dicho a Pedro que quería proteger a su hijo.

—¿Te gusta la idea de tenerlo cerca?

Baltazar volvió  a salpicar,  pero Paula no sonrió.  Le  había hablado de matrimonio, pero no por ella sino por el bebé. No era algo malo para Balta,pero atarse legalmente a Pedro le parecía una locura. A diferencia de su padre, Pedro había vuelto, pero ¿Por cuánto tiempo? Había pasado con él las cuatro mejores semanas de su vida hasta que bruscamente le había dicho que se había acabado. ¿Por qué iba a creer que esta vez no iba a hacerlo de nuevo? Además, esta vez también estaría implicado Baltazar. Acabó de bañar al bebé, lo sacó de la bañera y lo envolvió en una toalla, aunque ella estaba casi tan mojada como él. En su habitación, lo colocó sobre el cambiador y le dió un juguete para que se distrajera mientras le ponía el pañal y el pijama.

—La vida era mucho más sencilla ayer. Sólo tenía que preocuparme de tí y de mí. Al volver tu padre, las cosas se han complicado mucho para mamá.

Hasta el día anterior, lo único de lo que tenía que preocuparse era de su trabajo y de criar a su hijo. Ahora, tenía un conflicto.

Lo llevó al salón y extendió una manta en el suelo, dejó encima unos cuantos juguetes y puso allí al niño, confiando contar con unos minutos para prepararse la cena antes de que volviera a reclamar su atención. Después de meter un plato en el microondas, le dió al botón. Baltazar no reclamó su atención, pero sí lo hizo el timbre de la puerta. No tenía que ser adivina para saber de quién se trataba. Mirándose la ropa,suspiró al verla mojada. El único motivo por el que le preocupaba su aspecto era para hacerle sentir arrepentido por dejarla. El timbre sonó de nuevo y observó por la mirilla para confirmar sus sospechas. Luego se giró hacia el bebé.

—Alguien viene a verte.

Después de descorrer la cadena, abrió la puerta y sintió que su corazón se desbocaba al ver aquel hombre tan alto, guapo y atractivo.

—Hola, Pedro.

—Hola.

—Entra.

Al pasar junto a ella, percibió su maravillosa esencia masculina. Y hablando de masculinidad, tenía sombra de barba en sus mejillas. Quizá había tenido que salir con prisa y no había tenido tiempo de afeitarse.

Cerró la puerta y se lo encontró observando al bebé. La expresión de asombro  de  su  rostro,  unido a su aspecto desaliñado,  hizo que sus hormonas se pusieran en alerta.

—Todavía está despierto —dijo Pedro.

—Y recién bañado.

El microondas sonó, indicando que la comida ya estaba caliente. A la vez, Baltazar comenzó a llorar. Paula se acercó a él y lo tomó en brazos. Luego fue a la cocina y sacó el plato del microondas.

 —¿Puedo tomarlo en brazos? —preguntó Pedro.

Ella dudó, como si fuera un extraño el que le hubiera hecho la pregunta. Al ver que Pedro la miraba con los ojos entrecerrados, supo que se había dado cuenta. Él no era un extraño y, lo que era más importante, era el padre de Baltazar.

—Claro.

Al poner al niño en sus brazos, la mirada de Pedro se volvió tierna.

—Hola, muchacho.

Paula observó cómo su hijo miraba a su padre con ojos de sorpresa. Pedro la miró con cierto brillo de orgullo paternal. No tuvo que advertirle de que tuviera cuidado con el cuello, puesto que el pequeño iba teniendo más fuerza.  Se había perdido aquella etapa,  aunque  no  porque  quisiera hacerlo.

—Está rollizo.

—Sí, siempre ha comido muy bien.

 —¿De veras?

 Sintió otro pellizco de arrepentimiento porque también se había perdido aquello y no había manera de enmendarlo.

—Tengo fotos de cuando nació —dijo ella.

—Me gustaría verlas.

Al cambiar al niño de brazo, la mejilla de Baltazar rozó la barba de Pedro. El niño dejó escapar un quejido.

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