viernes, 17 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 39

Le llevó unos segundos ajustar la vista a la oscuridad del interior y la vió en el umbral de la puerta del pasillo. Llevaba una camiseta blanca suelta y unos pantalones cortos. Tenía el pelo revuelto y mala cara. En décimas de segundo se acercó a ella.

—¿Qué ocurre? —dijo.

—Me duele el estómago. Empezó durante la noche…

Pedro la rodeó por la cintura y la ayudó a sentarse en el sofá.

—¿Dónde está Balta?

 —Llamé a Mariana. Vino a recogerlo y se lo llevó a casa.

—Deberías haberme llamado.

—No quería molestarte en el trabajo —dijo colocando las manos sobre su estómago y comenzando a temblar.

Él tocó su frente y frunció el ceño.

—¿Tienes un termómetro?

—Ya me lo he puesto, tengo casi cuarenta grados —dijo poniéndose en posición fetal.

—Te traeré algo para la fiebre.

—Ya he tomado algo hace un rato.

 —Entonces no ha funcionado.

—Quizá sea el apéndice, aunque creo que no, que se trata de una gripe —dijo—. Deberías irte antes de que te lo contagie.

—Correré el riesgo.

 Necesitaba tomar líquido, así que Pedro se fue a la cocina y trajo una botella de agua de la nevera. Después de abrirla, colocó una mano bajo subarbilla para ayudarla a beber.

—Bebe un poco.

Ella hizo una mueca y sacudió la cabeza.

—No puedo, mi estómago no se siente demasiado bien.

 Pedro la observó, sintiéndose cada vez más preocupado. Estaba pálida y tenía los labios secos. No podía o no quería tragar agua y la fiebre no estaba bajando. Era piloto de helicóptero y no médico, pero aquello erabásico.

—Voy a llevarte al hospital.

 —No —dijo ella sacudiendo la cabeza—. Sólo estoy enferma.

—Allí cuidan de la gente enferma —dijo acariciando su mejilla.

—No es nada serio.

Estaba discutiendo y eso debería hacerle sentir mejor si no fuera porque estaba encogida como una pelota. Era la persona más fuerte que conocía y verla así lo entristecía. Sin decir nada más, la tomó en susbrazos.

—Pepe, no…

—Creeré que no tiene importancia cuando lo diga un médico.

—Me  sentiré  como  una  idiota  cuando  me  manden  a  casa  tras diagnosticarme un resfriado —protestó.

—Échame la  culpa a mí,  podré soportarlo.  Tengo unos hombros anchos.

Ella le pasó un brazo por el cuello y luego apoyó la cabeza como si fuera demasiado pesada para sostenerla.

—Me gusta tu hombro, es un buen sitio en el que apoyarse.

Fue entonces cuando comenzó a preocuparse de verdad, porque si no hubiera algo realmente serio, nunca habría admitido eso.

Pedro paseaba por la sala de esperas de urgencias, donde le habían dicho que permaneciera hasta que el médico examinara a Paula. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero le parecía una eternidad. Tenían ques aber ya algo. Estaba dispuesto a cruzar las puertas e ir en su busca,cuando se dió la vuelta y a punto estuvo de chocarse con una pelirroja vestida con uniforme azul.

—¿Señor Alfonso?

—Sí, soy Pedro. Paula nos presentó. Tú eres Romina Richardson.

—Así es. Buena memoria.

—¿Cómo está? —preguntó él.

—Quiere verte. Ven conmigo.

La siguió a través de las puertas y luego por el pasillo. Entonces Romina descorrió una cortina.

—Aquí está.

Paula estaba en la camilla con un pijama del hospital y una manta blanca sobre las piernas. Tenía el gota a gota puesto en el brazo. Su boca esbozó una sonrisa al verlo.

—Hola.

—Hola.

—Gracias por ir a buscarlo —dijo Paula con voz débil.

Romina asintió y volvió a correr la cortina.

—Volveré en un par de minutos.

Pedro acercó una silla y se sentó junto a ella. Los ojos de Paula reflejaban dolor.

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