miércoles, 15 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 36

—Me alegro de que estés aquí —dijo abriendo de par en par la puerta para dejarlo pasar.

Pedro entró antes de que pudiera cambiar de opinión.

—¿De veras te alegras?

—Estaba a punto de preparar la cena. Gambas fritas —dijo—. Pero Balta se ha puesto revoltoso y he decidido darle un baño. Ahora está en el suelo del dormitorio, encima de una manta.

—Ya no —dijo Pedro señalando—. Hola, muchacho.

El bebé había seguido a gatas a Paula y ahora miraba sonriente a Pedro. Ella  gruñó.

—Es una locura. Empiezo a echar de menos los días en que lo metía en la cuna y se quedaba en el mismo sitio donde lo había dejado.

—¿Has visto que está desnudo?

Baltazar se había acercado hasta ellos y se estaba intentando levantar agarrándose a los vaqueros de Pedro. Se inclinó y tomó al pequeño por los brazos para sujetarlo. Paula lo miró contrariada.

—Por definición, el baño es algo que se hace sin ropa. Y por eso me alegro de que estés aquí.

—Entiendo. Eres la jefa del equipo. ¿Qué puedo hacer?

—¿Podrías empezar a hacer la cena? —preguntó tomando en brazos al pequeño—.  Hay  una  bolsa  de  verduras  en  el congelador.  Lee  las instrucciones. Cuando esté listo, añade las gambas que hay en un bol. Las salsas Teriyaki y de soja están sobre la encimera.

—Entendido —dijo él haciendo el saludo militar.

—Por favor —dijo ella sonriendo, antes de darse la vuelta y dirigirse al pasillo.

Pedro oyó el sonido del agua y se imaginó que la operación baño estaba en marcha. Lo más importante era que Paula se había alegrado de verlo allí. Sonriendo, entró en la cocina y encontró todos los ingredientes donde le había dicho. La sartén estaba en el armario y echó un poco de aceite de oliva para cocinar las verduras.  Unos minutos más tarde, Paula volvió con Baltazar envuelto en una toalla, con el pelo mojado.

—¿Puedes hacer también un poco de arroz? Hay un paquete en ese armario. Sólo hace falta cocerlo en su propia bolsa durante diez minutos.

—De acuerdo.

Por la expresión del rostro de Paula era como si estuviera haciendo algo realmente heroico. Silbando, comenzó a preparar el arroz y estaba apunto de añadir las gambas a las verduras cuando llamaron a la puerta. Por el sonido de madre e hijo que venía de la habitación, Pedro se figuró que ella  no lo había oído. Abrió la puerta y su estómago se encogió al ver a su hermano.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Federico?

—Pedro. ¡Qué agradable sorpresa! Por la camisa azul arrugada, la corbata y los pantalones de vestir oscuros, era evidente que venía de la oficina.

—Habla por tí—dijo separando las piernas y colocándose en mitad del umbral.

Nadie, especialmente su hermano, iba a pasar.

 —Repito. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—He venido a ver a mi sobrino —dijo Federico cruzándose de brazos.

—¿Por qué?

 —Paula me ha invitado.

El nudo en su estómago se tensó y sus manos se cerraron en puños.

—Estás mintiendo.

—A pesar de lo que piensas, hermano, no estoy mintiendo.

Pedro lo miró entrecerrando los ojos.

—Ambos sabemos que eso no es cierto.

—Vino a verme para que te ayudara.

—No necesito tu ayuda —protestó.

Paula no le había dicho nada de que hubiera ido a ver a su hermano.

—Mantente alejado de Paula y de mi hijo —añadió.

—Ese niño también es mi familia  —dijo Federico,  tensando  los músculos de su rostro.

—¿Es ésa tu excusa para todo? ¿Crees que por ser el mayor te da derecho a entrometerte? —dijo Pedro dando un paso al frente—. Esta vez no es como la anterior. No vas a quitarme lo que es mío, esta vez no.

Dió un paso atrás y cerró la puerta de un portazo. Pero al darse la vuelta, vió a Paula detrás de él y, por la expresión de su rostro, era evidente que lo había oído todo.

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