—He estado aquí luchando cada noche por no poner las manos sobre tí.
Ella parpadeó.
—¿De veras?
—La única razón por la que no he intentado besarte ha sido porque estabas recuperándote de una operación.
—¿De veras?
Pedro se acercó a ella. Alargó los brazos y la atrajo hacia sí.
—De veras.
Pedro recorrió su rostro con la mirada durante unos segundos, antes de sacudir la cabeza como si hubiera perdido alguna batalla. Luego unió su boca a la suya, saboreándola. Paula sintió que su temperatura subía. Seguía sintiendo calor aún después de que sus labios se separaran.
—Yo debería ser el que esté agradecido —dijo él respirando pesadamente y encontrándose con su mirada—. Estar aquí, contigo… Es como estar en el cielo, lejos de todo.
—¿De qué huyes? —preguntó Paula estudiando su expresión.
—De la oscuridad, de los demonios —dijo estrechándola en sus brazos.
—Pepe… —dijo Paula rodeándolo por la cintura—. Quiero que cuentes conmigo del mismo modo en que yo he contado contigo. Déjame…
—Cuento contigo, ¿No te das cuenta? Contigo, aquí… Éste es el único lugar donde puedo impedir que me sigan.
—Cuéntamelo…
Él sonrió con amargura.
—Eso es lo último que quiero.
—Entonces, cuéntame qué es lo que quieres.
Pedro tomó su rostro entre las manos y la miró a los ojos.
—A tí. He tratado de que no fuera así, he intentado ser noble, pero te deseo tanto que me está consumiendo por dentro. Estoy dispuesto a ir al infierno y negociar con el demonio si eso me permite tenerte una vez más.
—Eso es todo lo que necesitaba saber.
Paula se puso de pie y rozó sus labios con los de él. Por un segundo, él se quedó de piedra y luego la estrechó entre sus brazos. Era ella la que había iniciado aquello, pero se había puesto al mando como el guerrero que era. Él encajó su cuerpo contra el de ella y la besó desesperadamente. Era un hombre de acción y no dudó en introducir su lengua dentro de su boca,en un baile erótico pensado para seducir.
Paula sintió que se quedaba sin respiración. Su pecho subía y bajaba como si hubiera subido y bajado las escaleras una docena de veces. Y su corazón… Teniéndolo tan cerca, pudo sentir el corazón de Pedro latiendo junto al suyo. Después de separar su boca, él continuó besándola por la nariz, los ojos, las mejillas y el cuello, haciéndola estremecerse. Cuando un gemido involuntario de placer escapó de sus labios, él sonrió. A la vez, Pedro subía y bajaba las manos acariciándole la espalda. Paula sentía que la cabeza le daba vueltas por aquel asalto a sus sentidos y tardó en darse cuenta de que estaban caminando en dirección al dormitorio.
—Eres bueno, Pepe —dijo tomándolo de los hombros.
—¿Qué? —preguntó él fingiendo inocencia.
—Ha sido un ataque furtivo.
Él sonrió de manera sexy y seductora.
—Todavía no he hecho nada.
—Ahí es dónde te equivocas. Has encendido el fuego —dijo pasándose la lengua por los labios.
Pedro dejó de sonreír y la miró con una intensidad que la dejó sin aliento. Lo siguiente que supo fue que estaban junto a la cama. Paula le sacó la camiseta de los vaqueros y él se la quitó, dejándola a un lado. Con un gruñido de frustración, él luchó por desabrocharle los botones de la blusa y acabó sacándosela por la cabeza. Siguieron los pantalones cortos,las bragas y el sujetador y se tomó su tiempo para admirarla. Sus ojos,su sonrisa y la expresión de su rostro eran pura satisfacción masculina.
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