lunes, 27 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 67

—No te preocupes. ¿Estás bien?

—Sí —dijo ella y respiró hondo—. Es sólo que… El ataque de mi madre ha sido tan repentino. No ha habido ningún aviso.

—Quizá sí.

—¿Qué quieres decir?

—¿Recuerdas el día en que vino cuando tú estabas durmiendo?

Mencionó algo de una cita con el médico. No se me ocurrió preguntarle por qué había ido al médico.

—No me dijo nada de que no se sintiera bien. Seguramente porque no quería que le diera un discurso. Cuando estábamos hablando, le dije algo sarcástico del nuevo hombre de su vida. Entonces, me dió una charla sobre… —dijo y sus labios comenzaron a temblar—. Me alegré de que cambiara de conversación. Le dije que se pusiera calor y que se tomara algo para el dolor.

—Déjalo Paula.

—¿Y si no tengo ocasión de decirle que lo siento?

—Castigarte no va a servirte de nada y no les hace bien ni a tí ni a tu madre. Pase lo que pase, lo resolveremos.

Ella lo miró como si le hubiera salido otra cabeza. Quizá así fuera. Gracias a ella, estaba pensando con claridad por primera vez en mucho tiempo. Quería a Paula más que a nada en el mundo.

Después de traer dos cafés de la máquina, Pedro se sentó junto a Paula en  la sala de espera y la tomó de la mano. Era una buena señal que no la apartara. Por fin salió el médico. Martín Tenney era más o menos de la misma estatura que Pedro y tenía el pelo y los ojos negros. Todo en él era oscuro. Se mostraba frío e insensible, pero era un buen médico.

—¿Cómo está mi madre? —preguntó Paula, poniéndose en pie nada más verlo.

—Estable —dijo Martín mirándola—. Ha tenido un ataque, pero la intervención ha sido rápida y apenas le quedará secuelas en el músculo.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Paula.

—Eso parece. Todo gracias a Pedro y a su helicóptero.

 Paula se relajó.

—Gracias a Dios.

—Él no ha tenido nada que ver en esto —dijo el doctor—. Tu madre había tenido algún susto. Tiene que empezar a cuidarse.

—Me aseguraré de que lo haga —prometió Paula.

 —Buena suerte —dijo con tono cínico.

—¿Cuándo podré verla? —preguntó Paula.

—Ahora mismo no te reconocería. Le hemos dado algo para el dolor.Dentro de un rato, la enviaremos a la unidad de cuidados cardíacos. Allí podrás verla.

Sin decir más, el médico se fue.

 —Vaya carácter —dijo Pedro.

—Sí, pero es bueno. Además, es necesario ser realista en estos casos —dijo y mirándolo, añadió—. Gracias por quedarte.

Al ver que empezaba a apartarse, Pedro la tomó por el brazo.

—Pau, espera…

—Suéltame, Pedro. De veras te agradezco que te hayas quedado, pero lo cierto es que es duro verte y…

—De acuerdo, me lo merezco. Pero hay algo que creo que debes saber.

—¿El qué?

—He hablado con Federico y tenías razón —dijo y dejó escapar un largo soplido—.  Había  otra versión de la historia.  No hubo ninguna aventura y tenía una buena razón para hacer lo que hizo.

—Me alegro. Baltazar  tiene que tener relación con su tío. Gracias por decírmelo.

—Hay más —dijo él, interponiéndose en su camino para impedir que se fuera—. Si todavía te quieres ir cuando te lo cuente, entonces no te detendré.

—No puedo. Yo… —dijo ella y apartó la mirada unos segundos— No me quedan más fuerzas.

—Eres la mujer más fuerte que conozco. Siento mucho que tu madre esté aquí, pero me alegro de tener la oportunidad de hablar contigo.

—¿Por qué ahora? No es…

—Lo único que tienes que hacer es escuchar mientras te hablo —dijo y al ver que asentía, se tranquilizó—. Soy un idiota.

—Si  esperas  que diga que no, espera sentado  —dijo  sonriendo levemente.

—De acuerdo, me lo merezco. El caso es que la primera vez te dejé porque tenía miedo de perderte mientras estaba en aquella misión.

—Sí, me lo imaginé.

—Luego conseguí un tiempo de descuento contigo porque volví con heridas que nadie podía ver, excepto tú.

—Nunca te tuve miedo, Pepe. Sé que nunca me harías daño. Todo lo que quería era ayudar.

—Ahora me doy cuenta —dijo él frotándose el cuello—. Pensaba que no podría ser normal y darte la vida que te merecías.

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