viernes, 24 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 56

Ahora estaba allí, contenta entre sus brazos porque había dejado toda cautela a un lado y le había dicho lo que quería. Había corrido el riesgo. Sino le hubiera hablado de los demonios que lo perseguían, lo hubieran seguido hasta allí y se habrían interpuesto entre ellos. No sabía lo que le había pasado en Afganistán, pero fuera lo que fuese, le habían hecho mucho daño y no le dejaban sanar la herida.

—¿Pepe? —dijo girando la cabeza y mirándolo.

 Él le dió un breve beso en los labios.

—¿Sí? —Háblame de la oscuridad, de los demonios. ¿Qué te ocurrió en esa misión?

 Todo su cuerpo se puso rígido.

—Eso pertenece al pasado. Olvídalo. Yo lo he olvidado.

—Eso no es lo que has dicho antes.

—No puedo ser responsable por lo que digo cuando estás en mis brazos. Haces que tenga cortocircuitos en todas las conexiones de mi cabeza.

—Me sentiría halagada si no supiera que estás intentando distraerme.

—¿Y está funcionando?

—No.

—Me prometí a mí mismo que todos los malos recuerdos se quedarían allí. No me pidas que los traiga aquí de vuelta, contigo, con mi hijo y estropeen lo que tengo ahora.

Al decir aquello, ¿Cómo podía seguir insistiendo a pesar del deseo de ayudar a aliviar aquel dolor que sentía dentro? Fuera lo que fuese lo que ocultaba, estaba en su subconsciente y tenía que encontrar una vía para que saliera fuera. Pero él se negaba,apartándola  a  un  lado tal y como había  hecho cuando la había abandonado sin explicarle por qué. Le había dado su cuerpo y un intenso placer, pero no le confiaba sus secretos y aquello le dolía más que nada. Deseaba poder ocultar sus sentimientos con la misma facilidad que él, porque nunca podría apartarlo completamente de su vida. Compartían un hijo y estaba dispuesto a ser un buen padre. Eso implicaría hablar, escuchar y compartir. Supondría verlo, sabiendo que nunca tendría lo que de verdad quería. Aquél era un grado de dolor que no estaba segura de poder soportar.


Paula atravesó el vestíbulo del ya conocido edificio de oficinas de la avenida Eastern. Sus sandalias no hicieron ruido sobre la alfombra gris y se detuvo ante la puerta de la oficina de Federico Alfonso. Se cambió de mano el portabebés, recordando el día que había ido embarazada de seis meses, con el corazón partido y sin saber si estaba haciendo lo correcto.

—Cada día pesas más —dijo mirando a su hijo—. Dentro de poco,tendrás que cargar conmigo. Hemos venido a ver a tu tío Federico.

El bebé sonrió y se llevó a la boca sus llaves de plástico. Luego se quedó mirándola con sus enormes ojos azules.

—No sé qué otra cosa hacer. Papá no quiere estropear las cosas, perolo está haciendo al no contarle a mamá lo que le preocupa.

Abrió la puerta y entró en la sala de espera. Las pareces estaban cubiertas de papel pintado verde y el mobiliario era de caoba. Unos cuantos sillones de cuero estaban colocados en semicírculo junto a un sofá, creando una agradable zona de conversación. Aquello era un buen comienzo. Conversar era su objetivo. Se acercó al mostrador de recepción.

—Quisiera ver a Federico, quiero decir, al señor Alfonso —se corrigió.

Una joven la miró con sus grandes e inteligentes ojos grises. Tendría veintitantos años y era increíblemente atractiva con su larga y abundante melena morena. Su cuerpo mostraba unas curvas perfectas. Delante de ella, una placa anunciaba su nombre: Nadia Foster.

—¿Tiene cita? —preguntó.

—No —dijo dejando el asiento del niño sobre la lujosa alfombra—. Si está ocupado, puedo esperar.

—¿Su nombre, por favor?

—Paula Chaves—respondió mirando al bebé— Y él es Baltazar Alfonso,el sobrino de Federico.

Nadia Foster  abrió  los  ojos  como  platos,  pero ésa fue la única muestra de sorpresa que evidenció.

—Siéntese. Veré si está disponible.

Paula estaba demasiado nerviosa y paseó por la habitación, mirándolos cuadros de las paredes. Baltazar miró a su alrededor con curiosidad y luego arqueó la espalda y comenzó a dar patadas, muestra  de  que la tranquilidad que le había dado el coche se había acabado. Cuando empezó a gruñir y su rostro se puso rojo, no hubo ninguna duda de lo que estaba haciendo.

—Vas a tener que elegir mejor el momento.

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