miércoles, 22 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 50

Pedro estacionó el  todo terreno  frente  a  Servicios  de  Helicóptero Southwestern y miró a Paula en el asiento del pasajero junto a él. La última vez que había ido allí con él, la visita había provocado una reacción en cadena de hechos que habían acabado haciéndole hablar de cosas en las que ni siquiera quería pensar. Eso había sido antes de provocarle un susto de muerte con su apendicitis y antes de conocer a su madre, quien le había hecho plantearse algunos aspectos de la paternidad. También recordó que la última vez que habían estado allí, ella le había dicho que su hijo siempre sabría que era un hijo querido porque le expresaría su orgullo ante sus logros. Para alguien que había deseado saber que su padre estaba orgulloso de él, el consejo era muy sencillo de seguir.

—Está bien, acabemos con esto cuanto antes.

—Sí, señor —dijo Paula haciendo el saludo militar.

 —Sabelotodo.

 Salieron del coche y Joe sacó al pequeño del asiento trasero. Con la silla de Baltazar en una mano, Pedro abrió la puerta de la oficina con la otra y dejó que ella pasara delante de él. Al ver que se detenía y se llevaba la mano al costado, se preocupó. Dejó al bebé sobre una mesa cerca de la puerta y se acercó.

—¿Estás bien?

—Sí —susurró.

 —Quizá debería llevarte a casa —dijo—. Sabía que no era una buena idea.

Ella se enderezó y rió.

—¡Te engañé!

Pedro esperó a que sus niveles de adrenalina volvieran a la normalidad, antes de hablar.

—¿Alguien te ha dicho alguna vez que tienes un extraño y malvado sentido del humor?

—Malvado, no. Ha sido una pequeña venganza. Casi ha hecho falta un permiso del congreso para venir aquí hoy a que revisaras los asuntos de trabajo.

Era culpa suya por decirle que el papeleo del trabajo se estaba acumulando y que tenía que ir a la oficina para ponerse al día. Apenas hacía dos semanas de la operación, pero Paula le había dado la lata para que la llevara, diciéndole que las paredes se le venían encima. Finalmente,había accedido a que lo acompañara, aunque la idea no le gustaba. Para él, un buen día era tenerla segura en casa donde pudiera protegerla. Así que de camino, había tenido mucho cuidado con los baches de la carretera. Cada vez que había frenado, se había preguntado si lo estaba haciendo lo suficientemente suave como para no hacerle daño.

—Pues demándame por tener cuidado —dijo él mirándola.

—Demándame por querer un poco de aire fresco —replicó ella—. Me resulta  muy  agradable el olor a helicópteros y ver cuatro paredes diferentes.

—¿Estás segura de que estás bien? —preguntó.

 Ella hizo una mueca.

—Si me dieran una moneda cada vez que me preguntas eso, podría retirarme siendo una mujer muy rica.

—De acuerdo —dijo él levantando las manos en señal de rendición—.Me ha quedado claro. Te dejaré en paz.

Pero no podía dejar de mirarla, en parte porque era el mejor paisaje de Las Vegas, pero sobre todo, porque no podía dejar de preocuparse por ella.

Laura apareció y sonrió.

—Paula, ¿Cómo estás?

Ella levantó la mirada.

—Me han dado permiso para hacer esta excursión —dijo señalando a Pedro.

—Eso quiere decir que te sientes mejor —dijo Laura.

—No voy a dejar que se quede mucho tiempo —advirtió Pedro—. Tan sólo he venido para revisar el correo y ver si tenía mensajes.

—Acabo de dejar algunas cosas en tu mesa.

—De acuerdo —dijo él y fue por el niño.

 —Yo lo cuidaré —dijo Laura—. Si puedo soportarte a tí, podré hacerlo con este ángel.

 —Gracias.

Pedro fue a su oficina y Paula lo siguió.

—Quería ver tu santuario. La última vez no tuve ocasión.

 —No es nada del otro mundo. Si no tuviera una ventana mirando hacia el aeropuerto, todo este papeleo me volvería loco.

—¿Prefieres volar?

—Sí —dijo mirándola a los ojos.

 Sus ojos eran una zona peligrosa para él. Podía perderse en ellos, perder la línea del horizonte y perder el control. Pero un buen piloto sabía cómo volar usando los instrumentos y evitar problemas.

Él se dió la vuelta.

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