miércoles, 1 de marzo de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 58

—No digas eso. Se lo prometiste delante de mí, así que cumple tu palabra. Olvídate de lo nuestro y piensa en una niña que ha sufrido demasiadas decepciones. Espero que te comportes como un hombre hecho y derecho. No hagas que paguen justos por pecadores.

—¿Cómo quieres que asuma que tu hija ve con los ojos de mi hijo?

Paula se pasó los dedos por el pelo.

—Aprovechar las corneas de tu hijo para que otra persona vea no quiere decir que esa persona lo haya matado. Aunque mi hija se hubiera quedado ciega, tu hijo no habría resucitado. El padre de Sofi se fue porque no veía y tú te vas porque ve. Por favor, no tires por la borda el sacrificio de tu hijo empeñándote en ver sólo la parte negativa del milagro.

—No me hables de milagros. Desde mi lado, es muy difícil verlo así.

—Sé que estás enfadado conmigo y tienes derecho. Te aseguro que no quería que te enteraras así. En cualquier caso, habías empezado a vivir otra vez y tienes que seguir adelante con tu vida.

—No puedo, Paula —contestó,  abriendo la puerta.

Se daba cuenta de que se estaba comportando como un canalla, pero no podía evitarlo. No se podía creer que aquello estuviera sucediendo, Paula le había hecho volver a sentir y ahora deseaba que no hubiera sido así porque sentir dolía.

—Lo siento mucho —se disculpó Paula—. Y quiero que sepas otra cosa. También siento mucho haberte conocido y haberme enamorado de tí.

Pedro la miró a los ojos y cerró la puerta. Él también la quería. Y también quería a su hija. De hecho, incluso había comenzado a plantearse la idea de formar una familia, pero ahora, por culpa de Paula, por culpa de su engaño, era imposible. Había estado dos años viviendo al límite y ella lo acababa de empujar al precipicio.


Llamaron a la puerta y Pedro suspiró. Se despreció a sí mismo por desear que fuera Paula, pero no podía evitarlo. Daba igual quién fuera porque no quería ver a nadie.

—Pepe, abre la puerta, sé que estás en casa.

Era Juana. Se levantó y fue a abrir la puerta.

—Sé breve —le dijo.

 Juana fue directamente al salón, se paró en el centro de la estancia y se giró hacia él.

—Tienes muy mal aspecto —le dijo.

—Vaya, muchas gracias —contestó — Es que no esperaba visita.

—¿No será, más bien, que no encuentras ningún motivo para estar bien?

— Lo sé todo.

— Ya lo sé, me lo ha dicho Paula.

—Estoy enfadado con las dos.

—Pepe, llevas enfadado conmigo dos años y nunca he tirado la toalla, así que no esperes que la tire ahora.

—¿Y si soy yo el que la tira?

—Entonces, es que eres un cobarde —contestó Juana mirándolo a los ojos.

—Pues será que soy un cobarde —dijo  encogiéndose de hombros.

—Paula y Sofía no se merecen esto, no se  merecen que las dejen tiradas otra vez.

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