lunes, 13 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 31

—¿Qué motivo podría haber si de veras te quería?

—No lo sé. Pero le juzgué mal cuando no contestó mi carta. Quizá debería darle el beneficio de la duda. ¿Y si hay una oportunidad de enmendar lo que pasó?

—¿Qué pasa si vuelve a partirte el corazón? ¿Qué pasa si vuelve adejarte a tí y a su hijo?

—Tengo que admitir que esa idea se me ha pasado por la cabeza.Pero no puedo dejar de preguntarme qué pasaría si… ¿Me entiendes?

—Sí,  te entiendo —dijo Romina y  suspiró—.  Nada duele más que preguntarse por lo que podía haber sido.

La curiosidad de Paula se despertó al oír aquel comentario,  pero después de hacer una cuantas preguntas más, su amiga dijo que tenía que volver al trabajo. Después de que se fuera, Paula rellenó su taza de café sin poder dejar de pensar en lo que habían hablado. Evidentemente, su mejor amiga tenía mucho en común con Pedro. Ambos tenían secretos. Si Romina no quería compartirlos con ella, era su problema. Pero Pedro  no tenía ese privilegio. Él era el padre de su hijo y había insistido en estarjunto a Baltazar. Era su deber conocer todo sobre él, no por ella, sino por su hijo. Había sobrevivido una vez a que le rompiera el corazón y ahora sabía cómo protegerse. Pero el bebé era inocente y ni siquiera su padre tenía derecho a hacerle daño. Su obligación era proteger a su pequeño a la vez que protegía su corazón del hombre de su vida. Observaba la vela de la mesa de Hugo's Cellar, un romántico restaurante en el hotel Four Queens.

—Has tenido ayuda para organizar esto.

—Soy un marine, no necesito ayuda.

Pedro estaba orgulloso de su pasado militar. Las tradiciones del cuerpo y el entrenamiento especializado que había recibido, lo habían ayudado a soportar lo peor en Afganistán, al igual que pensar en Paula y en el hijo porel que tanto deseaba vivir para conocer. Arreglarlo todo para salir una noche los dos a solas, había sido una misión no muy diferente a desplazar personal y equipamiento al otro lado del mundo como había hecho durante la primera guerra del Golfo. Aunque esta vez estaba mucho mejor vestido. El traje oscuro y la corbata de tonos rojizos eran nuevos. Se alegraba de haberse preocupado por su aspecto,puesto que Paula estaba impresionante. Antes, cuando la había visto con su estrecho vestido negro, se había quedo sin respiración y ahora, allí estaban los dos bebiendo champán.

—Si Mariana no hubiera podido quedarse con Balta, toda la operación se habría echado a perder. Eso es tener ayuda, incluso para un marine.

—¿Te he sorprendido? —preguntó.

—Completamente —confirmó ella.

En algún momento entre la salida familiar del otro día y verla en el hospital, se le había ocurrido la idea de llevarla a cenar. Y justo entonces también, se dió cuenta de otra cosa: nunca le había agradecido que le hubiera dado un hijo. Y por ello aquella cena. Pero no quería dar tantas explicaciones sobre el motivo de la cena. Su pasado  en  común  era  complicado.  Lo  bueno  del  pasado  era  que  al estudiarlo, se podía evitar cometer los mismos errores en el futuro. Paula había pensado mantener alejado a Baltazar de él, para mantenerlo alejado de su entorno emocional. Se había dado cuenta de eso, aunque ella no se lo hubiera reconocido.

—No puedo creer que dejaras a Balta con Mariana.

—No puso inconveniente en cuidarlo, pero tenía que ser en su casa puesto que también iba a cuidar de su nieta.

Pedro se desabrochó la chaqueta y colocó el brazo sobre el respaldo,deseando acariciar la suave piel de la espalda de Paula en vez del cuero. Ella pasó un dedo por la rosa roja que el maître la había dado antesde enseñarles su mesa al fondo del comedor, junto a la pared de ladrillo. Había oído que a las mujeres les gustaban las luces tenues, pero estaba tan guapa a la luz del sol como al resplandor de la velas.

—Me gusta el tacto de las rosas —dijo ella.

—Me alegro. Había elegido aquel lugar después de leer que la comida era buena y la atmósfera romántica.

 Y todo era cierto. Paula se había sorprendido al recibir la rosa. Luego, el camarero, había llevado a la mesa un florero con agua para mantener la flor fresca mientras cenaban. Pedro pensó que si hubiese sabido que una sencilla rosa roja la haría tan felíz, le habría llevado una docena entera al ir a recogerla. El único problema al verla así de guapa y felíz, era que le hacía desear cosas que no quería. Cosas como ella, él, una cama y unas sábanas retorcidas.

Paula apartó la servilleta de hilo de la cesta y tomó un pedazo de pan crujiente francés. Untó mantequilla y dió un bocado. De repente, dejó de masticar.

—¿Oyes eso?

—¿El qué? —preguntó él mirando a su alrededor. Se oía el murmullo de las otras personas y el sonido de unas copas al brindar.

—Está tranquilo —dijo ella encontrándose con su mirada—. ¿No te resulta extraño no oír el sonido de un bebé? ¿O tener que levantarte acambiar el pañal? ¿O tener que estar comiendo con una mano mientrascon la otra le das de comer a él?

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