miércoles, 22 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 52

¿Por qué cada vez que estaba allí con él, el pasado aparecía y lo agarraba por la espalda?

—No vas a distraerme. ¿De qué va todo esto?

—¿De veras quieres saberlo? —preguntó mirándola—. No quiero una maldita medalla.

—Te la mereces —protestó ella—. Eres un héroe…

—No me llames eso.

—Mereces que tu país te dé esa distinción. Es un hecho.

—El hecho  es  que  no  estaba  pensando  en  mi  país  cuando  una granada hizo que mi helicóptero cayera. Ni cuando me ataron las manos a la espalda y me cubrieron la cabeza.

—Dime en qué pensaste —dijo ella palideciendo.

—En volver a casa, pero no me refiero a Estados Unidos. Me refiero a mi casa.

Y en mucho más. Había pensado en el hijo al que no había visto y al que tanto deseaba conocer. También había estado recordando a Paula y en lo mucho que le había dolido ver la desolación en sus ojos al dejarla porque no había sabido qué otra cosa hacer. No había podido dejar de pensar en cuánto deseaba volver a casa y arreglar las cosas con ella.

—Y  volviste  —le  recordó—.  Esta carta dice que podías haberte salvado del enemigo, pero que te quedaste junto a un compañero herido.Te arriesgaste y debes ser reconocido por ello.

Pedro sacudió la cabeza.

—Sobreviví. Eso es todo. Y mi amigo…

—¿Qué  le  pasó?  —dijo acercándose  y  tomándolo por  el brazo—. Cuéntame qué ocurrió.


No quería hacerlo. A cualquier costa, quería ocultarle su pasado. No quería contarle lo que había tenido que hacer para sobrevivir y, menos aún, que era responsable de la muerte de un soldado.

—No.

Ella se estremeció y abrió los ojos como platos.

—¿No?

—No quiero hablar de ello.

Se quedó mirándolo durante largos segundos y finalmente asintió.

—De acuerdo. Vámonos a casa.

Sus ojos se ensombrecieron, muestra clara de que se había quedado preocupada por su negativa a confiar en ella. Aquello le causaba tanto dolor como el día en que le había dicho que habían terminado. Pero no tenía otra opción al igual que no la había tenido entonces. No si quería protegerla. Paula le había dicho que siempre había que hacer las cosas lo mejor posible. Sin ninguna duda, protegerla era lo mejor que podía hacer.

—Así que el médico dice que puedo volver a trabajar.

En  el  asiento  del pasajero  del todo terreno de Pedro,  ella  lo  miró mientras salían del estacionamiento.

—Es oficial. No tienes motivos para ser un hombre helicóptero — añadió.

Al mirarla, Paula supo que detrás de aquellas gafas de sol, había una expresión en sus ojos que decía que necesitaba un médico diferente, que pudiera decidir si estaba loca o no.

—Soy un hombre helicóptero.

—¿No has oído el término madre helicóptero? Son las madres que no dejan de dar vueltas alrededor de sus hijos.

—No.

—Bueno,  has  estado  rondándonos  desde  que  me  operaron  y  ha llegado el momento de poner fin a ello. Ya no tienes que preguntar si estoy bien o cómo me siento.

—Entendido.

Ella siguió mirándolo de reojo, sintiendo la necesidad de memorizar el gesto de su mandíbula, la curva de su mejilla o las líneas de alrededor de sus ojos. Desde aquel día en su oficina, todo había sido frágil y limitado.

—¿Eso es todo? —preguntó ella—. ¿No dices nada más?

Cuando pudo, Pedro giró a la derecha y se detuvo en el semáforo.Luego, la miró.

—Sólo digo que entiendo lo que estás diciendo.

Durante su crisis médica, no había estado tan taciturno. ¿También se estaba dando cuenta él de que todo había cambiado? Ahora que podía volver a su vida normal, Pedro podría hacer lo mismo. Se iría de su casa y volvería a la suya y ella se quedaría sola. El problema era que se había acostumbrado a tenerlo cerca y le gustaba notarlo girando a su alrededor. Nunca en su vida había tenido a nadie ocupándose de ella. Tan sólo confiaba en que pudiera devolverle el favor. En los últimos diez días, le había dado varias oportunidades para que le contara lo que le había pasado en aquella misión, pero a él se le daba muy bien evadir la conversación.

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