viernes, 3 de marzo de 2017

Nadie Como Tú: Capítulo 3

—¿Qué nombre le pusiste?

Ella se acercó hasta la mesa que había junto al sofá, tomó una foto enmarcada y se la dió.

—Baltazar.

Mientras miraba la foto, Pedro sintió que el corazón se le encogía. El bebé tenía los ojos grandes, del mismo azul que los suyos y con los hoyuelos de su madre.

—¿Baltazar?

—Sí. Siempre me ha gustado ese nombre.

—¿Qué tiene, cuatro meses? —dijo acariciando la foto.

Ella asintió y Pedro no pudo evitar mirar su vientre y preguntarse por el aspecto que tendría embarazada.

—¿Puedo verlo?

—Está durmiendo —respondió ella.

—Sólo quiero verlo.

Ella se quedó pensativa, con el ceño fruncido.

—Por aquí —dijo por fin.

La siguió hasta la habitación del bebé. La tenue luz que impedía que la habitación estuviera completamente a oscuras le permitió ver la cuna.Había muñecos de peluche por doquier. Lentamente se acercó y se quedómirando al niño, que dormía plácidamente boca arriba.

Pedro alargó la mano y acarició sus pequeños dedos.

—Qué pequeño es.

 —Tenías que haberlo visto cuando nació —dijo ella con una amable expresión en su rostro.

Pero no había sido culpa de ella que no lo hubiera visto. Durante seis meses, él ni siquiera había sabido que había un bebé en camino y eso sí había sido culpa de ella. No lo había tenido a su lado mientras su hijocrecía en su interior ni cuando había dado a luz. Le había robado el comienzo y luego, un enemigo desde el otro lado del mundo, había hechoel resto. ¿Y si aquel ataque de remordimiento no la hubiera obligado a decírselo?

—Necesitamos hablar —dijo mirándola a los ojos.

—De acuerdo. Pero no aquí ni ahora. Llámame mañana.

Aquello le sonó a una maniobra  evasiva. Estaba entrenado para sobrevivir y sabía que además de una buena formación, era necesaria una buena táctica. Y la sorpresa era la mejor estrategia.

—De acuerdo —dijo—. Te llamaré mañana.


Paula Chaves esperaba cerca de la entrada de urgencias, a unos veinte metros del gran círculo marcado en el suelo de hormigón con una Hen su interior. Allí era donde los helicópteros médicos tomaban tierra.Había uno de camino con un hombre de cincuenta y ocho años y un posible ataque al corazón. El paciente era de Pahrump. Sabía que era un viaje de una hora por carretera, puesto que su madre vivía allí. La ayuda médica habría llegado tarde si le hubieran llevado en ambulancia. Las enfermeras de la sala de urgencias del Centro Médico Mercy se turnaban para atender la llegada de los helicópteros y aquel día era elturno de ella. El médico ya había recibido el electrocardiograma y estaba al tanto de la situación a través de radio y de la información del monitoracoplado al corazón del paciente.

En aquella sala de urgencias era donde había visto a Pedro Alfonso porprimera vez. Todavía no podía creer que hubiera aparecido la noche anterior sin avisar. Había albergado esperanzas de volver a verlo despuésde su estancia de doce meses en el extranjero. Pero los días habíanpasado sin que tuviera noticias de él. Al final, se había imaginado que no era más que uno de esos hombres donantes de esperma. Pero por la expresión de su rostro al conocer a su hijo, se había dado cuenta de que se había equivocado y eso era lo que más le había preocupado.

Sus reservas emocionales se habían visto mermadas al sugerirle que se vieran otro día. Él se había mostrado de acuerdo y luego se había ido con aspecto cansado. Estaba más delgado que la última vez que lo había visto y se preguntó qué le habría pasado. Su explicación acerca de lahospitalidad  de  los  talibanes  no  le  había  reportado demasiada información, pero tenía un mal presentimiento. Aunque estuviera más delgado,  todavía conseguía hacer que el pulso se le acelerara hasta límites peligrosos. De repente oyó el zumbido de las aspas del helicóptero y miró hacia arriba. Cuando se le comenzó a alborotar el cabello, se obligó a olvidar susproblemas personales y concentrarse en aquella situación. Esperó impaciente hasta que las aspas dejaron de moverse y se acercó junto a un celador a la puerta abierta del helicóptero. La enfermerade vuelo los ayudó a sacar al paciente y les entregó la documentación de Juan Bennett, antes de llevarlo en silla de ruedas a la sala de urgencias. Después de colocarlo en la camilla, se dispuso a tomarle latensión.

—Voy a tomarle sus constantes vitales, señor Bennett.

—De acuerdo —dijo el hombre con el rostro pálido del dolor y elmiedo.

Tomó el estetoscopio de su cuello y se lo ajustó a los oídos. Después de escuchar atentamente, anotó los resultados, tanto del pulso como de la tensión. Le estaba dando un par de aspirinas al paciente cuando el doctor Martín Tenney entró en la habitación.

El médico tomó el informe y lo leyó.

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