viernes, 31 de marzo de 2017

Enamorada: Capítulo 10

—Odio volar —le encantaban los aeropuertos pero le daba miedo subirse al avión—. Estoy deseando que exista una tecnología que nos teletransporte adonde queramos ir.

—No creo que sea barato desmolecularizar a alguien, transportarlo a otro lugar y volver a unir sus moléculas —el tono de Pedro era burlón.

—En un mundo perfecto habría dinero de sobra.

Pedro guió su BMW hacia la salida del aeropuerto. Una vez allí se dirigió al estacionamiento. Tras descargar el equipaje, se dirigieron hacia el mostrador de facturación de clase preferente. En el mostrador había una rubia muy atractiva que se mostró encantada de ayudar a Pedro.

—¿Viaja usted a Dallas, señor Alfonso?

—Los dos.

—¿Me puede mostrar su identificación?

—Por supuesto —le tendió la suya y la de Paula.

 La azafata apenas la miró a ella por encima, pero se quedó mirando más de lo necesario a Pedro.

—Su vuelo está en hora, señor. Embarcarán por la puerta D14. Si hay algo que pueda hacer para que su vuelo resulte más agradable, no dude en decírmelo.

—Gracias. Siguieron las indicaciones de la puerta de embarque y Paula dijo:

 —El doctor Impresionante ataca de nuevo. Parece que todas las mujeres caen rendidas a tus pies.

—Estás exagerando —se rio él.

Paula alzó la mano en gesto de solemne sinceridad.

—Lo juro. ¿No te cansas nunca de ser perfecto?

—No dirías eso si me conocieras mejor.

Estaba claro que Paula bromeaba y aquella era sin duda una de las cosas más inofensivas que le había dicho, pero del rostro de Pedro desapareció cualquier atisbo de humor. El contraste resultó tan obvio e impactante que ella  se preguntó qué nervio habría tocado. Ni siquiera su comentario sobre todas las mujeres con las que salía le había hecho adquirir una expresión así. ¿Sería posible que el doctor Tío Bueno tuviera corazón? Aquella noción hacía que sintiera deseos de saber más.

Pedro esperaba sentado en la sala de embarque en una butaca cromada de falso cuero al lado de Paula. Desde su pregunta sobre si no se cansaba de ser perfecto no habían vuelto a intercambiar palabra. Por culpa de él. Al parecer la visita a su familia estaba despertando muchas cosas, aunque eso no debería sorprenderle. Los viajes a casa siempre suponían una presión. Su hermana Carolina había cumplido con todas las expectativas de Horacio y Ana Alfonso. El gemelo de Carolina, Federico, era médico y no le importaba que sus padres no aprobaran su área de especialización. Pero él era el primogénito y no había conseguido ser neutral. Todavía le importaba mucho cometer algún error que les decepcionara. Su reacción a la broma de Paula lo demostraba.

Entonces anunciaron por megafonía que se iba a iniciar pronto el embarque del vuelo a Dallas. Paula se puso de pie, se colgó el bolso al hombro y agarró la maleta de mano.

—Voy al cuarto de baño.

—Yo te cuido el equipaje —se ofreció Pedro.

—No es necesario.

—¿No te fías de mí? —entornó los ojos pero esbozó una media sonrisa—. Vamos, irás más cómoda.

Paula le observó un instante y finalmente accedió.

 —De acuerdo. Gracias —dejó la maleta al lado de él y se marchó.

Pedro se la quedó mirando mientras se iba. Su trasero era pura dinamita. El cuello de la blanca blusa estaba cuidadosamente doblado sobre la chaqueta de su traje negro. Los estrechos hombros daban paso a una minúscula cintura y unas caderas sinuosas. Las medias brillantes le cubrían las piernas bien formadas y los tacones hacían que las piernas parecieran más largas, más sexys. Y entonces lo vio. El rojo en la suelas de los zapatos. Aquel destello de color fue como averiguar su secreto. Una pista de que no era tan estirada como fingía ser. Que había una mujer juguetona y apasionada bajo aquel traje de chaqueta. Aquello era una buena noticia y al mismo tiempo mala. Las suelas rojas le excitaban mucho. Pero Paula había dejado claro que intentar algo personal con ella era una ofensa. Unos minutos más tarde la vió acercándose de nuevo a él. Esta vez se perdió las suelas rojas de sus zapatos de tacón, pero la vista de frente lo compensó. Normalmente le gustaban las mujeres con el pelo por los hombros, porque recorrerlo con los dedos le parecía lo más erótico del mundo. Pero Paula era distinta. El cabello corto iba con sus delicadas facciones y acentuaba la forma de sus grandes ojos. Se imaginaba a sí mismo agarrando aquel rostro menudo mientras la besaba hasta que ella le suplicaba más.

2 comentarios:

  1. Ya estoy re enganchada con esta historia!!

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  2. Muy buenos capítulos! A Paula le dio curiosidad saber de la vida de Pedro, ya avanzamos un paso más!

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