domingo, 2 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 11

—Hola —Paula se detuvo delante de él y miró la información del vuelo que había en la puerta de embarque—. Parece que ya vamos a embarcar.

Su tono daba a entender que preferiría no tener que hacerlo. Pedro se puso de pie y la miró.

—Volar es el modo más seguro de viajar.

—Eso he oído.

 —Pero no te lo crees —no era una pregunta.

—Preferiría no tener que subir al avión —reconoció—. Pero no tuve elección.

No podía decirle a  su  jefe que tenía miedo a volar. Sería el fin de su carrera.

—Eres una soldado valiente —aseguró Pedro.

Paula le miró con mofa.

—Si ese es el consuelo que les ofreces a tus parientes, no entiendo tu buena fama como médico.

—Puedo hacerlo mejor.

Ella abrió un poco más los ojos.

—¿Es una amenaza?

—No. Una promesa. Antes de que pudiera preguntarle nada más, una voz dijo por megafonía que los pasajeros de primera clase podían empezar a embarcar.

—Esos somos nosotros —dijo él.

Paula agarró el asa de su maletita de ruedas y se puso a su lado.

—¿Cómo has conseguido que el hospital autorizara billetes más caros?

—Me gusta tener espacio para las piernas. Puedo permitírmelo. He pagado la diferencia para volar en primera clase.

 —Entonces esperaré a que anuncien el embarque para la plebe —dijo ella.

—No es necesario. Vamos sentados juntos.

—Pero yo no he pagado…

—No te preocupes por eso. Está todo controlado.

Sus asientos estaban en la tercera fila, el de Paula era el de la ventana y el de Pedro en el pasillo. Él puso su maletín abajo y colocó el equipaje de ella en el compartimento superior.

—Gracias —le dijo ella.

—No hay de qué — se hizo a un lado para que ella entrara.

Paula se sentó y al instante se puso el cinturón de seguridad. Pedro tomó asiento a su lado y observó cómo palidecía. La ansiedad le oscureció la mirada y movía la pierna con nerviosismo. Sintió deseos de ponerle la mano en la rodilla, en parte porque quería tocarla, pero sobre todo para tranquilizarla. A él no le importaba romper la barrera entre el terreno profesional y el personal para distraerla, pero estaba seguro de que ella no sería de la misma opinión.

—Así que estás bastante nerviosa.

—¿En qué se me nota? —al menos estaba intentando hacer una broma.

—Sobre todo en la imitación del pájaro carpintero que estás haciendo con el pie.

Paula dejó de mover la pierna.

—Ahora sabes que no te mentía. Me encantan los aeropuertos pero odio volar. Y oficialmente te odio a tí porque tengo que volar por tu culpa.

—Tal vez podría ayudarte.

—¿Vas a viajar sin mí? —le preguntó esperanzada.

—No. Pero te dejaré que me preguntes lo que quieras, personal o profesional. Todo está permitido.

El embarque había tocado a su fin y los auxiliares de vuelo cerraron las puertas del avión. Cuando el aparato empezó a moverse lentamente hacia atrás, Paula se agarró a los brazos del asiento y los nudillos se le volvieron tan blancos como la cara. Pedro le tomó la mano en la suya con la única motivación de que se sintiera a salvo.

—Lo digo en serio, Campanilla. Pregúntame lo que quieras.

—De acuerdo —Paula le miró—. ¿Decidiste convertirte en médico para ayudar a la gente?

—Por supuesto que no. Lo hice por el sexo y las mujeres —respondió él al instante.

Ella se rió, tal y como él esperaba.

—Entonces, ¿No escogiste esta profesión porque todos los imbéciles arrogantes se convierten en médicos?

—Lo cierto es que no tuve elección.

 —¿Y eso? —Paula parecía interesada en lugar de ansiosa.

—Mis padres son la definición viviente de la perfección. A sus ojos yo suelo fracasar constantemente.

—¿Estás de broma?

 —Te lo juro —Pedro alzó la mano justo en el momento en que el piloto anunciaba que iban a despegar.

—Pero eres un cirujano cardiotorácico de gran reconocimiento. ¿Qué más prestigio podrían desear tus padres?

—Mi padre es Premio Nobel de Economía. Mi madre es una ingeniera biomédica y su trabajo ha revolucionado los sistemas de diagnóstico, lo que ha ayudado a gente de todo el mundo. Mi hermana pequeña, Carolina, es ingeniera aeroespacial y trabaja para la NASA.

—Dios santo —Paula alzó la voz por encima del ruido de los motores.

—Lo cierto es que para la familia Alfonso  yo soy una especie de fracasado. Mi hermano Federico es el único que recibe más presión que yo.

—¿A qué se dedica?

—Es médico también. Pero mis padres creen que no está explotando al máximo su potencial.

—¿Y de verdad quieres que les conozca? Seguramente no me dejarán entrar en su casa.

—No, son gente estupenda —aseguró Pedro—. Solo tienen la vara de medir muy alta. Y hablando de altura —miró hacia la ventanilla del avión—. Estamos en el aire y adquiriendo altura. Los auxiliares de vuelo están moviéndose por la cabina y preparando el servicio. Te lo digo porque has despegado con éxito y no has pasado miedo.

—Tienes razón —Paula se rió—. Ahora puedes añadir la distracción de las personas con miedo a volar a tu impresionante lista de logros.

—¿Cuándo vas a admitir que soy un hombre amable que resulta ser médico?

La expresión de su rostro le dejó claro a Paula que recordaba las palabras que había dicho en la oficina de Zaira : «Si conozco a un médico amable, tendría relaciones sexuales con él». El sensual recuerdo de las suelas rojas de sus zapatos de tacón le hacía ser todavía mas consciente de cuánto deseaba que aquellas palabras fueran ciertas.

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