domingo, 9 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 35

—Malnacido —Pedro le tomó la mano—. Le encontraré y le pegaré una paliza. ¿Qué pasó con el bebé?

Tendría que haber esperado la pregunta. Trató de apartar la mano de la suya, pero Pedro le apretó los dedos en gesto tranquilizador. Su expresión solo mostraba simpatía, y eso la animó a contárselo todo.

—Mi madre me dió un ultimátum. Dijo que no podía alimentar otra boca. Si me quedaba con el bebé, los dos tendríamos que irnos —para su horror, los ojos se le llenaron de lágrimas. Después de tanto tiempo, aquel recuerdo todavía le rompía el corazón—. No podía cuidar de ella.

—¿De ella?

—Tuve una niña y la entregué en adopción.

Una lágrima le resbaló por la mejilla y Pedro se la secó con el pulgar.

—Sabía que eras una mujer increíble.

Paula le miró a los ojos.

—¿Has oído lo que acabo de decir? La entregué en adopción.

—Lo he oído —entrelazó los dedos con los suyos.

Se los estrechó con tanta fuerza que Paula tuvo la sensación de que, si no hubieran estado en un lugar público, la habría tomado entre sus brazos. Y ella sabía por experiencia que aquel era un lugar maravilloso para estar.

—Firmé los papeles legales para que dos desconocidos se la llevaran a su casa con ellos.

—Lo que hiciste fue algo extraordinariamente generoso. Le diste la vida dos veces. No solo la trajiste al mundo, sino que además fuiste lo suficientemente desprendida como para asegurarte de que tuviera una vida con un padre y una madre que la quieren.

¿Se trataría solo de palabrería o realmente la entendía?

—Haces que suene como un acto noble, pero yo no lo veo así. Y mi castigo es preguntarme constantemente si estará bien o no.

—Si se parece a tí, estará bien. Se convertirá también en una mujer increíble.

Paula nunca imaginó aquel nivel de comprensión por parte del Doctor Perfecto. Tal vez se debiera a que había recibido mucho calor por parte de su familia. Y hablando de la familia, tal vez Pedro no la juzgara, pero no todo el mundo compartiría su punto de vista. Liberó la mano de la suya porque deseaba desesperadamente dejarla allí. Menos mal que quería centrarse en el trabajo. Nunca le había contado a nadie aquella parte tan dolorosa de su pasado y no podía evitar preguntarse por qué se lo había contado a él. El dolor de aquella época cayó ahora sobre ella. Tal vez le hubiera vomitado toda aquella historia con la intención de darle una excusa para poder marcharse. Pero Pedro le había dicho cosas preciosas y estaba actuando mejor de lo que nunca pudo haber imaginado. Eso empeoraba mucho las cosas. Las posibilidades de regresar a Las Vegas con el corazón intacto eran cada vez menores. Deseó desesperadamente que las posibilidades de estar embarazada fueran igual de escasas.

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