domingo, 23 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 8

No tuvo que decírselo dos veces. Pedro la dejó sentada, y Olivia  siguió llorando como si le estuvieran clavando alfileres.

—Iré a buscar el resto de las bolsas —dijo saliendo de allí sin esperar respuesta.

Cuando recogió las que faltaban y cerró el maletero, volvió al departamento. Olivia estaba saliendo por la puerta a gatas. Pedro dejó las bolsas en medio del salón y corrió a recogerla. La niña chilló, una prueba más de que lo odiaba. Siguió protestando y retorciéndose cuando se la llevó a Paula.

—Es una corredora —dijo Pedro.

—Bien. La has recogido —dijo mirando hacia atrás—. Si no cierras la puerta, siempre trata de escaparse.

Pedro dejó a Olivia en el suelo, y cuando su madre hubo terminado de colocar la compra, agarró a la niña y desapareció por el pasillo. Él las siguió. Observó cómo Paula le cambiaba con pericia el pañal a la niña y luego regresaba a la cocina. Olivia agarró uno de sus peluches y cerró los ojos. La respiración se le volvió más acompasada.

—Se ha dormido —anunció Pedro.

—Ya lo sé —Paula estaba lavando unas manzanas en el fregadero.

—¿Cómo lo sabes?

—Es por la tarde y el calor la agota —ella sonrió con ternura—. Pero se acerca la hora de la cena, así que sólo va a echarse una siesta corta. Si la dejo dormir demasiado, luego no habrá forma de acostarla a una hora decente por la noche.

—Claro —contestó Pedro.

—¿Hay algo que te preocupa? —preguntó Paula observándolo fijamente.

—¿Aparte del hecho de que cada vez que toco a mi hija grita como si yo fuera un asesino?

—Sí, aparte de eso.

—No sé mucho de ella, y soy su padre.

—Míralo de esta manera, Pedro —Paula colocó las manzanas lavadas en un cuenco grande—  antes de que Olivia  naciera yo tampoco sabía nada de ella. He aprendido a conocerla pasando tiempo a su lado. Hago lo que puedo para asegurarme de que tiene sus necesidades cubiertas, y ella confía en que así lo haré. Lo único que hace falta es dedicarle tiempo. Si tienes ganas.

—¿Por qué no iba a tenerlas? —inquirió Pedro.

—No eres un hombre que dé oportunidad alguna para que se desarrollen las relaciones.

—Nunca antes había tenido un hijo —respondió él sin molestarse en negar sus palabras.

—Hace falta tiempo para desarrollar la confianza. Y tengo la sensación de que a tiíno te resulta fácil, aunque no sé por qué —Paula alzó las manos—. No tienes que contármelo.

En eso tenía razón. Nadie tenía por qué saber que su ex le había dado una lección de por qué no había que confiar en las mujeres. Paula había reforzado aquella idea ocultándole la existencia de su hija.

—Sí, no tienes por qué saberlo —reconoció Pedro—. Y tienes razón en que necesito pasar tiempo con ella para construir la confianza. ¿Cómo vamos a trabajar eso?

—Todavía no estoy segura, pero lo haremos.

Pedro miró a su alrededor para observar el entorno de su hija. Reconoció los muebles de cerezo que Emily tenía en su otra casa.

—¿Necesitas dinero? —le preguntó.

—No —la indignación quedaba clara en su respuesta.

—No pretendo ofenderte, pero te debo nueve meses de embarazo, el parto y los once meses de vida de Oli.

—No me debes nada —los ojos de Paula brillaron con furia durante un instante—. El dinero no es la razón por la que te hablé de ella. Sólo quería que supieras de su existencia por si algo me ocurre.

—Iré contigo a ver al médico —se ofreció Pedro—. Puedo ayudarte con Olivia. No es por nada, pero tiene una capacidad pulmonar importante. Va a ser difícil que escuches lo que el médico te diga.

—¿Está seguro? —Paula se mordió el labio inferior.

—Totalmente.

Pedro no podía apartar la vista de aquel labio apretado suavemente entre los dientes. Le hacía pensar en el resto de su cuerpo, en las partes que ocultaba la ropa. Quería verla desnuda, y eso suponía un gran problema.

—De acuerdo entonces —accedió ella—. Puedes venir conmigo.

—Bien.

 Será un gran avance para establecer esa confianza. Con su hija, no con Paula. Ella lo había dejado una vez y no le daría oportunidad de repetirlo. Tras haber bailado la danza del engaño con su ex mujer, sabía que las segundas oportunidades eran un tobogán hacia el lado oscuro. Valeria siempre tenía un motivo para aquellos intentos de suicidio que no llegaban a materializarse. Así lo mantenía a su lado, al menos hasta que él volvía a hartarse y amenazaba con irse. Y entonces, sin previo aviso, ella lo había dejado a él. Y Paula había hecho lo mismo. Pero ahora había regresado. Eso significaba un nuevo reto. Sin duda ella buscaba algo más que ponerlo en contacto con su hija. Lo único que  tenía que hacer era averiguar de qué se trataba y vencerla en su propio juego.

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