domingo, 30 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 30

A veces tener razón era un infierno, pensó Paula mientras recorría el sábado las calles que llevaban a casa de Pedro. Su instinto le había dicho que él nunca comprendería por qué había entregado a su bebé en adopción, aunque ese bebé fuera a parar a un hogar armonioso que ella no había sido capaz de proporcionarle. Por desgracia, él no la había decepcionado. No lo había vuelto a ver desde aquella noche a principios de semana. Un instante le estaba haciendo el amor, y al siguiente no podía soportar tenerla delante. Aquella cita para acudir con su hija a la piscina era lo que menos le apetecía hacer, pero había dado su palabra. Con el tiempo, Olivia estaría a gusto con su padre y no necesitaría que ella  estuviera por allí, pero hoy no era el día. Hoy tenía que fingir que no le importaba lo que Pedro pensara. Hacer el amor con él había sido un error, pero eso no evitaba que lo siguiera deseando.  Detuvo el coche en la entrada y apagó el motor. Entonces se dió cuenta de que él estaba mirando a través de la ventana del salón. «Que Dios me ayude», pensó reuniendo el coraje para bajarse del coche.

—Hola —dijo él saliendo por la puerta.

—Hola, siento llegar tarde —dijo Paula sacando a la niña de la silla de atrás—. Oli  ha dormido más siesta de lo habitual.

Sacó a su hija del coche, que apoyó la dormida cabeza sobre su hombro, y alzó la vista hacia Pedro esperando ver la fría expresión que le había helado el corazón unos días antes. Se llevó una sorpresa al comprobar que no la estaba mirando así en absoluto.

—¿Qué ocurre? —preguntó con desconfianza—. Estás sonriendo.

—Estoy contento de verlas —Pedro frunció el ceño y se cruzó de brazos—. Paula, respecto a lo de la otra noche en tu casa, quiero que…

—Fue un momento de debilidad —tampoco ella quería hablar de esa noche—. Lo cierto es que tenía ganas de sexo. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo.

—Entonces, ¿Hubiera valido cualquier hombre?

—Estabas a mano. Eso es todo.

—Entiendo.

—No te ofendas, sólo estoy siendo directa y sincera —Paula se encogió de hombros.

—Es bueno saberlo.

Paula estuvo tentada de decirle que no habría más momentos de debilidad, pero decidió no hacerlo porque le había asegurado que no mentía.

—En realidad no era de eso de lo que quería hablar —aseguró Pedro.

Paula se preguntó de qué podría tratarse.

—Quería comentar el modo en que me porté después de…

A Paula se le sonrojaron las mejillas.

—Olvídalo.

—No puedo —Pedro  se pasó las manos por el pelo—. Actué como un imbécil.

Ella se estiró y lo miró a los ojos. Parecía muy serio. El hecho de que Pedro Alfonso admitiera algo semejante le hizo tener esperanzas de que llegara a reinar la paz en el mundo.

—Me comporté mal y quiero pedirte disculpas.

No había ni una nube en el cielo, pero Paula esperaba que en cualquier momento surgiera un relámpago. No podía creer lo que estaba oyendo.

—¿Quién eres tú y qué has hecho con Pedro?

Cuando Olivia levantó la cabeza, él extendió los brazos y la niña se fue con él.

—Mariana me dió una perspectiva distinta del tema —debió de percibir algo en su expresión, porque se apresuró a añadir—. No le he contado tu historia. Estábamos hablando en general. Pero yo no tenía derecho a juzgarte. No volveré a hacerlo.

Pedro le dió un beso a su hija en el cuello, y a Paula le gustó oírla reír. Eso les alegró el ánimo y disipó la tensión que había entre ellos. Lo siguió hasta el salón y dejó la bolsa de los pañales en la mesita.

 —Ya tiene el bañador puesto —le dijo.

—¿Vas a venir a la piscina con nosotros? —quiso saber Pedro.

—Sí.

Sólo que ahora deseó tener un bañador de cuerpo entero en lugar del bikini que llevaba bajo la camiseta y los pantalones cortos.

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