viernes, 7 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 32

Estacionaron y entraron juntos en el vestíbulo del hospital, con su suelo de cerámica y las señales en la pared que indicaban la zona médica y la zona administrativa. Allí era donde sus caminos se separaban.

—Te veo luego —dijo él.

—Diviértete con tu robot. Tal vez tenga una espada láser y comunicación con La Fuerza —Paula sonrió.

—Eso probablemente aumentará el coste —le recordó Pedro—. Y dicen que la administradora del hospital estruja los céntimos hasta que gritan pidiendo clemencia.

—Estoy casi segura de que quieres decir que soy frugal —afirmó ella antes de dirigirse hacia el pasillo que llevaba a la zona administrativa.

Pedro fue en dirección opuesta, hacia el ala médica. Su amigo, el doctor Agustín Hackett, se encontró con él en las puertas dobles de la zona quirúrgica. Llevaba puesto el típico pijama verde de quirófano y una bata blanca encima. Era de la misma edad que Pedro, y se habían conocido cuando ambos eran residentes. Carter era uno de los mejores cirujanos torácicos que conocía.

—Me alegro de verte, amigo —le saludó tendiéndole la mano.

—¿Cuánto hace que no nos veíamos? —le preguntó Agustín estrechándosela.

—Hace como un año. Desde la última vez que estuve aquí para ver qué novedades había.

—El sistema robótico Da Vinci no es una novedad. Fue desarrollado por el ejército para ayudar a los soldados heridos desde una distancia de seguridad — Agustín nunca perdía la oportunidad de instruir—. Es un campo en el que hay avances constantes.

—A mí no tienes que convencerme, amigo. Enséñame lo que tienes.

Agustín  asintió.

 —He pedido un robot para enseñártelo y también te pondré una grabación de vídeo para que lo veas en acción.

Pedro lo siguió hacia un quirófano, un territorio que le resultaba familiar a excepción de la máquina de cuatro brazos. Agustín  se puso los guantes y le mostró cómo se movían los brazos.

—Cada maniobra quirúrgica está bajo el control directo del cirujano —explicó moviendo las palancas.

Pedro observó fascinado la destreza de los dedos robóticos y los imaginó arreglando una válvula o bloqueando un vaso sanguíneo en un corazón humano.

—Reduce la zona a operar —explicó Agustín —. La apertura del pecho solo ocupa la circunferencia del brazo. El cirujano no tiene que introducir las manos ni las muñecas en el campo quirúrgico.

—Es impresionante.

Una de las primeras cosas que se les enseñaba a los estudiantes de medicina era a hacer el menor daño posible. No había que tocar a menos que fuera absolutamente necesario. La idea de tocar le recordó a Paula. La noche anterior, en el calor del momento, sintió la necesidad absoluta de tocarla. Era como un fuego en la sangre.

—¿Pepe?

—¿Sí? —parpadeó mirando a su amigo.

—¿Te pasa algo? Parece que tuvieras la cabeza en otro sitio. ¿Están bien tus padres?

—Sí.

Agustín se le quedó mirando con la expresión de un médico evaluando la situación. —Me dijiste por teléfono que la administradora del hospital iba a venir contigo.

—Sí, se llama Paula Chaves. Mientras nosotros hablamos, ella está con los del departamento financiero. No tiene muy claro si gastarse el dinero en un robot cuando podría invertirlo en otras cosas, como por ejemplo en ventiladores para bebés.

—Entiendo —Agustín asintió—. Los asuntos financieros siempre se mezclan con la práctica de la medicina. ¿Es eso lo único que te preocupa?

—¿Qué más podría preocuparme?

¿Otra ronda de sexo con la administradora? Estaba deseando ver aquella máquina y ahora solo podía pensar en Paula. Campanilla estaba ganando a la tecnología y eso no le había pasado nunca antes.

—¿No ibas a enseñarme algo más?

 —Sí, claro.

Pedro siguió al otro médico a su despacho, donde había una televisión. Tras poner un DVD en el reproductor, Agustín encendió un botón en el mando y aparecieron las imágenes en la pantalla. Un corazón humano y unos vasos sanguíneos manipulados por los dedos metálicos del robot en una operación de reemplazo de válvulas.

—Con el Da Vinci —explicó Agustín —, se consigue un plano en tres dimensiones de la anatomía del músculo y los vasos. Con la alta definición de la imagen del campo de operación y la precisión del instrumento, la recuperación del paciente es muy superior. Los resultados trascienden las limitaciones de la cirugía tradicional.

—Entonces, ¿Es un robot perfecto? —preguntó Pedro.

—Casi —Agustín se puso en jarras—. Me gusta comprobar que hay cosas que no cambian.

—¿Como qué?

—Como tú. Sigues siendo un perfeccionista incurable.

 Pedro se encogió de hombros.

—Soy perro viejo. Ni siquiera el gran Agustín Hackett puede enseñarme trucos nuevos.

Aunque quisiera aprender, los errores costaban muy caros. En el trabajo suponían la supervivencia de un paciente. En el terreno personal, un error suponía poner en juego el alma, y se negaba a pagar otra vez ese precio. En el trabajo había factores que no podían preverse. En la vida bastaba con marcharse antes de que alguien resultara herido. Lo que le preocupaba era que todavía no estaba preparado para marcharse y dejar a Paula.

2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos!!! Se dejaron llevar! Pero no entiendo porque Pedro piensa en alejarse de Pau...

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  2. Wuauu que lindos capítulos. Supongo que se viene otra noche de amor antes del regreso!

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