viernes, 28 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 27

Paula estaba sentada en la mecedora del dormitorio de Olivia dándole el biberón a la niña mientras Pedro estaba sentado en una butaca frente a ellas, mirándolas. Veinte minutos atrás había perdido el control y había hecho el amor con él. Aquello había sido intimidad. Pero ahora, al estar el padre, la madre y el bebé, los tres juntos, aquello era íntimo en un modo normal, familiar. No esperaba vivir un momento así, sobre todo porque pensó que Pedro desaparecería en cuanto hubiera conseguido lo que quería. Pero tal vez quería algo más que eso.

—Entonces, ¿Sigues pensando en llevar a Oli el sábado a mi casa para que nade?

Paula  asintió.

—Le encantó estar en la piscina el día de su cumpleaños.

—Bien. Estoy deseando que llegue el momento.

—Yo también.

Paula bajó la vista y se dio cuenta de que la niña había dejado de succionar la tetina del biberón y que la leche le resbalaba por una de las comisuras de la boca. Sacó una toallita y le limpió el líquido. Estiró el brazo para poner el biberón en la mesilla de noche, pero Pedro lo hizo por ella.

—Gracias —susurró Paula sin dejar de mecerse.

—¿Vas a ponerla en la cuna?

—Enseguida. Si no espero hasta que se duerma del todo, se despertará. Y tras una siesta tan larga, puede pasar mucho tiempo antes de que vuelva a dormirse.

Pedro sacudió la cabeza.

—El mundo de Oli es increíble. Todo lo que sabes de ella. Lo que le gusta y lo que no. Cómo manejar cada situación. Su personalidad. El hecho de que no pueda dormirse a menos que las estrellas y los planetas estén perfectamente alineados.

—Eso es un poco exagerado.

—Pero ya sabes a lo que me refiero.

Lo sabía. Pedro se había perdido aquella parte de la curva de la paternidad. Paula se sintió atravesada por la culpa aunque había prometido que ya no sería así.

—De hecho, presto tanta atención porque soy egoísta y vaga.

Pedro  parecía sorprendido.

—¿Puedes explicarme eso?

—Mi trabajo es más fácil si ella es felíz. Recuerdo lo que le gusta y lo que no le gusta para que coma y duerma y esté sana.

 —Ah. Así que no tiene nada que ver con quererla mucho.

—Por supuesto que no —bromeó ella a su vez—. No, eso es mentira. La quiero más de lo que podría explicar. ¿Cómo no vas a querer a tu propia hija?

—Sí —Pedro estiró el brazo y pasó un dedo por el bracito de Oli—. ¿Cómo fue su nacimiento?

—Me puse de parto. Doce horas, por cierto. Fue muy incómodo, pero finalmente empujé y salió.

—Me refiero a que si había alguien contigo.

—Rocío.

—¿Quién es?

—Rocío Green, una trabajadora social amiga mía. Dirige la guardería. Ella fue la que me llevó al hospital cuando rompí aguas y estuvo conmigo durante el parto.

Paula pensó que era mejor no mencionar que fue Rocío la que le había convencido para contarle a Pedro lo de Olivia tras encontrarse el bulto en el pecho.

—¿Y tu madre?

Paula le había contado que su madre y ella no estaban muy unidas, pero sin darle detalles.

—Mamá murió antes de que Oli naciera. Ya lo esperábamos. Tenía cáncer, y el hecho de que el alcohol fuera su fuente más importante de alimento desde que yo recuerde no ayudó.

—Lo siento.

—No lo sientas.

-Ella no se lo merece.

Pedro pareció sorprendido.

—¿Quieres hablar de ello, de por qué estás tan enfadada con ella? —le preguntó.

—Ya no está. No hay nada que decir. Además, no creo que quieras oírlo de verdad.

—Y yo creo que tú no quieres contarlo —respondió Pedro observándola—. Cuéntame qué pasó. Te sentirás mejor.

—¿Qué te parece si me tomo dos aspirinas y te llamo por la mañana?

Pedro sonrió.

 —Me estás dando evasivas. Dicen que las confesiones son buenas para el alma.

Paula acomodó a Oli en sus brazos y la besó suavemente en la frente antes de mirarlo. Tal vez tuviera razón. Y lo más importante, era médico. Le importaban los niños, y ahora que tenía a su hija sin duda comprendería que el bienestar de su bebé fue lo que la llevó a tomar la decisión más dolorosa y difícil de su vida. Finalmente se sentía dispuesta a contarle a alguien lo que había tenido que pasar.

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