domingo, 2 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 13

Paula asintió. Entonces algo le vino a la mente.

—Debería hablar con el hotel. Tal vez Laura se equivocó de fecha también ahí.

—Buena idea —Pedro volvió al mostrador.

Ella sacó el móvil para llamar. El estómago le dió un vuelco cuando confirmó lo peor. Estaban en Texas tres días antes de lo que el hotel esperaba y no tenían dónde quedarse. Cuando Pedro volvió con las llaves del coche en la mano le soltó la noticia.

—El hotel también nos esperaba el domingo.

—Pero ¿Les has dicho que ya estamos aquí?

—Sí. Y tenemos un problema. Hay una convención en la ciudad y no quedan habitaciones.

—Estupendo —Pedro se puso en jarras.

—Tenemos que encontrar otro hotel. Tal vez podamos preguntarle al dependiente del servicio de alquiler de coches que nos recomiende alguno.

—No —Pedro sacudió la cabeza—. Tengo una idea mejor.

—¿Mejor que una habitación? —no le gustaba cómo sonaba aquello—. Espero que no estés pensando en plantar una tienda en algún sitio.

—No te preocupes —un brillo travieso se reflejó en sus ojos y sonrió con picardía.

—Preocuparme es lo que mejor hago —afirmó ella—. ¿Qué tienes en mente?

—Mi familia nos acogerá.

¿Sus padres? ¿Esas personas con una vara de medir tan alta que consideraban que ser médico no era suficiente?

—Yo no puedo imponerles mi presencia —se apresuró a decir—. Pero ve tú. Yo encontraré una habitación en algún lado, no te preocupes.

—Les encantará que vayas.

—No puedes aparecer sin avisar y con una invitada. Supondrá un trastorno para ellos.

La casa de mis padres es como el Palacio de Buckingham. Tienen tantos metros cuadrados que no saben qué hacer con ellos.

—¿De verdad? —La comparación con la realeza no contribuyó a calmar sus nervios—. No puedo, Pedro.

—Claro que puedes. Vive peligrosamente.

—Ese no es mi estilo —ya no lo era. La única vez que lo había sido había destrozado su vida—. De verdad, vete a ver a tu familia.

—No pienso ir sin tí. Vamos —la agarró del antebrazo y tiró de ella.


A Paula le daba vueltas la cabeza. Esa fue la única razón por la que no protestó más. Así que no solo iba a conocer a los hipercompetentes, sino que además iba a quedarse en su casa. Iba a ser tan divertido como que te quitaran una muela sin anestesia. Pedro quería a sus padres, pero visitarles suponía siempre un reto. Era un reputado cirujano cardiotorácico, por el amor de Dios, pero le bastaba con cruzar la puerta de entrada de su casa para convertirse al instante en el niño que fue una vez, siempre tratando de demostrar su valía. El niño que había luchado mucho para ser tan bueno como ellos y todavía mejor.

Detuvo el Mercedes alquilado delante de la impresionante casa de ladrillo. En aquel barrio de Dallas vivía un antiguo presidente, dueños de empresas multimillonarias y Ana y Horacio Alfonso. Sin decir una palabra, Paula contuvo el aliento ante la majestuosa construcción de ladrillo rojo con un pórtico sostenido por cuatro columnas blancas. La mansión estaba separada de la calle por un enorme y perfecto jardín.

—No es frecuente que tú te quedes sin palabras —Pedro apoyó la muñeca en el volante.

—No es frecuente que una chica como yo vea una casa como esta —Paula le miró antes de volver a clavar la vista en la mansión—. Esto es una broma, ¿Verdad? Tus padres no viven aquí.

—Ven, te lo mostraré —Pedro bajó del coche y lo rodeó para abrirle la puerta. Ella no se bajó. —Vamos, no tengas miedo, Campanilla —le tomó la mano y se llevó una sorpresa al comprobar lo menuda y delicada que era. Y lo fríos que tenía los dedos—. No te preocupes, Ana y Horacio Alfonso no muerden.

A menos que uno no cumpliera con sus expectativas. Los niños Alfonso, sobre todo el mayor, debían cumplir con los estándares más altos. Y esos estándares se acercaban peligrosamente a la perfección, lo que significaba que no se toleraba ningún error. Pedro la guió hacia los escalones de entrada y sacó la llave para meterla en la cerradura.

—¿No vas a llamar? —preguntó Paula horrorizada.

—Yo crecí aquí —Pedro abrió la puerta y pulsó el código para apagar la alarma—. Bienvenida a la casa familiar de los Alfonso.

Paula entró y se giró en círculo para verlo todo.

—La entrada es tan grande como mi casa.

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