miércoles, 19 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 62

—Mi madre no me apoyó y el padre se unió al ejército para no casarse conmigo, así que no tuve elección —Paula se encogió de hombros—. Entregué a la niña en adopción. Era lo mejor para ella. Júzgame si quieres, pero en las mismas circunstancias volvería a tomar la misma decisión.

La madre de Pedro le tomó la mano y la retuvo entre las suyas.

—Sí que te juzgo, querida, pero en el sentido positivo. Lo que hiciste por tu hija es uno de los actos más valientes que he escuchado en mi vida.

Paula sintió un nudo en la garganta por la emoción.

—Quiero que sepas que no tenía planeado que esto sucediera, pero mi situación es distinta ahora. Tengo trabajo. Puedo cuidar de mí misma y del bebé. Y seré una buena madre.

—Y yo quiero que sepas que Horacio y yo estaremos aquí para lo que necesites. Eres parte de la familia, este es nuestro nieto y te queremos.

Al menos había alguien en la familia Alfonso que la quería. Creía que Ana era sincera y eso le gustaba, pero siempre había querido formar parte de una familia compuesta por el padre, la madre y los hijos. Trató de convencerse de que el ofrecimiento de la madre de Pedro era igual de bueno, pero su corazón no se lo creía.


Pedro estaba sentado en una silla en la zona de enfermería de la UCI del hospital. Tenía que escribir el informe de un paciente que acababan de trasladar allí desde la unidad de cuidados cardíacos, pero solo podía pensar en Paula. En ella y en el bebé. Había estado muy ocupado con su familia en la ciudad y la partida de su hermano a Montana. No la había visto en el hospital, pero sabía que se le daba bien evitarle cuando quería y seguramente había vuelto a esconderse en el baño de señoras porque temía que desapareciera. Entonces tuvo que realizar aquel bypass de urgencia. La había llamado a su despacho, a casa y al móvil, pero ella no contestó. Antes de volver a Dallas, sus padres le habían dicho que estaban seguros de que haría lo correcto con Paula y con su nieto. Y lo haría en cuanto consiguiera hablar con él.

—¿Doctor Alfonso?

Era la voz de la señora Benedict, la esposa del paciente al que acababa de operar. Pedro pensó en cómo se sentiría él si Paula pasara por una operación tan grave y se dispuso a ayudar a la mujer en todo lo que pudiera. Se puso de pie.

—Señora Benedict, ¿En qué puedo ayudarla?

 La mujer era una señora de pelo oscuro, unos sesenta y tantos años, bajita y rechoncha. Cuando empezó a llorar. Pedro le pasó el brazo por el hombro.

—Sé que la UCI da miedo. Hay muchas máquinas que emiten sonidos y luces.

Ella asintió, se apartó de él y se secó las lágrimas de los ojos.

—Esa torre con tantos tubos que le está metiendo cosas dentro y sacando otras…

—Todo lo que tiene enchufado le está ayudando a recuperarse.

—Tengo la sensación de que ya no volverá a ser el mismo —los labios le temblaban, pero estaba controlada—. Solo quiero hablar con él, y que nos riamos, y que me diga cómo vamos a pagar la factura de sus honorarios.

Pedro se rió, impresionado al ver que pudiera tener tanta fuerza y sentido del humor en aquellas circunstancias.

—Es fuerte. Un luchador. Y la tiene a usted.

Deseó poder contar con Paula del mismo modo. Una expresión decidida sustituyó las lágrimas de la señora Benedict.

—Entonces le daré todo lo que tengo.

Pedro volvió a pensar en Paula.

—¿Está cuidando de usted misma?

—Sé que es difícil de creer dado mi aspecto, pero no puedo comer. También me cuesta trabajo dormir.

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