domingo, 2 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 12

Paula estaba asombrada de no haber pasado miedo a pesar de estar a nueve mil metros de altura. El vuelo a Texas duró casi tres horas y estuvo todo el camino charlando con Pedro. ¿Quién lo hubiera creído posible? Era tan encantador, divertido e interesante que cuando recordaba que no tenía los pies en el suelo tenía poco que ver con el hecho de que estuviera en un avión y mucho con su compañero de viaje. Por si fuera poco, era todo un caballero. Se encargó todo el camino de su equipaje, subiéndolo, bajándolo y cargando con él. No estaba acostumbrada a aquel trato por parte de un hombre, algo lógico teniendo en cuenta que evitaba a los hombres. Pero durante aquellos días no podría evitar a aquel. Al menos tendría su propio espacio en el hotel. Tras registrarse se pasaría la tarde preparando la reunión con el vicepresidente regional de la Corporación Médica Mercy. Pedro caminó a su lado por la pasarela de acceso a la terminal.

—¿Has estado antes en Texas?

—No. —Tendré que llevarte a hacer turismo.

—No creo que tengamos tiempo.

Por primera vez no le estaba resultando fácil mantener las distancias con Pedro Alfonso. Al parecer debilitaba sus defensas emocionales con la misma facilidad con la que manejaba su miedo a volar. Salieron de la pasarela y siguieron las señales hasta llegar a la cinta de recogida de equipaje. Esperaron un poco a que salieran las maletas y Pedro agarró la suya antes de que Paula pudiera procesar el hecho de que la hubiera reconocido.

—Tenemos que subir a la lanzadera que lleva a la zona de alquiler de coches — dijo él.

—¿Está lejos?

 Pedro se rió con ganas.

 —Como todo en el estado de la estrella solitaria, el aeropuerto es grande. La zona de alquiler de coches está como a diez minutos de aquí, sin contar con las paradas para recoger pasajeros de otras terminales.

—De acuerdo, entonces te sigo.

Bajaron a la primera planta, donde estaba esperando la lanzadera. Tuvieron suerte. De hecho fue el único momento de suerte que Paula terminó teniendo en todo el día. Encendió el móvil y escuchó el mensaje de Sofía. La reunión del viernes se había cancelado. Cuando la furgoneta se puso en marcha, Paula se hizo una idea de la extensión del terreno.

—Texas es muy llano.

—En esta zona sí —reconoció él—. Pero también hay partes con colinas que los nativos llaman campos de colinas.

—Qué original —bromeó Paula—. Y qué falta de poesía llamar a las cosas por lo que son.

—¿Y qué tiene de malo ser directo? —quiso saber él.

Paula no podía discutir aquello. El problema estaba en que, según su experiencia, los hombres no eran siempre directos y sinceros. Lo aprendió cuando se quedó embarazada a los diecisiete años. Menos mal que no tenía que conocer a los padres de Pedro. Al parecer no toleraban bien los fallos y ella tenía demasiados. Con solo mirarla una vez considerarían que no valía la pena.

—¿Qué ocurre? —la voz grave de Pedro la arrancó de sus pensamientos.

—Nada —Paula estaba tratando de imaginar qué iba a hacer al día siguiente—. Estoy mirando el paisaje.

Había aviones estacionados aquí y allá, lo que indicaba que estaban en la zona de mantenimiento. Entonces la lanzadera giró hacia la izquierda y siguió por un camino que llevaba a un edificio. Agarraron el equipaje y se dirigieron a la pequeña cola que se había formado en el mostrador.

—Como la reserva está a mi nombre, yo puedo encargarme del papeleo — sugirió Pedro.

—De acuerdo. Yo le echaré un ojo a tu equipaje.

Paula le vió dirigirse al mostrador. Más de una mujer se quedó mirando al alto, guapo y sexy Pedro Alfonso. Así que las mujeres de Texas tampoco eran inmunes a su carisma. Y no sabían que, además de guapo, tenía encanto y sentido del humor. Tras hablar un instante con el dependiente del alquiler de coches, la última cualidad le faltaba. Tenía una expresión de enfado cuando avanzó hacia ella.

—¿Qué ocurre? —preguntó Paula.

—La reserva está mal. No nos esperan hasta el domingo.

 —Pero hoy es jueves.

—Lo sé, eso es lo que les he dicho —afirmó Pedro  molesto—. No es propio de Laura cometer un error así.

 —¿Es tu asistente?

Pedro asintió.

—Ha estado un poco distraída últimamente. Es madre soltera y tiene un hijo adolescente rebelde. Problemas personales. Y ahora los problemas los tenían ellos.

—¿Podemos tomar un taxi al hotel?

—No hace falta. Había un coche disponible. Solo quería que lo supieras.

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