domingo, 2 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 16

A la mañana siguiente, Paula bajó las escaleras y siguió el olor del café, que la llevó hasta la cocina. Pedro ya estaba allí cuando ella entró.

—Buenos días —la saludo dándose la vuelta al oír sus pasos—. ¿Has dormido bien? ¿Estás cómoda en esa habitación?

—Es como la suite de un hotel —y ella había dormido todo lo bien que cabía esperar sabiendo que Pedro estaba en otra cama no muy lejos de la suya.

—¿Vas a algún sitio? —le preguntó él deslizando la mirada por su traje de chaqueta de pantalón.

—Como sabes, mi reunión ha sido cancelada. No tengo nada que hacer hasta el lunes por la mañana.

—Pero vas vestida como para ir a trabajar.

Era más fácil así. Cuanto más tiempo pasaba con Pedro, más se borraba la línea que separaba lo profesional de lo personal. Vestirse como para ir a trabajar era como llevar una armadura. Y además…

—Es la única ropa que he traído.

Pedro dejó la taza sobre la encimera de granito.

—¿No tienes pensado hacer nada más que trabajar en este viaje?

—Haces que parezca una ofensa penada con la muerte.

—En cierto modo lo es —Pedro se cruzó de brazos.

El gesto hizo que la camiseta le marcara el musculoso contorno. Los pantalones cortos mostraban una pantorrillas igual de musculosas.

—La vida es algo más que trabajo. Nadie, incluido tu jefe, espera que te dediques solo a asistir a reuniones o a estar en la habitación del hotel.

—¿Estás diciendo que debería haber traído también ropa de sport?

Vaya, probablemente eres el único hombre del planeta que regaña a una mujer por traer poca ropa.

Su sonrisa y el brillo de sus ojos verdes hicieron tambalear su mundo, un mundo que ya estaba cabeza abajo. Pedro había sido únicamente amable y divertido desde que la recogiera el día anterior por la mañana. Y para colmo, ella había pasado la noche en casa de sus padres, que habían sido de lo más hospitalarios. Eso era porque no conocían su pasado, su secreto, su maldad. Y no había razón para que los conocieran, ni Pedro tampoco.

—¿Dónde están tus padres? —le preguntó.

—Trabajando. Los dos tenían cosas que hacer.

Si hubieran sabido que venía su hijo, ¿Habrían dejado de hacer aquellas cosas? ¿Sería esa la razón por la que no les había avisado de su llegada?

—Fue muy bonito por tu parte que les sorprendieras.

—Es mucho mejor así —aseguró Pedro con tono ligero. Pero el buen humor despareció de sus ojos—. Así no hay desilusión si no sale bien.

Una reacción interesante que la llevó a preguntarse cómo era posible que un hijo triunfador como Pedro pudiera decepcionar a su familia. Era el mejor en su campo, reconocido y respetado en todo el país.

—Parece que las estrellas y los planetas se han alineado para que suceda esta reunión no planificada de la familia Alfonso —comentó.

Debía de ser agradable tener una familia que se preocupaba de si les visitabas o no. Paula no podía saberlo.

—Como el resto de la familia no llega hasta mañana —dijo Pedro— hoy estamos tú y yo solos.

—Tengo trabajo. Cosas que debo preparar antes del lunes…

 Pedro sacudió la cabeza.

—Tienes problemas más urgentes. Mis padres están organizando una barbacoa para mañana en la piscina. ¿Qué te vas a poner?

Paula miró su caro traje de chaqueta y pantalón. La camisa blanca de seda era una de sus favoritas.

—No tengo mucha elección.

—Ese conjunto te queda muy bien, pero tengo una propuesta. Una visita al centro comercial.

Paula se le quedó mirando con la boca abierta.

—Ahora entiendo por qué has conseguido seguir siendo amigo de todas tus ex.

—¿Y cómo sabes tú eso?

—Es un rumor del hospital. Un hombre que no le tiene miedo a los centros comerciales es un hombre valiente.

No podía admitir la verdad. No podía decirle que estaba tratando con todas sus fuerzas de evitarle. No quería darle a su carisma la oportunidad de actuar sobre ella. Se había equivocado en todo, incluida su inmunidad para defenderse de su encanto. Pero era una persona realista. No tenía más opción que aceptar su oferta e ir de compras con él. Aunque solo fuera para demostrarle que coquetear con ella era una pérdida de tiempo y de energía.

—Gracias, Pedro. Me encantaría ir al centro comercial contigo.

—Excelente.

Tras un rápido desayuno de café y tostadas, se subieron al coche alquilado para dirigirse a la Galería Dallas. Pedro condujo con seguridad, como si se conociera las calles como la palma de la mano.

—Entonces, ¿Creciste en Dallas? —le preguntó.

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