lunes, 24 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 16

¿Sería aquello un lazo parental? La preocupación compartida por su hija. Llegaba con once meses de retraso, pero más valía tarde que nunca. Un chillido emocionado de la niña le recordó que no había ido allí para saldar cuentas. Ni para cuestionar a Paula. Estaba allí para conectar con Olivia. Pedro hizo mucho ruido al abrir el paquete de la muñeca para llamar la atención de la niña. Ella lo observaba con gran interés. Tras unos instantes, cayó sobre sus posaderas y se dispuso a gatear. Llegó hasta él en cuestión de segundos. Pedro alzó la vista hacia Paula, que sonrió y asintió con la cabeza, indicando que entendía y aprobaba el plan. Olivia utilizó la mesita auxiliar para ponerse de pie. Vió como él sacaba la muñeca vestida de rosa de la caja y se la puso en las rodillas, donde  pudiera tocarla. La niña puso la manita en el sofá para no perder el equilibrio y Pedro se dio cuenta de que prácticamente estaba de pie sola.

—¿Has visto eso? —le preguntó a Paula.

—Lo sé —ella sonrió con ternura—. Pero si se da cuenta, se sentará. Físicamente está preparada para dar sus primeros pasos, pero mentalmente no.

—Está a punto de andar —afirmó Pedro lleno de orgullo paternal—. Justo cuando le corresponde.

—Sí —dijo Paula—. Lo hará en cualquier momento. Es una niña completamente normal.

Olivia  señaló la muñeca con un dedito y comenzó a balbucear.

—Creo que quiere que la subas en brazos —dijo Paula.

—¿En serio? —Pedro miró de nuevo a la niña—. Oye, Oli, ¿Qué te parece si te levanto?

Dejó la muñeca a su lado en el sofá y agarró a la niña, subiéndola suavemente a sus rodillas. Olivia se inclinó rápidamente hacia delante, pero no llegó a la muñeca, así que se la acercó. La niña abrazó la muñeca blandita contra su pecho.

—Creo que hemos triunfado en esta misión —dijo—. Contacto sin llanto.

—Felicidades —dijo Paula—. Ya ves, lleva su tiempo.

Pedro disfrutó de la ola todo lo que pudo. Durante la siguiente hora abrió los regalos que había llevado uno por uno y jugó con su hijita. Ella se le subía voluntariamente al regazo y le daba las cosas para que le enseñara cómo funcionaban. Él la hizo sonreír y reírse. Pasó mucho tiempo antes de que Oli se pusiera de mal humor, y ese comportamiento fue acompañado del frotamiento de ojos, lo que indicaba que estaba cansada.

—Es hora de que esta niñita se vaya a la cama —dijo Paula cuando Oli le apoyó la cabeza en el hombro—. Voy a cambiarla.

Se puso de pie y entró en el pasillo antes de girarse.

 —Puedes venir con nosotras si quieres.

Pedro lo hizo, y observó cómo ella le cambiaba el pañal a Olivia con seguridad y luego la ponía a dormir en la cuna de princesas. Tras taparla hasta la cintura, encendió una lamparita y regresó con él al salón.

Él no tenía palabras para describir la emoción y la alegría que le producían abrazar a su hija y dar pasos positivos para ganarse su confianza. Pero la confianza no se hacía extensiva a Paula y él.

—Se está haciendo tarde, Pedro —dijo ella abriendo la puerta—. Gracias por haber venido.

—Gracias por recibirme —se detuvo frente a ella, sintiendo cómo el calor exterior se mezclaba con el aire fresco de dentro.

 Cuando se juntaban aire frío y caliente, se creaban las condiciones idóneas para un tornado. Aquella mujer tenía una boca hecha para besar, y él lo sabía por propia experiencia. Había echado de menos muchas cosas de Paula desde que ella lo dejó, y besarla estaba en lo más alto de la lista. Al parecer todavía tenía la adrenalina de la euforia, porque era la única explicación para lo que hizo después. Le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia sí mientras inclinaba la boca sobre la suya. Aquel contacto liberó la tensión que no sabía siquiera que estuviera formándose en su interior. Saboreó la sorpresa de labios de Paula justo antes de que se rindiera en una mezcla de lengua y dientes. Sus senos se apretaron contra el pecho de él, haciéndose desear con todas sus fuerzas que estuvieran piel contra piel. Sus dedos encontraron el bajo de su falda y estaba a punto de levantársela cuando ella le colocó las manos en los hombros. Era una señal, una negativa, y no lo que esperaba su cuerpo. Dió un paso atrás y se llenó los pulmones de aire ante de decir:

—Eso ha sido una combinación de gracias y buenas noches.

—Lo sé —dijo ella con voz ronca y temblorosa al mismo tiempo.

—Ahora me voy.

—Será lo mejor —estuvo de acuerdo Paula—. Buenas noches, Pedro.

 Cuando ella cerró la puerta, Pedro fue consciente de cuál era el problema inherente a lo que acababa de pasar. Paula no se creía la pobre excusa que le había dado para besarla, como tampoco se la creía él.

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