viernes, 7 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 29

Cuando volvió el camarero, los dos pidieron ensalada y pescado, salmón a la plancha para él y lubina salvaje para ella. Decidieron compartir también un plato de macarrones con trufa y queso. Pedro pidió una botella de Chardonnay. El camarero la abrió con una floritura y luego les sirvió una copa a cada uno antes de marcharse. Cuando se quedaron a solas, él alzó su copa de vino.

—Por tí.

Aquello pilló a Paula por sorpresa.

 —¿Por mí? ¿Por qué?

—Has sobrevivido a un fin de semana con la familia Alfonso. —Eso ha sido fácil —chocó suavemente la copa con la suya—. Me han caído todos muy bien.

—Son buenas personas —Pedro le dió un sorbo a su copa y frunció el ceño—. Todos menos uno.

Paula esperó a que se explicara mejor, pero él  guardó silencio. Estaba notoriamente enfadado.

—¿Qué te tiene preocupado? No te molestes en negarlo —Paula alzó una mano cuando le vió abrir la boca—. De camino aquí venías rabiando.

Pedro alzó una ceja.

—Me habían llamado egoísta, imbécil, presuntuoso y otros calificativos que no puedo repetir en público. Pero nunca me habían acusado de rabiar.

Paula se encogió de hombros.

—Siempre hay una primera vez para todo. Y no estoy exagerando. Mientras conducías ese magnífico coche tenías una expresión en la cara en la que prácticamente se podía leer: «Estoy rabiando».

Pedro se terminó el vino de la copa y apareció el camarero para rellenar ambas. Luego se retiró con total discreción.

—Dime, ¿Por qué estás que te subes por las paredes?

—Lástima que tu trabajo esté relacionado con los números y las hojas de cálculo, porque tienes un don para las palabras.

Paula no iba a dejarse distraer.

—Tú no eres el único obstinado, doctor. No voy a cambiar de tema hasta que respondas a mi pregunta.

—¿Has pensado alguna vez en ser abogado?

Paula puso los ojos en blanco y él entendió el mensaje.

—De acuerdo, tú ganas. Esta tarde Caro me ha contado que Daniel la está engañando.

—No sé qué decir —Paula parpadeó—. O tal vez sí pueda decir una palabra. Cerdo.

—A mí no me bastan las palabras. Quería pegarle un puñetazo, pero ella no me dejó. Y encima se niega a echarle toda la culpa a él, lo que me parece una locura.

—No lo entiendo —confesó Paula.

—Ella piensa que acostarse con otra mujer es un grito de socorro para que trabajen en su matrimonio y no un error de enormes proporciones.

—Está claro que tú no estás de acuerdo.

—Nunca he estado casado, así que no puedo opinar.

—Tus padres seguramente podrán hacerlo.

—Seguro que sí. Si lo supieran —Pedro suspiró—. Caro tiene miedo de arriesgarse a desilusionarles si se lo cuenta.

—¿Qué les pasa a los hermanos Alfonso? —espetó Paula—. No todo el mundo tiene unos padres como los suyos, que se preocupan de que sus hijos se conviertan en adultos productivos. Adultos que son como todos los demás adultos del planeta y por tanto cometen errores —se detuvo un instante a tomar aire—. Los padres no pueden ser los mejores amigos, pero tienen un papel como modelo. Federico, Carolina y tú ya son adultos. Debería compartir sus problemas con ellos porque se sentiría mejor al contárselo a alguien que la quiere.

—De acuerdo.

—Y ya que estoy en ello, diré una cosa más. Como observadora imparcial puedo decir algo sin temor a equivocarme: tus padres quieren a sus hijos y a sus nietos. Harían cualquier cosa por vosotros.

El tema quedó interrumpido cuando llegaron las ensaladas, que fueron servidas con la pompa de un espectáculo de Broadway. A partir de ahí Pedro parecía más relajado, como si le hubieran quitado de encima la responsabilidad de hermano mayor. Siempre era encantador y divertido, pero ahora lo estaba siendo todavía más. Podría volver loca a cualquier chica, y Paula no era inmune. Tras cenar pasaron por el bar y pidieron dos copas de brandy que sacaron a la terraza llena de flores.

—Allí hay una chimenea —Pedro señaló un sillón frente al fuego y se sentó—. ¿Tienes frío?

—Contigo aquí no —aseguró ella tomando asiento a su lado.

El vino la había tranquilizado, y le dio un sorbo al brandy que le quemó la garganta. En este caso no era necesario el alcohol para hacerla arder. Lo único que necesitaba era a Pedro. Apoyó la cabeza en su hombro.

—Esto es muy agradable.

—No podría estar más de acuerdo.

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