viernes, 14 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 50

Tras arrancar el coche y salir del estacionamiento se dirigió hacia Horizon Ridge Parkway. Quince minutos más tarde estaba en el centro médico y enseguida encontró la consulta de Leticia Hernandez  en la primera planta. No había ni rastro de Pedro, pero ella había llegado temprano para rellenar el papeleo. Aspiró con fuerza el aire frente a la puerta de la ginecóloga y susurró:

—Vamos, pequeña.

La consulta estaba fresca, y tardó uno instante en ajustar los ojos a la penumbra. La recepcionista le entregó un taco de papeles más grueso que Guerra y paz.Información personal, historial médico, privacidad del paciente… no era de extrañar que solicitaran a las pacientes que llegaran un poco antes. Cuando faltaban cinco minutos para las tres, le dolían los dedos de tanto escribir. Entró en la sala de espera. Era alegre y elegante, pintada de azul claro y con una pared cubierta de papel pintado en tono chocolate y figuras geométricas. En la estancia había sillas y sofás de tela marrón con mesas a juego. Había cinco o seis mujeres esperando, algunas embarazadas y otras con niños en carritos que estaban allí para las visitas postparto. Cuando ella se hizo su último chequeo, su hija ya le pertenecía a otra mujer. El recuerdo hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas justo en el momento en que Pedro entró. Se fijó en que llevaba puesto el pijama de quirófano. Estaba claro que venía directamente del hospital. Se puso las gafas de sol en la parte superior de la cabeza, parpadeó cuando la vio, se acercó a ella y se sentó a su lado.

—¿Te ocurre algo? —le preguntó frunciendo el ceño.

Ella estuvo a punto de echarse a reír. Estaba sentada en la consulta de una ginecóloga porque estaba embarazada sin haberlo planeado. ¿No le parecía suficiente?

—Todo está bien —le aseguró.

—Entonces, ¿Por qué parece que te vas a echar a llorar?

—Son las hormonas —y un dolor en el corazón por la niña que nunca conocería. Pero el bebé que esperaba ahora era suyo—. El embarazo vuelve muy emocionales a las mujeres. Por muy inteligente que sea un hombre no lo entenderá. Pero trataré de controlarme todo lo que pueda.

—Por mí no lo hagas. Lo único que necesito es que me avises con un segundo o dos para agacharme. Tengo muy buenos reflejos.

Paula sonrió.

—Te doy mi palabra.

 Se abrió la puerta que tenían al lado y salió una joven vestida con bata granate y un gráfico en la mano.

—¿Paula Chaves?

Ella se levantó y miró a Pedro.

—Te veo en un ratito.

—Voy a ir contigo —se incorporó.

—No —Paula sacudió la cabeza—. Preferiría que no lo hicieras.

—No me dejes fuera. También es…

—Ya lo sé. También es tu hijo.

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