viernes, 7 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 31

En cuestión de segundos, Pedro estaba desnudo y Paula le miró a su vez con osadía. Tenía los hombros anchos, el pecho fuerte y el vientre plano. Las musculosas piernas le proporcionaban el aspecto de un corredor. Y luego estaba aquella parte masculina que hizo que su parte femenina se estremeciera.

—¿Está todo bien? —le preguntó Pedro con voz ronca.

—Es perfecto.

 Se unió a ella en la cama y la atrajo hacia sí. A pesar de sus conflictos y de su resistencia, se deslizó entre sus brazos como si llevara haciéndolo toda la vida. Deslizó la mano por uno de sus senos desnudos y por el costado hasta llegar al elástico de las braguitas y quitárselas. Y entonces la besó, encendiendo sus sentidos y su deseo. Paula arqueó las caderas contra él. Pedro supo lo que le pedía y colocó su cuerpo sobre el suyo. Le apartó los muslos con la rodilla antes de entrar cuidadosamente en ella, llenándola, embistiéndola. Paula le siguió el ritmo sin esfuerzo, como si ya hubieran hecho aquello con anterioridad. Las sensaciones que se apoderaron de ella fueran más poderosas que nada que hubiera experimentado en su vida. La tensión en su interior fue creciendo hasta que suplicó llegar al éxtasis. Pedro deslizó la mano entre sus cuerpos y encontró la llave de su feminidad con el pulgar. Una sola caricia provocó en ella una cascada de placer tan poderosa que se agarró a Pedro con fuerza. Entonces él empezó a moverse otra vez, una embestida tras otra hasta que se quedó completamente quieto y soltó un gemido. Haciendo un esfuerzo por recuperar el aliento, Pedro apoyó la frente en la suya.

—Definitivamente perfecto —murmuró.

La euforia duró hasta que pudo volver a pensar. Al menos había cumplido la promesa de no ir a su habitación. Pero eso no era lo malo.  Se habían dejado llevar de tal modo por el deseo que ninguno de ellos había pensado en la protección.


A la mañana siguiente, mientras conducía hacia el Centro Médico Mercy de Dallas, Pedro pensó que el silencio que había en el coche podía describirse adecuadamente como embarazoso. Y por cierto, ¿en qué estaba pensando la noche anterior para no utilizar preservativo? La respuesta corta era que no pensó en nada, al menos con la cabeza. Deseaba tener a Paula en la cama desde el momento en que la vió, pero el deseo había ido en aumento desde que se dieron aquel beso en casa de sus padres.

No había una forma fácil de preguntarlo, pero tenía que saberlo.

—¿Estás tomando la píldora?

—No —Paula no preguntó qué píldora, lo que daba a entender que ella también tenía el tema en mente—. No he tenido necesidad. Y no pensé que eso fuera a cambiar.

—Porque no te gusto.

—No me gustabas. En pasado. Al menos era algo.

—¿Quieres decir que ahora sí te gusto?

Ella le miró con expresión intranquila. En lugar de responder a su pregunta, dijo:

—Tendría que haber dicho algo anoche. Parar las cosas.

—No —con los ojos en la carretera, Pedro le tomó la mano y le dií un ligero apretón—. En esa habitación había dos personas.

—Eso no puedo discutirlo.

—Mira, si estás preocupada por… hay algo que…

—Por supuesto que estoy preocupada. Y sé a qué te refieres, a la píldora del día después. Pero he investigado un poco y no me convence. Además, no era mi momento más fértil.

—¿Estás segura?

—No tanto como si hubiéramos tomado precauciones, pero soy moderadamente optimista.

Pedro entró en el estacionamiento del hospital, se detuvo en la señal de stop y miró de reojo a su pensativa copiloto.

—¿Estás arrepentida?

—Solo de que un par de copas de vino y el brandy de después de la cena me nublaran un poco la mente —sonrió levemente—. Pero no te preocupes. Estuvo bien.

¿Bien? ¿Ese era el único adverbio que se le ocurría para definir un encuentro sexual que había sido fantástico? En una escala del uno al diez era un quince, y probablemente un veinte.

Pedro escuchó el ruido de un claxon y vió  por el espejo retrovisor que tenía a alguien detrás. Maldición. Paula llevaba un tiempo siendo una distracción para él, y después de lo de anoche era todavía peor. Se dió cuenta de que no le bastaba con haberse acostado una vez con ella.

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