viernes, 21 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 4

Ah. Sí, ahora lo recordaba. El discurso le resultaba familiar, porque lo había pronunciado muchas veces.

—Yo quería sacar el tema de mi embarazo —continuó Paula—. Tu soliloquio sobre «Antes muerto que comprometido» no ayudó precisamente a que me sintiera segura.

—Podrías haberme llamado en cualquier momento después de eso, dejarme un mensaje…

No sería la primera vez que una mujer trataba de manipularlo soltando la bomba del embarazo.

Paula parecía pequeña y tensa en el gran taburete que estaba frente a él.

—En tu mundo, un mundo de hombres, tal vez funcione así, pero en el mío no. Dejaste muy claro lo que pensabas, y de ninguna manera iba cargar a mi hija con un padre que no la quería.

Sonaba muy frío visto así.

—No me diste oportunidad para reaccionar con todos los hechos. Si hubiera sabido que estabas embarazada, podríamos haber hablado de ello…

—Tú hablaste. Yo escuché y capté el mensaje. Así que ya no quise escuchar nada más.

—Hasta ahora —le recordó deslizándole la vista hacia los senos.

—Sí —Paula movió los hombros para aliviar la tensión—. Cuando me descubrí el bulto me puse en lo peor e imaginé qué sería de Oli sin mí. Mira, Pedro —colocó las manos sobre la mesa—lo que pensemos el uno del otro es irrelevante. Lo único que importa es el bienestar de Olivia.

—¿Has ido ya a ver al especialista? —preguntó Pedro negándose a hablar de aquella hija que todavía no creía que fuera suya.

—Todavía no. Tengo cita la semana que viene con mi médico de cabecera, Leticia Hamilton. Dicen que es mejor empezar por ahí.

Pedro odiaba tener que admitirlo, pero ésa era otra de las razones por las que había llamado. A pesar de lo que Paula estaba tratando de hacer, no le gustaba el hecho de que estuviera enferma.

—¿Qué quieres de mí, Paula?

 —No quiero nada.

Pedro agarró su taza de café frío.

—¿Cómo sé que la niña es mía?

—Estoy más que dispuesta a hacerme la prueba de ADN si con eso te quedas tranquilo.

Pedro no creía que existiera una prueba capaz de dejarlo tranquilo desde que había vuelto a verla.

—Eso sería buena idea. Me encargaré de ello.

—De acuerdo entonces —asintió Paula.

Si estuviera tratando de engañarle, no hubiera accedido tan deprisa a hacerse la prueba. Eso acalló algunas dudas, pero no todas. Pedro no quería que volvieran a reírse de él nunca más. Era un adolescente la última vez que una mujer quiso engañarle. Le dijo que estaba embarazada y Pedro la creyó, se casó con ella. Pasaron los meses y ella no engordaba, aunque se lanzaba sobre él a la menor oportunidad. Cuando  descubrió que no había ningún bebé, supo que estaba intentando quedarse embarazada. Su mentira quedó al descubierto, pero también la creyó cuando le dijo que lo había hecho por los dos, para que pudieran estar juntos. También se tomó en serio los votos que pronunció de permanecer a su lado en lo bueno y en lo malo. Y lo que obtuvo fue lo malo. Ella se volvió más creativa en sus manipulaciones mientras su matrimonio fallecía de una muerte lenta y dolorosa. Cuando cerró aquel capítulo de su vida, borró la palabra «compromiso» de su vocabulario. Desde entonces se había cuidado mucho, protegiéndose en sus relaciones sexuales. Era casi una obsesión, y por eso nunca se le había pasado por la cabeza la idea de tener un hijo. Pero eso no exoneraba a Paula de su culpa. Tenía la obligación de haberle contado que iba a tener un hijo. Había pasado demasiado tiempo como para que ahora creyera que la niña era suya. No era más que otra mujer tratando de hacerle bailar a su son.

—Entonces esperaremos a ver qué dicen las pruebas —le dijo Pedro.

—No tengo ninguna duda de que confirmarán lo que te estoy diciendo. Y siento haber esperado tanto para hacerlo. Pero necesito saber que tendrá un padre que cuidará de ella si llega el caso —Paula se levantó del taburete—. Avísame dónde y cuándo tengo que llevarla para las pruebas.

Se dió la vuelta para marcharse y se abrió camino entre los taburetes de la barra. La mirada de Pedro se deslizó inconscientemente hacia el sensual balanceo de sus caderas. Sintió un estremecimiento interior, un dolor que no sabía que estuviera allí.

—Paula.

Ella se detuvo y se giró para mirarlo. Entonces Pedro dijo algo que no se le había cruzado por la mente de manera consciente.

—Quiero ver a tu hija.

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