Enamorada: Capítulo 27

El domingo por la tarde, Paula se despidió de la familia Alfonso con una mezcla de alivio y de pesar. Se dirigieron hacia el hotel, donde prepararía la reunión de trabajo que tenía por la mañana. Por suerte, Pedro no parecía tener ganas de hablar. De hecho parecía meditabundo y serio.

Cuando el lujoso coche deportivo salió de la autopista, a Paula le quedó claro que estaban en una zona lujosa de Dallas, pero no estaba preparada para la elegancia con la que se encontró al entrar en Turtle Creek Boulevard. Pedro se detuvo frente a la majestuosa señal de Rosewood Mansion. Tenía que haber un error.

—Estamos en el sitio equivocado. Tenemos la reserva en el hotel Harry. Es imposible que haya presupuesto en el hospital para un lugar como este.

—No hay ningún error. Y además, yo no me alojo en sitios como el hotel Harry.

Por supuesto que no. Pero antes de que Paula pudiera protestar, un botones abrió la puerta del conductor y otro la del copiloto. Pedro rodeó el coche y le tomó la mano antes de enganchársela al brazo. Lo cierto era que ella agradeció el apoyo para entrar.

La entrada del hotel era toda de mármol, con techos altos y enormes ventanales. Había una zona de estar en el vestíbulo que parecía el salón de una casa con sofás, sillones y una chimenea. Cada detalle resultaba absolutamente espectacular. Paula sabía que estaba con la boca abierta, pero no podía evitarlo.

—Sin ánimo de ofender a tus padres, su casa es preciosa. Pero esto sí es el Palacio de Buckingham.

—Me alegro de que te guste.

Paula miró a Pedro, con sus pantalones grises, la chaqueta negra de sport y la inmaculada camisa blanca.

—Tendrías que haberme avisado cuando estuvimos de compras. Habría escogido cosas mejores.

Pedro recorrió con la mirada las sandalias de cuña, los pantalones blancos y la camiseta negra adornada con cuentas.

—Estás preciosa.

—Apuesto a que eso se lo dices a todas.

Él se la quedó mirando unos instantes antes de responder.

—Si te digo que en esta ocasión lo digo de verdad, seguro que me respondes diciendo que soy un superficial. Pero voy a decirlo de todas maneras. Estás preciosa. Y lo digo de verdad.

—Esa ha sido bueno —dijo Paula—. Y lo has dicho con el tono justo de sinceridad.

—Adelante, búrlate. Pero deja que te diga que nunca he dicho esas palabras tan en serio como ahora.

Los ojos verdes de Pedro brillaban con intensidad, convenciéndola para que se lo creyera. Aquello hizo que le latiera el corazón con tanta fuerza que tiró abajo todas las señales de advertencia.

—Mira, Pedro, está claro que el precio de una habitación en este sitio va a hacer estallar mi presupuesto para este viaje.

—No te preocupes. Esto no es responsabilidad tuya. Cuando se haga la cuenta con las facturas, yo abonaré la diferencia.

—No puedo dejarte hacer eso.

—No te he pedido permiso.

—Pedro… —Paula se retorció las manos y le miró a los ojos.

 Por supuesto que él podía permitírselo. En el mundo de Pedro Alfonso no se pagaba un alto precio por vivir la buena vida. Pero para ella el coste sería demasiado alto, y no se refería solo al hotel.

—Es un ofrecimiento muy amable por tu parte, pero…

 Pedro le puso suavemente los dedos sobre los labios para evitar que hablara.

—Esta es mi manera de disculparme por ser tan… digamos obstinado en mi afán por conseguir ese nuevo sistema para el Centro Médico Mercy.

—Has sido muy insistente. Resultaba imposible escaparse de tí.

—Ah, así que estabas intentando evitarme. Por eso no te encontraba nunca.

—El baño de señoras era mi refugio favorito —admitió ella.

Pedro extendió la mano para indicar el impresionante vestíbulo.

—Entonces esto es una mejora respecto al baño de trabajo, y mi manera de compensarte por haber tenido que esconderte allí.

—¿Se trata de un chantaje para convencerme de que te compre el robot que quieres?

—Eso es lo que me gusta de tí, Paula. No eres nada desconfiada. Siempre dispuesta a concederle a un hombre el beneficio de la duda.

Tenía sus razones para ello. Los hombres siempre terminaban decepcionándola.