viernes, 21 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 1

Decirle a un antiguo novio que tenía una hija que no conocía era una manera horrible de empezar el día. Y la sala de urgencias del Centro Médico Misericordia en la que él trabajaba era una lugar horrible pare decírselo, pero Paula Chaves sabía que lo encontraría allí sin duda. El doctor Pedro Alfonso era especialista en urgencias pediátricas y pronto estaría allí. Siempre se pasaba por la sala de médicos de urgencias treinta minutos antes de que diera comienzo su turno para tomarse un café. Al menos eso solía hacer. Paula ya no estaba al tanto de sus costumbres desde que rompieron hacía más de un año. Abrió la puerta y el corazón le dio un vuelco al verlo. Algunas cosas no cambiaban, incluida su reacción física ante aquel carismático y encantador médico.

—Hola —dijo levantando la mano en gesto de saludo.

Pedro  sonrió al instante nada más verla.

—Paula Chaves en persona.

Ella entró en la sala y se colocó al lado de la mesita que había en el centro.

—¿Cómo estás, Pedro?

—Bien.

 Tenía buen aspecto. Como siempre. Era alto, bronceado y musculoso. Aquel hombre conseguía incluso que la bata sin forma resultara sexy. Paula  tenía un pasado de atracciones por hombres altos, morenos y guapos. Pero Pedro había cambiado eso. Tenía el cabello rubio y revuelto y un hoyuelo profundo le suavizaba la recta mandíbula.
—Me alegro de verte —sus ojos azules brillaron con auténtica alegría, pero cuando le contara lo que había ido a decirle, probablemente eso cambiaría. Pedro colocó su taza de café de papel sobre la mesa que los separaba—. ¿Cuánto hacía que no nos veíamos?

Paula estaba de cuatro semanas cuando lo vio por última vez, y desde entonces su vida había transcurrido en una nebulosa de embarazo y bebé.

—Unos dos años.

—Parece que fue ayer —dijo Pedro sacudiendo la cabeza.

Ella no podía decir lo mismo, porque su vida había cambiado profundamente durante ese tiempo. Desde que el bebé se movió dentro de ella, había sentido un amor más poderoso que nada que hubiera conocido antes. Su hija era la única razón por la que estaba ahora allí, porque ver a Pedro de nuevo era lo último que deseaba. Él le había roto el corazón.

Pedro la miró de arriba abajo y sonrió.

 —Llevas el pelo más corto.

—Así es más cómodo —pensó tocándose la corta melena.

—Está bien. Muy bien —en sus ojos había aprobación—. ¿Has perdido peso?

—Siempre tan encantador —dijo Paula.

Durante el primer trimestre del embarazo no había dejado de vomitar, y el resto del embarazo también había sido duro. Después del parto había estado muy ocupada y no había recuperado los seis kilos que había perdido su metro sesenta de altura.

—En serio, estás distinta.

Tenía una hija, la hija de Pedro, pero no quería soltarlo de golpe. Aunque no sabía por qué tenían que preocuparle sus sentimientos cuando él había despreciado los suyos.

—Sigo siendo la misma.

Pedro se cruzó de brazos mientras la observaba, y Paula se fijó en el contorno de sus músculos. Parecía que fue ayer cuando acarició con las manos la suave mata de pelo de su pecho. Él rodeó la mesa y se colocó delante de ella, lo suficientemente cerca como para que pudiera percibir el calor de su cuerpo.

—Estás estupenda, Paula. ¿Cuál es tu secreto? Nunca supe dónde fuiste cuando dejaste el Centro Médico Misericordia.

¿Significaba eso que había tratado de averiguarlo? Cuando Paula creía que tenía el corazón bajo control, volvía a latirle a toda prisa. Pero no quería volver a sufrir como había sufrido por él.

—Fui al Centro Médico Amanecer.

—¿Sigues siendo trabajadora social? —le preguntó Pedro.

—Sí. Y también hago otras cosas.

—Sea lo que sea te sienta bien.

Paula había querido ser madre desde la primera vez que se quedó embarazada, pero entonces era demasiado joven para quedarse con el bebé. Entregar a su hijo para que otra madre se ocupara de él había dejado un vacío en su interior imposible de llenar.

—¿Qué tal te va a tí, Pedro? —le preguntó cambiando de tema.

 —De maravilla.

Paula creyó percibir demasiado entusiasmo en su voz. ¿O acaso quería pensar que Pedro deseaba convencerla de que estaba muy bien desde que rompieron?

—¿Cómo has estado, Paula?

Ya no podía seguir postergándolo más. Paula suspiró con fuerza.

—Tengo un bulto en el pecho.

 El rostro de Pedro se nubló con una expresión preocupada.

—No hay razón para temer lo peor. ¿Has visto ya a alguien?

—Tengo cita con un médico, pero…

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