lunes, 10 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 40

La felicidad y la esperanza fueron muriendo un poco cada día que pasaba desde que  regresó de Dallas y no tenía contacto con Pedro. Había pasado más de una semana. A pesar de la advertencia de Zaira, no había podido evitar pasearse por los pasillos el hospital cerca de la zona de quirófanos, situada en la segunda planta. Nunca se tropezó «accidentalmente» con él. Tenía miedo de que sus sentimientos se acercaran peligrosamente al amor. Su amiga había hecho bien advirtiéndola para que no fuera demasiado lejos con sus sentimientos, pero tras el viaje a Dallas, el aviso llegaba demasiado tarde. Ahora  deambulaba por los pasillos como una colegiala enamorada que buscara toparse de bruces con el objeto de su amor. Había sido una idiota y tenía que afrontarlo.

Tras una increíble noche en sus brazos, Pedro no había vuelto a intentar tocarla. No entendía por qué le prometió que la iba a llamar, pero estaba claro que tras pensárselo decidió que no quería una mujer capaz de hacer lo que ella había hecho. No era perfecta, y para él solo valía la perfección.

El miércoles volvió a casa del trabajo y se dio cuenta de que había perdido la cuenta de cuántos días llevaba sin verle. Había llegado el momento de tirar por la borda la poca esperanza que le quedaba. Entró en el dormitorio, se quitó el traje de chaqueta y pantalón, lo colgó y se puso unos vaqueros cortos y una camiseta negra. La muerte de la esperanza no merecía un conjunto elegante. Tampoco merecía una buena cena. Se sentía herida y utilizada, así que tomaría carne que descongelaría en el microondas, judías verdes con aspecto de goma y patatas aplastadas. Abrió el microondas y lo metió todo tres minutos. Cuando sonó la alarma para indicar que estaba listo, se escuchó otro sonido simultáneo que parecía el timbre de la puerta. Pero la esperanza ya le había jugado malas pasadas con anterioridad. Sacó la comida del microondas y se sentó en su pequeña mesita para dos. Entonces volvió a oírlo. Era sin duda el timbre de la puerta, y su sonido le llegó directo al corazón. Hizo un esfuerzo por no asomarse a la mirilla, y no pudo controlar el aumento de pulsaciones cuando abrió la puerta.

—Pedro. No pensé que… no esperaba…

Sin decir una palabra, él se acercó y la estrechó entre sus brazos, hundiéndole el rostro en el cuello. Se quedó así, y Paula sintió la tensión en él.

—¿Quieres pasar? —le preguntó sin pensar.

—Pensé que nunca me lo ibas a pedir —la soltó deslizando los dedos por su brazo antes de romper contacto y mirar a su alrededor—. Bonita casa.

Paula se dió cuenta entonces de que Pedro nunca había estado allí.

—A mí me gusta —reconoció—. Es pequeña. Perfecta para una persona sola.

—Pau… —Pedro debió de captar el tono molesto de su voz porque extendió una mano.

Ella dio un paso atrás.

—Estaba a punto de tomarme una cena congelada. No esperaba que vinieras.

—Lo siento. Tendría que haberte llamado, pero…

—No me debes ninguna explicación.

—Sí te la debo. Ha sido todo una locura desde que volví. Pacientes. Papeleo. Operaciones de urgencia. Cuando llegaba el momento de pensar en llamarte, ya era tarde y no quería despertarte.

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