domingo, 30 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 32

Pedro echó un vistazo en el dormitorio de Paula para ver si Oli y ella se habían dormido por fin.

—Afirmativo —susurró en voz baja mientras cerraba casi por completo la puerta. La dejó entreabierta para poder oírlas si necesitaban algo.

Aquella mañana había llevado a Paula al centro quirúrgico ambulatorio del Centro Médico Misericordia para que le quitaran el bulto del pecho. El ultrasonido no había arrojado resultados definitivos, y la doctora decidió que extirparlo era la mejor opción. Él estuvo de acuerdo. Así que aguardó con Olivia en la sala de espera mientras Paula pasaba por aquel trance. El estrés en el cuerpo y en la mente había minado la energía, aunque ella opuso mucha resistencia cuando Pedro le sugirió que descansara.

Ni siquiera había funcionado hacer de médico con ella. Sólo logró convencerla cuando le dijo que Oli también estaba agotada. Su hija había pasado un día duro con su padre. Se había quedado con él hasta que llegó el momento en el que sólo valía mamá. Entonces Paula tuvo que tener mucho cuidado por los puntos. Olivia percibía que algo no iba a bien, y por eso reaccionaba gritando para demostrar que no pensaba dormirse sola en la cuna. Así que se quedó con ella en la cama y ahora las dos parecían profundamente dormidas.

Pedro miró a su alrededor por el salón, preguntándose qué iba a hacer mientras montaba guardia. No pensaba marcharse hasta estar seguro de que Paula no tendría problemas manejándose con la niña mientras se recuperaba de la operación. Se le pasó por la cabeza que tal vez sólo se trataba de una excusa para quedarse, pero desechó al instante aquel pensamiento. Si su hija lo necesitaba, estaría allí para ella. Entonces llamaron a la puerta con la fuerza de un disparo y Cal corrió para ver de quién se trataba. Abrió y vió a Laura en la acera con su hijo Franco en brazos.

—Hola, doctor Alfonso.

—Hola —Pedro se hizo a un lado y salió fuera cerrando casi la puerta tras él. En la acera había un muchacho arreglando una mesa para niños.

Laura se dió cuenta de lo que estaba mirando y dijo:

—Es Julián Blackford, el padre de Franco. Ya le he contado que le echaste un vistazo cuando estaba enfermo.

Pedro miró al niño, que se retorcía en brazos de su madre. En aquel momento era la imagen misma de la salud.

—¿Cómo se encuentra?

—Perfectamente —respondió la joven acariciando el cabello rubio de su hijo—. Pero no he venido por eso. ¿Cómo está Pau? Nos dijo a Cmila y a mí que hoy le extirpaban el bulto del pecho. Queríamos estar allí, pero con el trabajo y los niños… en fin, ¿Puedo verla?

—Ahora mismo está durmiendo —contestó Pedro. Eso no acabó con el gesto de preocupación de la adolescente—. Pero se encuentra bien.

—¿De verdad? ¿Es cáncer?

—El cirujano cree que no.

—¿Hay alguna manera de estar seguro? —preguntó Laura vacilante—. Su madre murió de cáncer de mama.

Aquello le sorprendió. Paula no había compartido con él que en su familia había antecedentes de cáncer de pecho. ¿Más secretos?

—Van a hacerle una biopsia al tejido extraído —explicó Pedro—. Conozco a gente en el laboratorio, van a agilizar la prueba y me llamarán con el resultado.

—¿Me dirás algo en cuanto lo sepas? —preguntó Laura—. Cami y yo estamos preocupadas.

—Claro —respondió él.

—Ven a conocer a Julián —dijo ella medio girándose.

 —De acuerdo.

Laura se acercó al joven que estaba inclinado sobre la mesita. Al verlos se incorporó y sonrió.

—Cariño, quiero que conozcas al doctor Alfonso —dijo Laura—. ¿Recuerdas que te hablé de él?

—Sí —el muchacho extendió la mano—. Soy Julián Blackford.

—Encantado de conocerte —se estrecharon la mano—. Pedro Alfonso. Tienen un hijo muy guapo.

—Es igualito a su padre —aseguró Laura con orgullo.

—Es verdad —Pedro los observó.

Julián era más bajo que él, pero musculoso y compacto. Tenía el cabello de un rubio más oscuro que su hijo, pero la estructura angular de sus rostros era idéntica, y también el color azul de los ojos. Franco iba a ser el terror de las chicas cuando creciera.

—¿En qué estás trabajando?

 Julián alzó la vista.

—Hago una mesa para Franco.

Pedro se agachó y pasó la mano por la suave superficie de madera y las fuertes patas.

—Buen trabajo.

—Gracias —Julián  sonrió—. Sólo falta pintarla.

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