lunes, 24 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 15

Pedro no estaba por encima del soborno. Su objetivo era conocer a su hija, y si eso significaba comprar la voluntad de Olivia, lo haría. También quería comprar la de Paula. Por eso había llamado antes de presentarse en su puerta con regalos para la niña. Llamó al timbre, lo que no le resultó fácil porque iba muy cargado. Paula abrió la puerta y se rió. Cielos, siempre le había gustado su risa, era un sonido que le hacía sonreír.

—¿Eres tú, Pedro? ¿O se trata de Papá Noel?

Paula volvió a reírse, pero él hizo un esfuerzo por no sonreír. Una tregua significaba sólo que debía llevarse bien con ella. No tenía por qué caerle bien. De ninguna manera volvería a dejarse engañar por una mujer que mentía. Pedro pasó y dejó las bolsas de juguetes justo al lado de la puerta. Los grandes ojos azules de Olivia, que estaba en medio del salón, seguían todos sus movimientos. Con interés, notó él. Aquél era un paso en la dirección correcta. Tenía el cabello rubio todavía húmedo, la prueba de que su madre la había bañado antes de acostarla. Llevaba un pijama rosa de princesas, y  sintió deseos de abrazarla con fuerza. Y eso era lo que más le desconcertaba. Sabía cómo tratar a niños de todas las edades que aparecían en urgencias. Aquella niña era carne de su carne y sin embargo no tenía ni idea de cómo proceder. Lo único que sabía era que no quería hacerla llorar de nuevo. Miró a Paula, que también le estaba mirando. Llevaba una camisola amarilla y falda blanca corta que dejaba al descubierto sus piernas suaves y bronceadas. Se moría por deslizar las manos por aquella piel suave y hacerla temblar de deseo como solía hacer.

—A ver —dijo escogiendo un paquete del montón. Pasó por delante de Olivia, cuya mirada lo siguió hasta el sofá en el que él estaba sentado—. He comprado unas cositas.

—Sí, ya lo veo. Si esto es porque sí, me imagino lo que será cuando cumpla su primer año dentro de un par de semanas.

Mientras Paula y Pedro hablaban. Olivia se había ido deslizando hacia la pila de juguetes que había al lado de la puerta, y lo utilizó para ponerse de pie. Balbuceando como una loca, le dio un golpe con la manita a un teléfono móvil de juguete.

Paula se agachó a su lado.

—Sé amable, Oli. Tu papá te ha traído estos regalos. ¿Le das las gracias a papá?

¿Papá? Aquella única palabra lo llenó de felicidad y le hizo sentir una gran responsabilidad por lo que implicaba. Protección. Guía. Bienestar. Educación. Y muchas otras cosas que formarían la personalidad de su niña y la convertirían en una mujer. Eso era lo que Paula estaba haciendo con ella.

—Quería comprarle una muñeca bonita, pero tenían muchas etiquetas de advertencia —Pedro le sonrió a Olivia, que había dejado de balbucear al escuchar su voz—. ¿Te habías dado cuenta de que la edad mágica para empezar a disfrutar de los juguetes son los tres años?

—Sí, ya me había dado cuenta —reconoció Paula. Le brillaban los ojos divertida—. Supongo que ésa es la edad mágica en la que deja de llevarse todo a la boca.

Pedro asintió.

—Entonces tendremos que confiar en que no empiece a meterse cosas por la nariz y los oídos.

—Oh, cielos —gimió ella—. Estás de broma, ¿Verdad?

Él negó con la cabeza.

—No es el caso de urgencias más frecuente, pero no creerías las cosas que he llegado a extraer.

Paula agarró a Olivia y le dirigió a Pedro una mirada entre irónica y preocupada.

—El mundo de los juguetes y los niños pequeños es un lugar aterrador para un padre.

 —Dímelo a mí.

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