miércoles, 12 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 45

Cuando los hermanos Alfonso se marcharon, Paula se dejó caer en el sofá del salón y se acurrucó en posición fetal. Una postura irónica. Lo único que quería era vomitar o llorar. O las dos cosas. Creía que lo estaba llevando muy bien hasta que Federico empezó a hacerle preguntas. Era muy observador, pero pareció aceptar sus explicaciones y no insistió. Pedro tenía una expresión cada vez más cautelosa y quiso salir de allí lo antes posible. Para ella fue un alivio quedarse sola. Pedro tenía que saber lo que estaba pasando, pero quería escoger el momento y el lugar para decírselo.

La llamada a la puerta la sobresaltó. No era muy tarde, pero tampoco era hora de visitas. Se levantó y miró por la mirilla. El corazón le latió con fuerza, no sabía si por la felicidad de ver a Pedro o por el temor de verle. O por el hecho de que hubiera escogido por ella el lugar y el momento para decirle lo que le tenía que decir. Quitó el cerrojo y abrió.

—Hola. Adelante.

—He llevado a Fede a casa y he vuelto porque tenemos que hablar —Pedro se la quedó mirando—. No pareces sorprendida de verme.

—Tienes razón. Tenemos que hablar.

Pedro tenía el semblante serio cuando entró.

—¿Qué ocurre, Pau? Y no me digas que tienes mucho trabajo y que hace calor.

—Siéntate, Pedro —pasó por delante de él y se quedó delante del sofá con un nudo en el estómago. Se sentía vulnerable y lo odiaba, no quería sentarse hasta que él lo hiciera. No quería que la mirara desde arriba. Era como un símbolo de que no era una adolescente indefensa, sino una mujer dueña de su vida.

—No quiero sentarme. Dime por qué no has comido ni has tomado vino. Los dos sabemos que te tomas una copa de vez en cuando —aseguró con tono grave—. ¿Qué está pasando?

—Estoy embarazada.

Dos palabras que lo cambiaban todo. Pedro tenía una expresión extraña, asombrada pero no del todo sorprendida.

—¿Estás segura?

—Me hice una prueba de embarazo. Salió positiva. Según las instrucciones, la fiabilidad ronda el cien por cien. Hace dos semanas que volvimos de Dallas. Y tengo los mismos síntomas que…

No fue capaz de mirarle.

—¿Qué síntomas?

Paula le miró a los ojos y deseó ver una sonrisa en su rostro. No necesariamente una sonrisa de futuro padre orgulloso, solo una grieta en su rostro de piedra, algo que indicara que no la odiaba. Pero su expresión no cambió.

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