domingo, 9 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 37

Un beso. Morderle la oreja. Que se acercara y le rozara los suaves senos contra el brazo. Estaba casi seguro de que cualquiera de esas cosas le haría olvidar que estaba esperando un acto de contrición. Pero estaban en un avión y ese tipo de actividades requerían intimidad.

—Tú solo dime que soy un médico amable —le sugirió.

—¿Por qué no me cuentas tú lo que más te ha gustado de Texas? —contraatacó ella.

¿Además del sexo con ella? Por suerte no lo dijo en voz alta.

—Ha sido un viaje con muchas cosas —murmuró—. Pero lo que más me ha gustado creo que ha sido jugar con el robot y conseguir que te pongas de mi parte para comprarlo.

—Los otros hospitales confirmaron todo lo que dice el Centro Médico Mercy de Dallas. Así que no había nada que pensar.

—A ver si lo entiendo —Pedro se giró en el asiento para mirarla mejor—. Tenía razón con lo del robot. Te ha gustado mi familia. Agradeces la excursión al centro comercial y mi participación en ella. Y fui tu guía turístico en Fort Worth. Y sin embargo, ¿te niegas a admitir que soy un médico amable?

—Sí.

—Bueno, te tengo solo para mí durante un par de horas antes de que lleguemos a Las Vegas. Tiempo de sobra para hacerte cambiar de opinión. Considéralo una amenaza.

Pero cuando sus brazos se rozaron tuvo que seguir su propio consejo. El mero roce de su piel desnuda desató un deseo que le golpeó como un mazo. Fue un recordatorio de que todavía seguía deseándola. El lío de fechas había hecho que aquel viaje fuera lo suficientemente largo como para que se acostumbrara a ver su carita de hada todos los días a la hora del desayuno. Estaba empezando a saber de qué humor estaba según tuviera los labios curvados hacia arriba o hacia abajo o si le brillaban o no los ojos. Todo aquello resultaba desconcertante para un hombre como él. Y para colmo le había contado su secreto sin duda esperando que la juzgara por haber entregado a su hija en adopción. Pero ahora la respetaba todavía más. Hacía falta fuerza de carácter para tomar una decisión así. Su egoísta madre apenas la atendía y había buscado cualquier excusa para echarla. Y, a pesar de todo, Paula Chaves se había convertido en una mujer bella y valiente que rebosaba inteligencia y personalidad. La admiraba mucho. Y eso era un gran inconveniente. Era una persona despreocupada y feliz hasta que se fue de viaje con ella y pensaba hacer todo lo posible para volver a ser así. Todavía la deseaba, pero la vuelta a la realidad le permitiría tenerla bajo sus condiciones.

—Hemos iniciado el descenso al aeropuerto de Las Vegas. Siéntense y abróchense los cinturones, puede que tengamos algunas turbulencias.

Paula se agarró con fuerza a los brazos del asiento. Pedro le quitó una mano de allí y se la tomó entre las suyas, grandes y cálidas.

—Es más seguro que ir en coche.

 Ella le miró.

—¿No eres consciente de que la lógica no puede hacer nada contra el terror irracional?

—Sí, pero tenía que intentarlo.

—Y yo te lo agradezco —y no solo eso. Dejó la mano en la suya porque la tranquilizaba.

—Soy un tipo amable —insistió Pedro.

—Demuéstralo. Dime algo ahora mismo para distraerme.

Él se lo pensó un instante.

—¿Cuál es tu película favorita?

—Terminator —respondió Paula sin dudar.

Pedro la miró sin dar crédito.

—Estás de broma.

—No. El noventa por ciento de mis facultades mentales están centradas en pasar miedo. El diez por ciento restante no me llega para bromear —le gustaba haberle sorprendido tanto.

—Nunca lo hubiera pensado. Habría apostado por Orgullo y prejuicio. O tal vez por Resacón en Las Vegas.

El momento fue perfecto, porque Paula se rió cuando el avión pasó por una bolsa de aire.

—Sin duda me tienes clasificada como la típica romántica. Y lo soy. Pero Terminator es una historia de amor.

—La película que yo vi iba sobre un robot que gritaba y disparaba.

—Ya. El punto de vista masculino.

—¿Qué significa eso? —el avión volvió a sufrir una sacudida, pero Pedro le apretó la mano en gesto tranquilizador.

—Significa que no tienes un corazón romántico.

—Yo soy tan romántico como cualquiera.

—A eso me refiero. Si le preguntas a cualquier hombre sobre la película, te hablará de las explosiones de camiones, las persecuciones en coche y los tiroteos. Pero nada de eso habría ocurrido si no fuera por la historia de amor.

Pedro se encogió de hombros.

—¿Quién tiene tiempo en esa película para enamorarse?

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