viernes, 14 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 53

Tras dejar en la isla de la cocina el bolso, se giró y forzó una sonrisa despreocupada.

—De acuerdo. He llegado a casa de una pieza. Gracias, Pedro. A partir de aquí puedo encargarme yo.

Sin responder a aquella manera de despedirle, pedro le preguntó:

 —¿Te encuentras bien?

—Muy bien. No necesito niñera.

—Dentro de nueve meses la necesitarás —se suponía que era un comentario simpático, pero Pedro no sonrió. Se pasó los dedos por el pelo y soltó lentamente el aire por la boca—. Así que un bebé.

—Sí. Sé que la prueba de embarazo es muy fiable, pero en cierto modo la visita al médico lo hace más real.

Pedro se apoyó en la encimera y se cruzó de brazos.

—¿Qué te parece Leticia Hernandez?

—Me cae bien.

 Él asintió con solemnidad.

—Nicolás hizo bien sus deberes. No habría escogido a Hernandez si no fuera la mejor para su hija. Así que también lo será para este bebé.

Cuando empezaba a relajarse, Paula recibió aquel golpe bajo. «Este bebé». No «Nuestro bebé».

—Creo que tengo que sentarme —dijo dándole la espalda.

Pedro la siguió hasta el salón.

—¿Te encuentras bien?

—Perfectamente —solo estaba embarazada, con las hormonas disparadas y triste—. Estoy cansada. Aunque no sea por la mañana, las náuseas vienen y van — como algunos hombres, incluido él—. Por favor, Pedro, vete. ¿No tienes corazones que arreglar?

—Lo cierto es que sí, pero no me iré hasta que estés asentada y cómoda.

«Entonces vas a quedarte aquí un buen rato», pensó Paula. La comodidad era algo difícil de conseguir últimamente. Pedro estaba haciendo lo correcto, pero ella sentía que todo estaba mal. Se sentó en el sofá sobre las piernas dobladas a un lado.

Pedro la miró y le preguntó:

—¿Has comido a mediodía?

—No podía —Paula se estremeció ante la sugerencia. Incluso ahora tenía un nudo en la garganta al recordar la cafetería del hospital—. Esa carne misteriosa me dió arcadas. La idea de comerme una hamburguesa me revolvió el estómago. Al mirarla sentí deseos de salir de allí dando gritos, pero me contuve —se encogió de hombros—. No quería herir los sentimientos del chef.

—Estoy seguro de que podrá soportarlo. El adjetivo más suave que utilizan los empleados del hospital para definir su comida es «repugnante». No creo que fuera la primera vez que alguien sale corriendo de la cafetería —Pedro se sentó en el sofá y apoyó los codos en las rodillas—. ¿Y qué te parece tomarte una tónica con galletitas saladas? Eso podría hacerte sentir mejor.

—Aunque parezca raro suena bien. ¿Cómo lo has sabido?

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