viernes, 28 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 26

Con sus brazos rodeándole el cuello y sus curvas apretadas contra él, no podía negar que sentía como si aquél fuera el sitio de Paula. Y siempre lo hubiera sido. La había echado de menos, y tenerla de nuevo entre sus brazos le hizo darse cuenta de cuánto. Pedro clavó la vista en sus ojos oscuros. Tenían las bocas demasiado cerca, y la de Paula parecía tan suave y sensual con sus labios carnosos ligeramente entreabiertos, como si estuviera esperando que él se los saboreara. Los senos firmes y menudos que le había encantado amar tiempo atrás le quemaban ahora el pecho. La respiración de él se hizo más agitada. Tragó saliva, el deseo que sentía por ella iba creciendo en su interior. Y así de fácil, los meses que había vivido sin ella desaparecieron y fue como una segunda naturaleza rozarle los labios con los suyos. Entonces la escuchó gemir, un sonido de puro placer que acabó con cualquier pensamiento racional y supo que la espera había terminado. No podía seguir luchando contra aquel deseo sabiendo que ella lo deseaba también.

La dejó resbalar por el pecho hasta que sus pies rozaron el suelo y luego se giró y la apretó contra la pared, sujetándola allí con la parte inferior de su cuerpo mientras ella arqueaba las caderas contra las suyas. Le hundió los dedos el pelo y la besó una y otra vez con el pulso acelerado. Ella era tan suave, tan llena de curvas, tan mujer, que la idea de no tocar su piel desnuda ni se le pasó por la cabeza. Posó las manos en la línea de piel que lo había atormentado desde que entró por la puerta. El contacto de su piel era como un disparo de adrenalina que le atravesó directamente el corazón. Subió las manos más arriba hasta que dio con sus senos en las palmas y agradeció que no llevara puesto sujetador. Le deslizó los pulgares por los pezones y sintió cómo se ponían duros. Aquella sensación lo volvió loco, y en lo único que pudo pensar fue en estar dentro de ella. Tras desabrocharle los pantalones cortos, se los bajó por las caderas hasta que cayeron al suelo. Ella le quitó el cinturón de los vaqueros y luego le bajó la cremallera. Se las arregló para sacar de la cartera el preservativo que siempre llevaba encima y lo abrió. Lo siguiente que supo fue que tenía las piernas de Paula alrededor de las caderas y que estaba sumergido en ella. Rodeándola con sus brazos, le protegió la espalda de la dura pared mientras la embestía una y otra vez. Ella respiró agitadamente mientras recibía cada embiste hasta que su cuerpo se quedó rígido y se colgó de él mientras se estremecía. Con una embestida final, se unió a su éxtasis y gimió de satisfacción. Durante unos largos instantes, se quedaron abrazados el uno al otro, luchando por recuperar el aliento. Finalmente él levantó la cabeza y Paula bajó las piernas. Se la quedó mirando.

—No he venido para eso, pero mentiría si digo que lo siento.

—Lo sé —Paula aspiró con fuerza el aire—. No sé muy bien qué decir.

 —Entonces no digas nada —Cal tampoco estaba seguro de nada—. Me iré y…

 Un grito proveniente del pasillo lo interrumpió, y sintió cómo los relajados músculos de Paula se ponían tirantes.

—Oli —alzó la vista para mirarlo—. A veces, cuando se va a dormir tan temprano, sólo se echa una siesta. Iré a ver qué le pasa.

Se puso las braguitas y los pantalones cortos y se estiró la camiseta.

Pedro no sabía ni cómo empezar a expresar lo que sentía. Estar con ella suponía para él el mejor sexo de su vida. Tenía más preguntas que respuestas. Incluida por qué ni siquiera recordar a la mujer que le había mentido en el pasado había impedido que hiciera el amor con la mujer que le había mentido en el presente.

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