domingo, 2 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 17

Él la miró y asintió. Tenía los ojos ocultos tras las gafas oscuras de sol.

—Pasé la infancia en esa casa.

—Vaya. ¿Así que tus padres no pasaron por la típica etapa de pobreza de recién casados?

—No. La familia de mi padre es muy rica.

—En cierto sentido eso hace que tu éxito en la profesión médica sea todavía más destacable —Paula se guardó para sí misma el hecho de que también hacía que le gustara más—. No necesitabas el dinero pero hiciste algo por tí mismo.

Pedro apretó los labios un instante.

—¿Crees que podría haberme quedado dormido en los laureles viviendo del dinero de mi familia?

—Sí.

—Está claro que no conoces a mi familia —afirmó con tono algo crispado.

Paula observó su perfil y se dio cuenta de que aquel no era su tema favorito.

—No quieres hablar de esto, ¿Verdad?

—No mucho.

—De acuerdo —Paula miró por la ventanilla—. Todo esto es muy verde. Hay árboles, arbustos, flores. Muy distinto a Las Vegas.

—En Texas llueve mucho. Esto no es un desierto.

—Entonces, ¿aquí no es como en Nevada, que cuando vemos un grupo de piedras pensamos al instante en paisajes?

—No —Spencer se rió y se le alivió la tensión de la mandíbula.

 Paula no podía verle los ojos, pero sabía que habían vuelto a brillar. Si se paraba a pensar por qué eso la complacía, arruinaría el día, así que no lo hizo. Pedro pensaba que le iba a tocar apretar los dientes y aguantar el tirón de las compras, pero lo cierto era que se estaba divirtiendo. Miró la sonrisa de Paula y supo que ella era la razón. Se dió cuenta también de otra cosa. Cada vez tenía más ganas de mantener aquella sonrisa en su rostro.

—¿Dónde vamos ahora? —le preguntó mientras salían de Nordstrom, donde se había comprado unos vaqueros rebajados.

El precio le había parecido escandaloso a Paula, pero la dependienta se había ofrecido a subirle el bajo sin coste alguno, y ahorrarse el dinero del arreglo hizo que se sintiera un poco mejor. Después de lo que le había contado sobre vivir de niña en una caravana, Pedro entendía por qué el dinero era importante para ella. Estaba claro que había hecho algo con su vida sin tener ninguna ventaja. Había muchas razones por las que la respetaba, pero sin duda aquella era la primera de la lista.

—Tenemos al menos una hora antes de que te entreguen los pantalones. Y necesitarás un par de cosas más para el fin de semana.

El hombro de Paula le rozó el brazo mientras caminaban por el pasillo del centro comercial.

—Estoy siguiendo las señales de rebajas —le explicó ella—. Mira —dijo señalando una tienda—. Tienen tallas para mujeres menudas.

Pedro la siguió al interior de la tienda mientras Paula empezó a rebuscar en un perchero con ropa de su talla. Él permaneció detrás de ella y observó el seductor arco de su cuello. Se moría por apartar a un lado el formal cuello de la camisa y saborear su piel. Sentir el momento en que su contacto hacía que se estremeciera. Para distraerse de aquellos pensamientos eróticos, dijo:

—No sabía que la ropa de mujer fuera tan complicada.

 —Actúas como si fuera tu primera vez, doctor. Tengo la impresión de que has ido muchas veces de compras.

—Tal vez, pero esta es la primera vez que estoy en la sección de ropa para Campanilla. ¿Dónde está el polvo de hadas?

Paula ignoró el comentario.

—Entonces, ¿Tu tipo de mujer no necesita que le suban el bajo de los pantalones?

—No tengo un tipo concreto —no era cierto del todo, porque él había pensado lo mismo en la boda.

 Paula no era lo que él consideraba su tipo, pero le seguía pareciendo fascinante.

—Claro que lo tienes. Bueno, voy a probarme esta ropa.

Pedro observó el balanceo de sus caderas mientras se dirigía al vestidor situado en la parte de atrás de la tienda. Luego deambuló por la tienda durante unos diez minutos hasta que la vio en la cola de la caja con varios pares de pantalones cortos y un par de camisas. Aquella mujer tomaba decisiones rápidas y sabía lo que quería. La idea le hizo explosión en la cabeza antes de que pudiera evitarlo. Confiaba en que quisiera estar con él. Y aquello era una estupidez. No es que tuviera prohibido salir con mujeres del hospital. Lo había hecho con anterioridad sin provocar fricciones en su lugar de trabajo. Era porque Paula no era una aventura sin compromiso. Había trabajado duro por borrar aquella expresión preocupada de sus ojos y lo estaba consiguiendo. Pero no estaba muy seguro de lo lejos que quería llegar. Un tipo le había hecho daño y él no quería repetirlo. Podría apostar dinero a que ella también se sentía atraída por él.

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