viernes, 7 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 30

Paula notó algo en su tono de voz, una especie de intensidad. Las hormonas se le revolucionaron, le deseaba con todas las células de su ser. Al parecer se había relajado demasiado, algo que le sucedía con frecuencia cuando Spencer desplegaba su encanto tan de cerca que podía verlo, olerlo, tocarlo y saborearlo. Se incorporó, se tomó el resto del brandy y dijo:

—Tengo que irme.

—¿Tan pronto?

Paula dejó la copa sobre la mesa.

—Mañana tengo que madrugar. Sitios a los que ir, gente con la que hablar. No puedo permitir que me digas que no aprobé lo de tu robot porque estaba cansada y de mal humor.

—Nunca diría algo así. Ya sé que eres malhumorada, y eso no tiene nada que ver con la falta de sueño —dijo burlón.

—Gracias. Supongo —se puso de pie—. En cualquier caso, gracias por la cena. Te veré por la mañana. Buenas noches, Pedro.

Él la agarró de la mano antes de que pudiera irse.

 —Deja que te acompañe a tu habitación.

—No tienes por qué hacerlo. Los hoteles de cinco diamantes no permiten el acceso a los asesinos en serie —estaba tratando de ser simpática y lo más lista posible, pero el contacto de sus dedos le estaba mermando las facultades mentales.

Pedro le puso la mano en la parte baja de la espalda, urgiéndola suavemente a avanzar.

—Es inútil resistirse. Además, tengo la llave de tu habitación.

Paula  podía exigirle que se la diera, pero eso requeriría una explicación. La única que tenía era que necesitaba estar sola lo más pronto posible para no cometer alguna estupidez, algo de lo que podría arrepentirse. Algo que podría empezar besándole. O dejando que él la besara. El problema de los besos era que resultaban peligrosos. Una puerta abierta a las promesas. La esperanza. Un futuro. Pero sabía que no debía esperar ninguna de aquellas cosas. Lo creyó una vez y le explotó en la cara. Pero no podía explicárselo a Pedro, así que forzó una sonrisa.

—Eres un completo caballero.

El tiempo que tardaron en regresar a su dormitorio se le hizo largo y a la vez demasiado corto. Se detuvieron en el umbral y Pedro insertó la llave tarjeta, esperó a que se encendiera la luz verde y luego abrió el picaporte. Sostuvo la puerta.

—¿Sabes, Campanilla? La tradición nocturna de la familia Stone sigue vigente aunque estemos en un hotel. De hecho, como no estamos bajo el mismo techo que mis padres, es prácticamente obligatorio.

Paula se quedó en el umbral mirando su bello y sonriente rostro, pero había un fuego en sus ojos que la tentaba más allá de lo razonable.

—Oh, Pero…

Aquel fue el empujoncito que necesitaba. Inclinó la cabeza hacia la suya, y una vez más las chispas que saltaban entre ellos se convirtieron en llamas. Paula nunca supo si fue él quien la metió en la habitación o fue ella, pero en menos de un segundo estaban solos tras una puerta cerrada. Tenía un gemido atrapado en la garganta y no podía retenerlo allí. Se sentía demasiado bien entre sus brazos. Hacía mucho que ningún hombre la abrazaba y la deseaba. Pedro presionó los labios contra los suyos como si quisiera devorarla y ella disfrutó de la sensación. Su respuesta fue inmediata y explosiva. El fuego la atravesó, y la agitada respiración de él le hizo saber que no era la única que lo sentía.

Pedro tenía la boca abierta y su lengua seductora la iba llevando cada vez más alto. Paula deslizó los dedos por su fuerte cabello cuando él le subió la falda del vestido. Sus cuerpos se tocaban desde el pecho hasta las rodillas y podía sentir su dureza a través de la fina tela del vestido de algodón. No dejó de besarla ni un instante. No había tiempo para pensar, y lo cierto era que Paula no quería hacerlo. Entonces Pedro le pasó ambas manos por debajo de la falda, cubriéndole el trasero. La levantó y ella le echó los brazos al cuello, rodeándole la cintura con las piernas. Se le cayeron las sandalias al suelo y se alegró. Una cosa menos que tendría que quitarse.

—El servicio de habitaciones ha abierto la cama —la voz de Pedro la hizo estremecerse—. Alguien se va a llevar una buena propina.

Entonces la llevó a la cama, la depositó suavemente en el borde y dió un paso atrás para quitarse la chaqueta y luego la camisa por la cabeza, sin desabrochar. Paula se levantó el bajo del vestido y se lo quitó. Tras dejarlo al lado de la cama clavó los ojos en los suyos y vio que a Pedro le brillaban los ojos, indicando que le gustaba lo que veía. El corazón le latía con fuerza y tenía todas las terminaciones nerviosas del cuerpo de punta. No se había puesto sujetador. Lo único que había entre ella y lo que deseaba más que al aire que respiraba eran una braguitas.

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