miércoles, 12 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 48

Paula asintió con la cabeza.

—¿Se aprovechó de tí? Eres muy inocente y seguro que te manipuló para ponerte en una situación de vulnerabilidad.

—Lo dudo —dijo Paula—. No es un seductor que actúe con premeditación. Le sale natural.

—¿Bebiste alcohol? —el rostro de Zaira adquirió la fiereza de una leona protectora.

—Sí —Paula sonrió—. Pero no demasiado. Los dos sabíamos lo que hacíamos.

—Pero él tiene más experiencia que tú.

Eso mismo le había recordado Pedro.

—Gracias por el comentario. Pero no soy tan inocente como tú crees. Tal vez lo fuera de pequeña, pero no desde que me quedé embarazada a los diecisiete años.

—Pau —la voz de su amiga sonaba impactada—. No puedo creer que no me dijeras nada.

—No podía. Era demasiado doloroso. No quería que me juzgaras.

—Sabes que yo no haría algo así —protestó Zaira.

—Ahora lo sé. Pero al principio… —un nudo en la garganta le impidió seguir hablando.

—Siempre sospeché que había una parte de tu vida de la que no me querías hablar.

—No estoy orgullosa de ello. Me parecía que lo mejor era enterrarlo.

Zaira suavizó el tono.

—¿Tuviste el bebé cuando eras adolescente?

Paula asintió.

—No se me pasó por la cabeza no tenerlo.

—¿Y el padre?

—Capitán del equipo de fútbol. El momento de pasión. Mi primera vez. Asiento de atrás de su coche. Me pidió matrimonio, pero no se presentó a la boda. Se alistó al ejército.

—¿Y qué fue del bebé?

—Mi madre dijo que no podía alimentar otra boca y que, si insistía en quedarme con la niña, tendría que buscarme otro sitio donde vivir.

—Oh, cariño —Zaira se inclinó hacia delante y le dió un abrazo—. ¿Y qué hiciste?

—No tenía muchas opciones si quería que mi hija tuviera una buena vida. La entregué en adopción —Paula bajó la vista—. No se trataba de la comida, la ropa o los juguetes. Quería que se sintiera amada y protegida, cosas que el dinero no puede comprar. Yo tenía amor suficiente, pero no podía darle seguridad ni estabilidad.

Zaira le levantó la barbilla hasta que sus miradas se cruzaron.

—Eres la mujer más valiente y generosa que he tenido el privilegio de conocer.

—Yo no…

Zaira levantó un dedo.

 —No discutas conmigo.

—De acuerdo —Paula sonrió con tristeza durante un segundo—. No voy a volver a pasar por eso, Zai. Quiero a este bebé y ahora sí puedo ocuparme de él.

—Por supuesto que puedes —su amiga sonrió para animarla—. ¿Y qué dice Pedro?

Paula miró a su amiga.

—Sabe lo de mi pasado. Le he dicho que voy a quedarme con el bebé y que él no tiene por qué implicarse.

—Sí tiene que implicarse —afirmó Zaira con firmeza.

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